Cervantes y su combate perdido
Realista, cualquiera que sea el significado de tal cosa, es el término más fatigado en los estudios cervantinos. Un pasaje irreal poco celebrado en ellos es la aparición de Calíope en La Galatea.
Realista, cualquiera que sea el significado de tal cosa, es el término más fatigado en los estudios cervantinos. Un pasaje irreal poco celebrado en ellos es la aparición de Calíope en La Galatea. Sale la ninfa de un fuego que se levanta portentosamente de la tumba de Diego Hurtado de Mendoza, aparta las llamas como si fueran un telón, y muestra su vestimenta «recogida y retirada a la cintura, de modo que la mitad de las piernas se descubrían». Jamás se mostró tanta extremidad en una égloga, ese hápax minifaldero merece un vistazo. ¿Quién era Calíope?
El nombre presenta gran similitud con Calipso. Según etimologías populares sin mayor valor, Calíope querría decir «la de la bella voz», y Calipso, «la que oculta». Pero su verdadera estirpe no se conoció hasta 1968, cuando se publicó el informe de la excavación de la acrópolis de Gortina, en Creta. El más importante hallazgo fue la estatuilla con la inscripción del nombre de la diosa Opíleks. Su significado, de opi– «serpiente», y leks «suerte», alude a la diosa del destino, cuya estatuilla debía de ser el exvoto de alguien que emprendía una nueva vida. Lo notable del nombre son sus letras: Opíleks viene a tener las mismas barajadas que Asclepio, Calipso, Calíope, y casi las mismas, sin la «p», que Olixes, Ulixes, y otros muchos nombres tabuizantes que podemos llamar opiléxicos.
La Galatea celebra el triunfo post mortem de la celebridad humana, el objetivo épico por excelencia ya desde el poema de Gilgamesh.
La vinculación de Calipso con el destino y Creta se acredita en la Odisea. Su morada está en Anticitera, isla donde naufragó Ulises y quedó retenido «en casa de la ninfa Calipso, que lo obliga a quedarse». Zeus ordena a Hermes: «comunica a la ninfa de los bellos rizos mi designio infalible, el regreso de Ulises»; y añade: «porque su destino es ver a los suyos y volver a casa». Se ve que Calipso es la diosa del destino porque también Hermes, cuando le comunica la orden de Zeus, le explica: «porque su suerte no es perecer lejos de los suyos, sino que su destino es ver a los suyos». Calipso explica que su propósito con Ulises era «hacerlo inmortal y sin vejez». O sea, un propósito literario, convertirlo en el personaje épico que terminaba su peripecia allá, naufragado en Anticitera. Pero el poeta de la Odisea lo rescata de ese destino.
Calíope, por su parte, habla de sus labores en La Galatea y dice que «eterniza», «hace cobrar eterna fama», «nombra», «favorece», «mueve la pluma» de los poetas, y «se precia de estrecha amistad y conversación» con ellos. Es el pasaje irreal en el que vemos lo real, un centenar de literatos vivos y conocidos en aquel momento de los que el lector corriente, que encarna la posteridad real, conocerá a cuatro o cinco, un porcentaje edificante. La Galatea celebra el triunfo post mortem de la celebridad humana, el objetivo épico por excelencia ya desde el poema de Gilgamesh.
En las mismas fechas de 1585 en que redactaba ese final de La Galatea, Cervantes midió sus armas en la realidad de la épica homérica. Numancia es Troya. En la epopeya coral, sale «una doncella coronada con unas torres y trae un castillo en la mano, la cual significa España»; también aparece el Duero «con otros muchachos vestidos de río que son tres riachuelos que entran en él». El Duero, como el río Escamandro en el ciclo troyano, interviene en la acción y profetiza destinos heroicos. Los sacerdotes numantinos sacrifican un carnero y cortan la primicia de la lana en un ritual paralelo al de la Ilíada. Marquino, el hechicero numantino, invoca «a quien la primer forma de culebra tomó» y hace que un muerto resucite y profetice, igual que Ulises en la Odisea invoca y hace profetizar al difunto Tiresias. En el final trágico, el muchacho Variato, último numantino, muere precipitándose desde la torre, igual que Astinacte, el hijo de Héctor, la esperanza de Troya, perece arrojado por Ulises desde la muralla.
Cervantes publicó La Galatea impaciente por conocer «las apacibles voluntades» con que era recibida, a fin de tener «atrevimiento» para darle continuación «con mayor artificio». Es notable la connotación siempre favorable de lo «artificioso» en Cervantes, que dice de sí mismo ofrecer «para adelante (para después de Galatea) obras de más gusto y mayor artificio». Sostiene que «los estudios de esta facultad (la de escribir églogas) traen más que medianos provechos», y el principal, «enseñorearse del artificio de la elocuencia». Para Cervantes, nada puede ser más bello ni mejor que lo artificioso, y mantuvo esa convicción siempre.
