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Jorge San Miguel

Últimas noticias del 78

«El 78 se muere como se han muerto cuarenta o cincuenta mil españoles sin funeral, y a nadie nos importa gran cosa ya»

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Últimas noticias del 78

Manu Fernandez | AP

El domingo hubo elecciones y ni Podemos ni Ciudadanos salieron muy bien parados –aunque los liberales consiguieron por primera vez un diputado en el País Vasco a lomos de la candidatura conjunta con el PP. Los dos partidos que venían a superar/renovar el pacto constitucional parecen en horas bajas, pero quizás no se deba tanto a una recuperada salud del «régimen» y sus tradicionales intérpretes cuanto a que el 78 cada vez le importa menos a nadie. Para el PSOE los resultados no son ni mucho menos para tirar cohetes, pero la jornada les deja varias buenas noticias a nivel nacional resumidas en un movimiento: el desplome de Podemos y la bajada de las propias encarnaciones federales del partido socialista abre el campo para las izquierdas –porque eso son, izquierdas realmente existentes; abandonemos el platonismo– nacionalistas de BNG y Bildu, cuyo única vía de actuación en Madrid pasa por Ferraz.

De hecho, pocas señales del estado avanzado de descomposición del 78 como las habidas durante esta campaña: por un lado, la normalización a marchas forzadas de Bildu, la última frontera de la España constitucional tal como la hemos conocido; por otro, una nueva fase del desmontaje de la figura histórica de Juan Carlos I y, por ende, de una monarquía que defensores y detractores personalizaron alegremente en él durante cuatro décadas. A ambas causas ha contribuido Podemos –y aun contribuirá desde su papel de Izquierda Unida aggiornada o negocio familiar; pero podría decirse que su labor está hecha. Sin retorcer demasiado el sentido de la frase de Suárez, podríamos decir que, al margen del destino de sus líderes y cuadros, Podemos ha contribuido a normalizar en las instituciones lo que ya era normal en una parte de la calle: la España que se acuerda todos los días de Franco pero no de ETA, que no siente apego a la corona pero tampoco a las instituciones representativas del 78, la España del Nunca mais, el No a la guerra, el 15M, la Sexta y el funko Simón. Se cierra el círculo de la pedagogía socialdemócrata y la antipedagogía conservadora de los últimos veinte años, y lo hace al tiempo que las izquierdas occidentales ensayan su metamorfosis de punto de encuentro entre clases medias y trabajadoras a expresión más o menos indignada de clerecías urbanas cada vez más desconectadas de los procesos productivos mundiales.

No está en absoluto claro qué papel deban o puedan jugar liberales y conservadores llegado este punto. Ni siquiera qué les define. Ni atarse al mástil de la España de ayer parece un buen negocio, ni hay credibilidad, ímpetu ni ideas para emprender una enmienda propia al 78. Tomemos la monarquía como ejemplo de lo que parecieron virtudes y ahora son debilidades quizás mortales: se llenó todo de juancarlistas que, por no decirse monárquicos, acabaron abrazando una especie de opereta visigoda, como si les fuese dado elegir al rey, y precisamente a ellos –y cuando la gracia de la monarquía, si la tiene, es precisamente lo contrario. Y la propia militancia en la figura coronada llevó a aceptar impúdicamente los vicios que ahora pueden poner en serio peligro a la institución. Así la derecha o derechas se han ido dejando morir por delicadeza o por mera comodidad; cada paso que daban hacia la aceptación del lenguaje, los valores y los ritos de la izquierda tenía un sentido táctico; pero todos, uno detrás de otro, los han ido acercando al vacío. Lo que hace cinco o diez años podía tener sentido como precio de la reforma posible ahora se antoja un viaje acelerado a ninguna parte. Mientras debatimos el sexo de estos y otros ángeles, una derecha de valores e identidades viene resoplando y embistiendo un poco a lo loco aún; no descartemos que acabe teniendo un papel central en el mundo de mañana.

Ha escrito estos días Pablo Simón sobre la «docilidad» con que se ha aceptado la conculcación de los derechos electorales de enfermos de Covid. Docilidad puede ser otra palabra clave. Sigue sin asomar nada con vida propia entre el gobierno, los partidos y los medios de comunicación, que vienen al cabo a ser una misma cosa. Tiraremos estatuas, pero sólo las que nos manden tirar. El otro día escuché intervenir en una cumbre empresarial de altos vuelos a dos ex ministros, un socialista y un popular. Dos figurones de la España constitucional. Acabaron hablando del plástico en los océanos. El 78 se muere como se han muerto cuarenta o cincuenta mil españoles sin funeral, y a nadie nos importa gran cosa ya. «»

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