El supremacismo catalán y las vírgenes suicidas de Sallent
«No importa cuántos niños tengan que morir o fracasar vitalmente: la lengua regional, ariete de la secesión, es lo primero»
Es necesario puntualizar algunos hechos sobre la trágica noticia del suicidio de dos gemelas argentinas de 12 años en Sallent, consumado el de Alana y en grado de tentativa el de Leila. Como pasa con todos los asuntos que no interesan al separatismo catalán, se ha intentado falsear la evidencia -por parte de responsables políticos y medios de comunicación regionales- así como diluir completamente cualquier responsabilidad de la administración catalana. Primero se dijo que la situación familiar era inestable por la tensa relación entre los padres y sus dificultades económicas. Vaya, que se trataba de una familia desestructurada, lo cual supuestamente explicaría tan lúgubre decisión por parte de las niñas. La realidad es que, como testimonian unánimemente parientes, conocidos y vecinos, se trataba de una familia muy unida y las niñas recibían todo el amor de sus padres. Por descontado, tanto al consejero de Enseñanza González Cambray como al alcalde del pueblo, el separatista de ERC Oriol Ribalta, les faltó tiempo para descartar la existencia de acoso en el colegio, a pesar de los testimonios irrefutables de amigos, compañeros y familiares de las pequeñas. El director del instituto, Josep Olivella, aún no ha dicho esta boca es mía, pero se sabe que ha recomendado a los alumnos del centro que no hablen con la prensa para nada. Además, tiene el increíble cinismo de mantener en la página Facebook del Instituto la reseña de una conferencia sobre bulling impartida recientemente: «Gran éxit assistència en la conferència sobre Bullying. Molt interessant!»
Cuando se hizo imposible mantener la inexistencia de acoso escolar, se subrayó, como causa determinante de la tragedia, el deseo por parte de Alana -la hermana fallecida- de cambiar de género: se había cortado el pelo recientemente y deseaba que la llamaran Iván. De manera que se organizó una campaña para convencer a la opinión pública de que el acoso se había debido a la transfobia. Cualquier cosa antes que reconocer lo que es un hecho evidente: la hispanofobia omnipresente en Cataluña, con bendición oficial. Harta de la miserable manipulación, la familia tuvo finalmente que salir al paso con una nota de prensa en la que empleó las mayúsculas para «dejar claro que NO SE LLAMABA IVÁN. SE LLAMABA ALANA». A pesar de lo cual, en un alarde de desprecio al dolor de los padres, la prensa del régimen imperante en Cataluña sigue refiriéndose a la niña fallecida como Iván.
El consejero de educación, González Cambray, tuvo la desfachatez de declarar que «el instituto no detectó ninguna situación específica de acoso escolar», a pesar de que los padres lo habían denunciado ante la dirección del centro y era un hecho evidente. Cualquiera que conozca cómo funciona un centro escolar, sabe que una situación de acoso continuado hacia un alumno -especialmente si se produce en el patio, con proliferación de insultos, agresiones o peleas- es detectado enseguida. Entre otras cosas, porque durante las horas de patio hay siempre varios profesores de guardia velando para que no se produzcan hechos indeseables. Es evidente que la dirección del centro conocía la situación de hostilidad hacia las niñas, pero no hizo nada para evitarla. Tal vez la vio incluso como un estímulo pedagógico para que las gemelas se tomaran interés en el aprendizaje del catalán.
La familia llevaba tres años residiendo en el municipio, a donde se trasladaron desde su Argentina natal. Las gemelas ingresaron en el colegio de primaria Torres Amat, donde cursaron los dos últimos años de la etapa, y empezaron a ser acosadas desde el minuto uno debido a su acento argentino y al hecho de no hablar catalán. Su traslado al Instituto Llobregat durante el presente curso escolar empeoró las cosas. Hay que tener en cuenta que el paso de la etapa Primaria a la Secundaria supone un momento delicado en la vida de los escolares: nuevo centro, nuevos compañeros y profesores. Pasan bruscamente de ser los mayores del colegio a los más pequeños del Instituto, justo en el momento en que empieza a abrirse paso la adolescencia en sus cuerpos. En esas circunstancias, el acoso de un sector de sus compañeros las desestabilizó completamente. No encontraron ninguna ayuda en sus profesores, por el contrario, eran castigadas si reaccionaban a las agresiones. Cada día volvían a casa llorando. Los padres intentaron denunciar la situación a la dirección del instituto Llobregat, incluso intentaron dialogar con los padres de los acosadores, pero todo fue en vano.
