Yo, hospital Zendal: el comunismo de Ayuso
«El hospital Zendal bien habría podido imaginar que entre quienes chillaban desaforadamente el día de la inauguración oficial aparecía el mismísimo Milton Friedman»
En una célebre parábola escrita en 1958, el economista Leonard Read hacía hablar a un lápiz Faber Castell que narraba su increíble genealogía: su aparición se podía trazar hasta los bosques de Oregon, de los que procede su madera, pasando por las minas de grafito de Sri Lanka o la Indonesia de donde venía el aceite con el que se logra la pequeña goma adherida y sellada con el zinc extraído por miles de mineros anónimos. Ninguna mente individual ni agencia colectiva pudo anticiparlo como bien de consumo ni planificar su producción deliberada, sino que su existencia es el producto de un número extensísimo de casualidades, esfuerzos y propósitos dispersos e inconexos.
Como es bien conocido, esta imagen poderosa sirvió al economista Milton Friedman para propagar una idea nuclear y persistente en sus célebres conferencias televisivas “Free to choose” (Libertad para elegir) retransmitidas a principios de la década de los 80 del siglo pasado: tantas cosas parecidas y útiles como ese lápiz que de manera tan simple y handy permite escribir y borrar, son el resultado exitoso de la tecnología social que denominamos «capitalismo basado en el libre mercado», el sistema que, de manera mucho más eficiente y justa, logra satisfacer las preferencias de los individuos y que estaría basado en esa «libertad de elección». Ese lápiz siempre tan a mano aparece gracias a la invisible mano del mercado de acuerdo con la también archiconocida imagen de Adam Smith. Un sistema económico de planificación centralizada como todavía era predominante en la Unión Soviética y sus satélites en el momento en el que Milton Friedman encandilaba a los televidentes, no habría logrado ese producto ni muchos otros. De ahí su colapso.
El hospital Isabel Zendal fue inaugurado a principios de diciembre de 2020, y si pudiera hablar de su historia al modo del lápiz de Read, daría cuenta de que las obras arrancaron en junio una vez que se decidió ocupar un terreno público de 80.000 metros cuadrados en los que, de acuerdo con los planes de una denominada Dirección General de Infraestructuras Sanitarias encargada de contratar y coordinar los trabajos, se dispondría de tres grandes pabellones de hospitalización dotados de climatización, fontanería, saneamiento, gases medicinales, instalación eléctrica, voz y datos con un número de camas –incluyendo UCI y críticos- organizado modularmente y calculado para satisfacer la específica necesidad de atención a los pacientes de COVID, una demanda atendida con independencia de su capacidad de pago. Según señalaron quienes alumbraron el proyecto, se trataba de descongestionar los hospitales públicos ya existentes donde también se provee la asistencia sanitar bajo la divisa: a cada cual según su necesidad.
El hospital Isabel Zendal también narraría que su nacimiento se produjo con el rumor de las protestas «sociales»: las de quienes se quejaban de haber sido su libertad ocupacional cercenada por haber sido allí destinados forzosamente; las de quienes veían restringida su libertad de movimientos por no disponer de una plaza de aparcamiento para poder trasladarse hasta el hospital en su vehículo privado, o de un espacio suficiente para tomar el refrigerio o café de media mañana… la querella, al fin, de los que consideraban como una consecuencia necesaria que tras esas decisiones «centralizadas y planificadoras» se tejería una red corrupta de burocracia clientelar puesta al servicio de los propios planificadores bajo el noble e inexpugnable expediente de la protección sanitaria de los vulnerables y menos pudientes.
En un coloquio celebrado en la clínica Mayo en 1978, Milton Friedman abogó –como tantas veces había hecho- por un sistema de protección de la salud basado en un mercado libre de seguros sanitarios para que la gente «eligiera libremente» cuánto gastar en asistencia sanitaria una vez que a todo el mundo se le garantizara –mediante un impuesto «negativo» sobre la renta– un nivel suficiente de recursos monetarios para componer su «cesta» de adquisición de todo tipo de bienes y servicios, sean estos la curación del COVID o la posibilidad de dibujar con el lápiz Faber Castell.
El hospital Zendal bien habría podido imaginar que entre quienes chillaban desaforadamente el día de la inauguración oficial, moviéndose entre las pancartas blandidas por sindicalistas de toda laya, aparecía el mismísimo Milton Friedman, quien, lejos de componer su media sonrisa socarrona tan característica en sus alocuciones, afeaba el gesto al paso de la presidenta Isabel Díaz Ayuso y le espetaba: «¡Comunista! ¡Libertad!».
Y se habría tenido que frotar los ojos.