Todos a Lhardy
«Lhardy lleva sirviendo buen cocido con impecable servicio desde 1839 y sería una pena que no pudiera cumplir sus primeros 200 años por culpa de la pandemia. Les propongo que, para compensar esta Semana Santa sin playa, reserven allí una mesa»
Mañana se cumplirá un año del reconocimiento oficial de la gravedad del Covid (mañana, recuerden que hoy no porque el 8-M nos iba la vida en ello). Y un año es tiempo suficiente para saber qué medidas han ayudado a reducir la transmisión de la infección y cuáles sólo sirvieron para inocular miedo entre la población. El encierro total, con la prohibición de que los niños pisaran la calle o pudieran ir a parques y jardines, se soportó hace un año porque desconocíamos la magnitud de la amenaza que afrontábamos, y porque, en medio de la desinformación oficial, se desató un silencioso pánico porque se contaba que había demasiados hospitales en situación catastrófica. Pero ni el virus se pegaba a la suela de los zapatos por las calles para luego infectarlo todo, ni tuvo el más mínimo sentido encerrar dos meses a los niños por la prohibición tajante e indiscriminada a salir de casa.
Hoy todo el mundo sabe que hay que llevar mascarilla, lavarnos mucho las manos, evitar aglomeraciones y lugares cerrados, cuidar a los mayores… Y, por supuesto, hacer cuarentena cuando has tenido contacto directo con una persona contagiada. Como se ha comprobado que esto funciona, se han decretado limitaciones a la movilidad en zonas con alto contagio. Muy eficaces en el domicilio de una familia. Menos, pero a veces también, en un bloque de pisos. Algo menos en un barrio o incluso en un pueblo. Mucho menos en una ciudad, sobre todo si es grande, y aún menos en una provincia. Pero estamos hablando de otra cosa cuando lo que se quiere decretar es el cierre por Comunidades Autónomas.
Ese cierre perimetral de las autonomías es la medida estrella contra el Covid que pretende el Gobierno de Sánchez para esta Semana Santa. La avanzó la Comisión de Salud el jueves. Allí expresaron su desacuerdo Madrid y Canarias. Pero, quizá como medida de presión del Gobierno a las autonomías, se publicó una nota de prensa diciendo que había consenso de todas excepto Madrid. Esa ruptura de las mínimas formas (con falsedad incluida) molestó a Galicia y a Andalucía, mientras expresaba su entusiasmo el gobierno de la Comunidad Valenciana. La decisión final corresponde al Consejo Interterritorial, en su reunión de este miércoles.
Es verdad que aún no puede darse por superada la tercera ola, y la expansión de nuevas variantes no hace imposible una cuarta casi a caballo de la tercera. También es cierto que en vacaciones es más fácil olvidar todas las medidas preventivas. Pero, ¿tiene alguna utilidad un cierre por autonomías? ¿Qué se pretende al levantar esas fronteras sanitarias autonómicas?
El cierre perimetral autonómico significa, por ejemplo, que los 2,4 millones de habitantes de Castilla y León (la comunidad más extensa y menos poblada de España) podrían viajar sin limitaciones por los 94.226 kilómetros cuadrados de su territorio. Por ejemplo, una familia salmantina podría ir de Ciudad Rodrigo a Medinaceli pasando por los Arribes de Duero, Zamora, León, Montaña Palentina y Palencia, Burgos, Miranda de Ebro, Soria, Medinaceli, y vuelta por San Esteban de Gormaz, Ayllón, Riaza, Pedraza, Sotosalbos, La Granja de San Ildelfonso, Segovia, Ávila, un recorrido por Gredos y, por fin, Salamanca. A ojo, bastante más de 2.000 kilómetros de excursión en coche sin pisar la capital: Valladolid. Pero esta familia salmantina deberá extremar el cuidado para no traspasar en su periplo la inexistente frontera con Extremadura, o Galicia, o Asturias, o Cantabria, o Rioja, o Aragón, o Castilla-La Mancha, o Madrid. Porque si cruzan esa frontera invisible incumplirán el cierre perimetral autonómico, y eso contagia una barbaridad.
En el extremo opuesto, los casi siete millones de habitantes de Madrid podrán ejercitar su afición por los embotellamientos si deciden moverse por los solo 8.028 kilómetros cuadrados de su comunidad autónoma. Conviene no olvidar que un madrileño es un español nacido en cualquier parte del mundo que tiene, entre sus necesidades básicas, ver el mar más de una vez al año. De ahí las interminables filas de coches, cada Semana Santa, en las carreteras de Valencia o Andalucía. Con Madrid cerrado perimetralmente, esos siete millones de potenciales viajeros solo podrán buscar -sin éxito- un sitio para comer en la plaza mayor de Chinchón, o intentar visitar los jardines de Aranjuez, o el Monasterio de El Escorial, o… ir probando todos los atascos de salida de la ciudad y comprobar que, sorprendentemente, todo el universo ha decidido, precisamente, el mismo plan que ellos para pasar el día. Un plan que, por atractivo que pudiera resultar cualquier otro fin de semana del año, no sustituye su indefectible determinación por ir a la playa.
Porque, al final, lo del confinamiento perimetral autonómico lo que significa es eso: los madrileños son muchos y pueden llenarlo todo. O sea, podrían empezar a revitalizar el turismo en la costa, que ha sido apisonado por la pandemia. Pues no. Mejor confinarlos en el pequeño triángulo de su comunidad autónoma, y que continúe la ruina. Los que puedan cogerán un avión, que aún no está prohibido, y llevarán su gasto vacacional fuera de España.
El Consejo Interterritorial decidirá el miércoles, y no es imposible que ratifique el confinamiento autonómico para Semana Santa. Si es así, y me permiten la sugerencia, en Madrid cojan poco el coche: buena gana de enfangarse en atascos a ninguna parte. Y una Semana Santa de peatón puede tener su punto. En el estupendo “Madrid” del maestro Trapiello encontrarán detalle de recónditos lugares que no conocemos ni los que presumimos de muy madrileños.
Una cosa más. Habrán visto estos días en prensa que Lhardy, uno de los restaurantes más antiguos de Madrid, y de toda España, ha entrado en preconcurso de acreedores. Lleva sirviendo buen cocido con impecable servicio desde 1839 y sería una pena que no pudiera cumplir sus primeros 200 años por culpa de la pandemia. Les propongo que, para compensar esta Semana Santa sin playa, reserven allí una mesa. No todos a la vez, que hay que mantener las distancias-Covid; sin prisa, pero antes de que el buen tiempo desaconseje el cocido o los callos. Y, como para entonces ya habrán leído a Trapiello, sabrán que el dueño de Lhardy tenía una posada, la fonda de Geneys, donde se alojó Victor Hugo. ¡Nada menos!