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Gregorio Luri

Twitter en Pompeya

«Los arqueólogos han sacado a la luz más de 20.000 ‘graffiti’ -¡y los que aguardan!- que nos sorprenden por la familiar trivialidad que encontramos en ellos»

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Ashim D'silva | Unsplash

El conservadurismo es, en primer lugar, una perspectiva sobre la historia: la que nos permite contemplar el presente desde el pasado, mostrándonos las novedades sin ocultar las permanencias. La perspectiva contraria es la del historicismo, para el cual el pasado sólo se justifica en tanto que prólogo del presente. El corolario de esta diferente perspectiva es claro: el conservadurismo subordina la historia a la moral; el historicismo, la moral a la historia.

El conservador sospecha que el hombre, siendo complejo, no da para tantas rupturas, novedades, paradigmas, disrupciones, cambios epistemológicos y complejidades como creen los historicistas. Hace poco más que dar vueltas en torno a unos interrogantes que, con su resistencia a la erosión del tiempo, parecen delimitar la naturaleza humana. Los antiguos serán siempre nuestros predecesores en el tiovivo de la historia, por eso también en el futuro recurrirán a ellos los que quieran comprender al hombre por sus acciones.

Consideremos la aparente novedad de las redes sociales. Para algunos son -o lo eran- la expresión más diáfana de la tecnología de la liberación. Sin embargo, el conservador no ve en ellas nada que un pompeyano no viera escrito en los muros de su ciudad.

Los arqueólogos han sacado a la luz más de 20.000 graffiti -¡y los que aguardan!- que nos sorprenden por la familiar trivialidad que encontramos en ellos.

Comencemos por los mensajes más obvios, los relacionados con el amor y el sexo que, como es de esperar, ocupaban un lugar preeminente. Van del más edulcorado romanticismo a la más descarnada gimnástica sexual: “Vírgula a su Tercio: eres un cerdo”; “Querida Sava, por favor ámame”; “Salud al que ame, muerte al que no sepa amar”; “Vibio Restituto durmió solo aquí y echaba de menos a su querida Urbana”; «Cómo me gustaría sostener tus amados brazos alrededor de mi cuello y besar tus labios”; “Si puedes y no quieres, ¿por qué pospones alegrías y alimentas la esperanza y siempre me invitas a volver mañana?” “Sabina, dos ases”; “Soy tuyo por un centavo”; “Esperanza, sí a todo, nueve ases”.

Sigamos con dos mensajes políticos: “Vota a C. Gavio Rufo, el mejor para la ciudad”; “Vesonio Primo invita a votar por él.”

Hagamos ahora una pequeñísima selección de mensajes diversos y nada ajenos: “Giovinetta nació el sábado 2 de agosto a la segunda hora de la noche”; “Atimeto me dejó embarazada”; “Apollinario, el doctor del emperador Tito, ha cagado a gusto aquí”; “Nos hemos meado en la cama; realmente / somos una calamidad. / ¿Quieres los motivos, posadero? ¡No había / orinal!”; “El oficial del emperador Nerón dice que esta comida es veneno”; “Quío, espero que tus pústulas ulcerosas se abran de nuevo y que te abrasen más aún que hasta ahora”; «Filero es un eunuco»; «¡Qué feo eres, Tercio!»; «Lucio pintó esto”.

Nos encontramos también, por supuesto, con reflexiones morales: “El dinero no huele”; “Nada puede durar para siempre: el sol, después de brillar bien, se arroja al océano; la luna, que hace un momento estaba llena, mengua; la violencia de los vientos a menudo se convierte en una ligera brisa”; “Una vez muertos, no somos nada”; “Créeme, la naturaleza de los hombres es voluble”.

Hay, incluso, trabalenguas, como “Barbara Barbaribus Barbabant Barbara Barbi”, y lo que podemos llamar “meta-graffiti”: “Me asombra, oh pared, que aún no te hayas derrumbado bajo el peso de las tonterías de tantos escritores.

Acabemos con dos moralejas.

La primera: hay que sacudirse la inercia del relativismo ambiental si queremos conocernos bien a nosotros mismos. Todo lo que hay en Pompeya nos resulta familiar, si bien no todo lo que hoy muestran las paredes de nuestras ciudades le resultaría familiar a un pompeyano. Le costaría entender, por ejemplo, la rutinaria presencia publicitaria de los héroes de la última insurrección, la que, supuestamente, arreglará para siempre todo lo que va mal en nuestras sociedades y en nuestras vidas.

La segunda: la vida ordinaria de la gente corriente es un milagro. Tanto es así que es el único lugar en el que la felicidad parece estar a nuestro alcance.

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