«Los padres intentaron denunciar la situación a la dirección del instituto Llobregat, pero todo fue en vano»
Las niñas expresaron sus deseos de volver a la Argentina, para librarse de un ambiente tan hostil. Seguramente, en esos momentos Alana empezó a desarrollar la fantasía de cambiar de sexo, se cortó el pelo e incluso eligió un nombre masculino: Iván. ¿Había oído hablar de Iván el Terrible, creador del Estado ruso en el siglo XVI y hombre de legendaria ferocidad, capaz de matar a su propio hijo en un acceso de cólera? ¿En su imaginación, se veía tratando a sus acosadores como hacía el Terrible con sus enemigos políticos? En todo caso, y por mucho que se empeñe la delirante ideología de género propuesta a nuestros niños y adolescentes, en el sentido de que pueden cambiar de sexo como de camisa, lo cierto es que su frágil cuerpo de niña y su alma femenina siguieron sin poder reaccionar como se hubieran merecido sus acosadores. Hasta que ya no pudo más, y decidió acabar con su vida. Su hermana decidió acompañarla hasta el final, pero en el último instante extendió sus brazos para mitigar el golpe mortal, lo cual, aunque la dejó con gravísimas heridas, le permitió salvar la vida.
En los días siguientes, hubo manifestaciones de luto espontáneas en el pueblo, con carteles en memoria de la pequeña fallecida redactados en lengua española y un pequeño altar con velas, imágenes y frases de homenaje. El altar fue destruido por un grupo de individuos, que intentaron ensuciar la memoria de las niñas escribiendo un despreciable insulto: OKUPAS. Lo cual sintetiza a la perfección el ambiente de odio que se respira en amplísimas zonas de Cataluña.
Si Alana no hubiera tomado tan triste decisión, es muy probable que desde el mismo centro le hubieran facilitado un protocolo de transición de género; en esto habría habido mucha más diligencia que en poner remedio al acoso. De este modo, le hubieran aplicado una terapia hormonal para que le creciera el vello facial y se le interrumpiera la regla; habrían extirpado sus pechos antes de que acabaran de florecer; y se le habría practicado una histerectomía para eliminar sus ovarios. La muerte la ha liberado de la posibilidad de este aberrante tratamiento.
Sallent, la localidad donde se desarrollaron estos luctuosos hechos, es un pueblo de interior que no llega a los 7000 habitantes, en la comarca del Bages, a pocos kilómetros de Manresa, lo que suele denominarse la Cataluña profunda. Tiene un 7% de población nacida en el extranjero y un 18% en el resto de España. Es decir, un 25% no son catalanes, según los datos del Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), y ello sin contar los nacidos en la región, pero de familia no catalana. Por consiguiente, los ciudadanos que no son catalanes de origen suponen un porcentaje muy importante, superior a un tercio de la población. En lo que se refiere al conocimiento de la lengua regional, sólo un 2% reconoce en las encuestas no entender el catalán, cerca de un 20% no lo habla ni sabe leerlo y un 40% no lo sabe escribir. Como siempre pasa en estos casos, al Idescat no se le ocurre preguntar cuantos ciudadanos tienen el español como lengua materna ni, mucho menos, en qué lengua oficial desean que sus hijos estudien o sean atendidos por la administración.