Para Cervantes, nada puede ser más bello ni mejor que lo artificioso, y mantuvo esa convicción siempre.
Décadas más tarde, cuando el cura y el barbero expurgan la librería de don Quijote, hallan La Galatea, de la que dicen «es menester esperar la segunda parte que promete». Cervantes no podía proclamar que la mejor es La Galatea; reconózcanlo, plumíferos, porque lo tomarían por loco, entonces idea un loco que dice que la mejor es Dulcinea y al que no asienta lo ensarto. No podía hacer una novela sobre un escritor que anhela triunfar en el género pastoril, mientras vive en un mundo poblado de autores pastorileros despechados por la falta de éxito y con los que se encararía para hacerles reconocer la superioridad de su Galatea. Entonces idea el hidalgo desquiciado por los libros de caballería.
Esa verdad la dice la sobrina cuando juzga los libros de poesía y barrunta el peligro real de que, leyéndolos, a don Quijote «se le antojase hacerse pastor y andar por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza». Esa realidad amenaza el final de la segunda parte, cuando don Quijote sopesa la posibilidad de ser «el pastor Quijotiz» y andar «cantando aquí, endechando allí». Y Sancho lo descubre todo en su lapsus final, cuando anima a don Quijote moribundo: «Vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado». Ahí se revela la pulsión original de la peripecia. No sólo estaban concertados, y hacían de don Quijote y Sancho, es que hacían de pastores que fingían ser caballero loco y escudero rústico, en una novela pastoril.
Su verdadero sentir respecto a la competencia aparece en el escrutinio de la librería: habría que suprimir de la Diana de Montemayor a Felicia la maga y su agua encantada, o sea lo irreal equivalente a la intervención final de Calíope en La Galatea, y toda la poesía (la que cuatro siglos después Nuno Júdice ha traducido al portugués), para dejar «en buena hora la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros». También carga contra la pretensa literatura realista, entonces encabezada por el Lazarillo. Ginés de Pasamonte hace de Lázaro disfrazado de Ginés, y don Quijote le plantea una aporía, ¿qué es eso de escribir su vida quien está dentro de su vida?
Cervantes publicó La Galatea impaciente por conocer «las apacibles voluntades» con que era recibida, a fin de tener «atrevimiento» para darle continuación «con mayor artificio».
En La Galatea sucede todo: cautiverios, naufragios, incendios y penas, pero en el valle de la quietud, donde no hay mayor peripecia que el punto y aparte. Es la figuración de la vida misma, la literatura consistente en leerlo todo encerrado en un valle apacible y sin enojos reales. Y a quien le objete, como ya se teme, excederse en materia de estilo, como ya dice que calumniaron a Virgilio, le advierte que en La Galatea los disfrazados pastores lo están, pero sólo «de hábito», porque quizá en realidad no sean pastores.
Cuando Cervantes aparece en su obra para mostrar el juego de espejos literario, emula uno de los rasgos épicos más peculiares. Aquiles canta el canto de Aquiles en el canto IX de la Ilíada y, de no ser interrumpido por los embajadores, la Ilíada habría quedado ahí para siempre, canto de sí misma. Ulises desea oír de las sirenas el canto de Ulises en la Odisea, pero sigue navegando en la Odisea para que continúe su canto que, por un momento, amenaza sumirse en un remolino sin fin. La Eneida canta que Eneas ve en Cartago estatuas de Eneas que celebran la Eneida. Los personajes del Quijote han leído el Quijote en la segunda parte del Quijote. Álvaro Tarfe, personaje de la segunda parte zaragozana del Quijote, sale en la segunda parte del Quijote, escrita para refutar la otra segunda parte.
Cervantes quizá duda y desespera, y desiste e insiste a lo largo de toda su obra en que continuará La Galatea, y por una ironía de su propio artificio, él, que siempre quiso continuar La Galatea que no triunfó, tuvo que continuar el Quijote que fue un éxito inesperado. Al final, en la dedicatoria del Persiles, novela hiperpastoril disfrazada de viajera cosmopolita y a la que dedicó todos sus años posquijotescos, reclama la gloria para La Galatea, y olvida el Quijote, que público y crítica dicen admirar. Son sus últimas líneas, su testamento literario, pero nadie, ni los contemporáneos, ni la posteridad, le hace caso.