Aunque no siempre se llegue a los extremos del caso que nos ocupa, es un hecho que la población hispanohablante es tratada con suma hostilidad en la Cataluña profunda, especialmente en el ámbito escolar. Y hay que decir que se trata igual (de mal) a los hispanoamericanos que a los españoles de otras regiones, por ese lado justo es reconocer que no existe discriminación. Tuve ocasión de comprobarlo personalmente durante el año que estuve dando clase en el Instituto Gerbert d’Aurillac de Navarcles, un pueblo a escasos kilómetros de Sallent. En la secundaria se solía repartir a los alumnos en tres grupos en función de su rendimiento académico. Pues bien, a los chicos hispanohablantes los colocaban siempre en el grupo C, correspondiente a los que tenían más dificultades de aprendizaje. Pude comprobar que la mayoría de profesores del centro se negaban a ponerles más de un 5 raspado en las notas trimestrales y finales, aunque merecían bastante más a menudo. También los castigaban con reiteración de modo muchas veces arbitrario y no se ocupaban de atender sus quejas y reclamaciones. Era evidente que aquellos chicos se encontraban incómodos en el instituto por la actitud hacia ellos de un amplio sector del profesorado. Hay que decir que esa hostilidad y actitud discriminatoria no sólo se utilizaban contra el alumnado, también los profesores que no éramos catalanes de origen la experimentábamos: se nos adjudicaban los grupos más difíciles, los peores horarios, y se tomaban abiertas represalias si nos empeñábamos en dar nuestras clases en lengua española. De hecho, a mí pretendieron suspenderme el periodo de prácticas por este motivo, pero pude evitarlo destapando ante la comisión evaluadora la enorme cantidad de irregularidades que se cometían en el centro, con la ayuda de muchos compañeros y de mis alumnos. Por consiguiente, puedo hacerme cargo fácilmente de la situación que han padecido las gemelas de Sallent y su familia.
La familia decidió emigrar en 2019 a España, desde la localidad de Mar del Plata, ciudad costera y capital turística de la Argentina, huyendo de las dificultades económicas por las que atraviesa su país. Un trayecto contrario al realizado por miles de españoles durante los dos últimos siglos, que recalaron en la Argentina en busca de oportunidades económicas. Hoy día residen en el país austral unos 300. 000 españoles. A la inversa, oficialmente viven en España 350.000 argentinos, aunque la cifra real podría superar el medio millón. Barcelona ha sido la ciudad preferida por la emigración argentina (68.000 residentes) por encima de Madrid (48.000). Pero, en los últimos tiempos, la mayoría de nuevos emigrantes elige Madrid, pues ha trascendido la imposición del catalán en la escuela y la inseguridad ciudadana de Barcelona.
La familia que nos ocupa fue de las que eligieron Barcelona, tal vez por ser ciudad marítima y turística como Mar del Plata. Debieron pensar que no importaba demasiado el lugar de la Madre Patria elegido, pues se integrarían bien en cualquier parte. Hay una foto de su llegada al aeropuerto del Prat, en la cual posan felices y sonrientes los padres, las gemelas y el hermano pequeño. Estaban lejos de sospechar el calvario que les esperaba a los 3 niños (también el hermano menor ha sufrido acoso escolar) y su trágico desenlace.
Si a los padres se les hubiera ocurrido consultar la Constitución española, habrían leído que «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Ninguna obligación, pues, de conocer lenguas regionales. Suficiente para disipar eventuales temores acerca de posibles dificultades en la escuela catalana a causa del idioma local.
«Un 30% de los alumnos hispanoamericanos residentes en Cataluña no se sienten integrados en la escuela»
Alguien debía haberles informado que, en realidad, la escuela pública, cedida en su momento por el Estado a la región, niega el derecho a los niños españoles para educarse en su lengua materna castellana, aunque son más del 60% de la población escolar de Cataluña. También a los hispanoamericanos, por supuesto. Por este motivo, un 30% de los alumnos hispanoamericanos residentes en Cataluña no se sienten integrados en la escuela. Las consecuencias son la pérdida de interés por el estudio, fracaso escolar, depresión y especial fragilidad frente a situaciones de acoso. La inmersión en catalán es una losa atada al cuello de los alumnos hispanohablantes, que muchos no pueden sobrellevar. Lo contaba el célebre cantaor flamenco Miguel Poveda, en unas declaraciones al diario El País. Nacido en Barcelona, con padre de Murcia y madre de Ciudad Real, de familia humilde, la imposición escolar del catalán destruyó sus posibilidades de avanzar en los estudios: «A partir de los 10 años empecé a suspender todo y dejé de prestar atención. Nos ocurrió a muchos. Pasamos de dar una asignatura en catalán a darlo todo en catalán. Dejé de tener interés en las clases». Felizmente, pudo encauzar su vida hacia el arte flamenco. Muchos otros chicos, sin sus dotes artísticas, no han podido encontrar una salida y han visto truncadas sus aspiraciones a una formación que les permitiera optar a un trabajo digno.
La imposición del catalán no tiene ninguna justificación pedagógica y es un hecho absolutamente inaudito, se mire por donde se mire. En ningún país del mundo prohíben estudiar en la lengua oficial del Estado dentro de la escuela pública. Semejante aberración pedagógica, parte fundamental de un adoctrinamiento ideológico generalizado, sólo se justifica por el cumplimiento de la agenda separatista y la intención de promover la secesión de Cataluña. Pues su dominio no supone ninguna ventaja real para los alumnos que no la tienen como lengua materna: estamos hablando de un idioma de alcance regional, que no sirve absolutamente para nada en cuanto se sale de las 4 provincias catalanas. Por lo demás, no son precisamente idiomas minoritarios lo que les falta a los argentinos en su país. Sin salir de la República Argentina, es posible hallar importantes núcleos de hablantes de guaraní, quechua, aymara, mocoví, pilagá, mataco (o wichí) y toba; también el mapudungun, lengua de los mapuches. ¿Qué opinarían los 300.000 españoles residentes en la Argentina si les obligaran a escolarizar a sus hijos en alguno de estos melodiosos idiomas, en función del territorio donde vivieran?
La promoción de lenguas locales minoritarias, en detrimento de la lengua nacional común, con el objetivo último de producir fragmentaciones políticas que debiliten a los adversarios, es un clásico de la política exterior inglesa y algo saben de ello los argentinos. No es casualidad que el movimiento Nación Mapuche tenga su sede en la ciudad inglesa de Bristol ni que el separatismo catalán haya conseguido la máxima audiencia en instituciones académicas anglosajonas. Fomentar la lengua común de España e Iberoamérica, por el contrario, es fortalecer uno de los vínculos fundamentales en una comunidad de más de 500 millones de personas hacia el horizonte geopolítico de una futura reunificación, como ha sabido señalar el gran historiador argentino Marcelo Gullo y empieza a cuajar ya en amplios sectores a ambos lados del Atlántico .
La fragmentación política en el mundo hispánico sólo interesa -aparte de potencias extranjeras- a miserables oligarquías internas, cuyos privilegios les permiten eludir las situaciones indeseables a las que se ven sometidas las masas populares. Así, la nefasta inmersión en una lengua regional que ni siquiera es la materna de la mayoría de la población, sin ningún valor como instrumento internacional de comunicación, es eludida para sus vástagos por los mismos políticos catalanes que la imponen a los hijos de los demás; salvo a aquellos cuyos padres pueden permitirse el lujo de pagar una escuela privada, claro. Es el caso del famoso futbolista Lionel Messi, cuya hermana quedó traumatizada cuando la sometieron a ese gran éxito pedagógico de la inmersión en catalán, como contaba el propio jugador: «Cuando mi hermanita iba a la escuela hablaban en catalán, lloraba y no le gustaba. Entonces mi vieja decidió volver a Rosario con ella y mis hermanos. Por cierto, Messi no pronunció jamás ni una sola palabra en catalán durante los 20 años que pasó en Barcelona: no tenía ninguna necesidad. Y cuando tuvo hijos en edad escolar, los matriculó en un carísimo centro privado (35.400 euros al año por los tres niños, sin contar la matrícula de cada uno de ellos, un pago único y no reembolsable de 3.000 euros), donde la educación se desarrollaba en inglés y español, a salvo de las maravillas de la inmersión en catalán.
La familia de Sallent no tuvo ninguna de las dos opciones: ni devolver a las niñas a la Argentina ni pagarse un centro privado. Y las autoridades catalanas hace tiempo que demostraron su determinación de imponer el catalán a las clases más desfavorecidas, caiga quien caiga. No importa cuantos niños tengan que morir o fracasar vitalmente: la lengua regional, ariete de la secesión, es lo primero. Como es habitual en estos casos, intentarán echar tierra sobre el asunto, ayudados por la multitud de escándalos que salpican, un día sí y otro también, el panorama político. Pero el clamor de la sangre derramada de una niña de 12 años, a la que se acosó hasta la muerte, empujándola al suicidio, no debe quedar sin respuesta por parte de la sociedad civil. Debemos exigir justicia elemental: castigo a los culpables, compensación a la familia y devolución de las competencias educativas al Estado, que en mala hora las cedió a partidos supremacistas y secesionistas, los cuales estarían prohibidos en cualquier país de nuestro entorno.