Es insostenible. No podemos aguantar ni un día más sin disculparnos. Los madrileños lo estamos haciendo de pena en esto de la pandemia, somos unos irresponsables que están perjudicando a todo el país y debemos reconocerlo. Hay que pedir perdón. Sería deseable una disculpa oficial, pero la señora Ayuso es demasiado orgullosa, como demuestra su insistencia en no dejar gobernar a la izquierda. Y yo no represento a todos los madrileños, claro está, pero abro el camino humildemente con esta reflexión y fraternal petición de indulgencia. Perdonadnos, compatriotas.
Es la hora de la autocrítica. Los madrileños somos imprudentes. En general, el ambiente liberal (neoliberal) que hay en la región invita a no cumplir norma alguna. Nos quitamos la mascarilla para comer, para fumar o para dormir, nos metemos el dedo en la nariz, estornudamos con los brazos agarrados por detrás de la espalda (como un futbolista evitando hacer mano en el área), incluso escupimos a los demás si surge una buena oportunidad. Hablamos a veces. Abrazamos a desconocidos por la calle, nos amontonamos en el metro por capricho, practicamos sexo sin hacernos antes un par de PCR y comemos cosas que encontramos por el suelo. Sin ir más lejos, yo llevo quince minutos sin lavarme las manos. Un gorrino.
Luego está la peligrosa manía que tenemos en Madrid de manifestarnos por todo: por la gestión del Gobierno, por la gestión de la Comunidad, por no confinar a los ricos, por la sanidad, por el racismo de otros países, porque el vicepresidente tiene un jardín muy grande, porque hay demasiadas manifestaciones… Para colmo, estas manifestaciones en la capital ya ni siquiera las hacemos tomando las medidas de precaución que se adoptaron en las movilizaciones del 8-M, tantas veces mencionadas por los medios como un ejemplo de lo que sí está bien hecho. Y no solamente nos manifestamos, sino que nos contramanifestamos, con lo cual obtenemos un juego de suma cero de las protestas y ninguna manifestación produce efecto alguno, salvo contagios innecesarios.
Todos los viernes se arma la mundial: decenas de millones de madrileños se empeñan en escapar de esta oscura ciudad para diseminar por toda España el virus que nos asola. En redes sociales se comparten con furia imágenes de kilométricos atascos en las carreteras que conectan la capital con lugares mejores. También se distribuyen imágenes de la estación de Atocha repleta de seres infecciosos. Los trenes que van a Sevilla, Valencia o Barcelona se abarrotan de pestilentes ciudadanos tal como denuncian no pocos tuiteros y medios al grito de “¡detengan esos trenes llenos de madrileños!”. Con maldad, se usan trenes de alta velocidad para que el virus se distribuya más rápidamente por todo el país.
En los aeropuertos es más fácil subir o bajar de un avión con coronavirus que con un desodorante en spray. No hay controles reales en Barajas. Evidentemente, es culpa de Ayuso, que solamente se los ha pedido al Gobierno doce veces y no veinte o treinta. Es verdad que por nuestro principal aeropuerto están pasando más de un millón de personas al mes, pero la mayoría de ellos no son madrileños, sino gente sana, así que la desidia de la Comunidad en este tema no debería preocuparnos demasiado.
Por suerte, cuando estábamos seguros de que la segunda ola estaba retrocediendo y ni un segundo antes, Sánchez intervino y cerró Madrid para evitar que infectáramos otras regiones. Se aseguró de que solo nos contagiemos entre madrileños. Además, eliminó la discriminación entre barrios, permitiendo que los distritos con más contagios puedan redistribuir el virus por todo el municipio, reduciendo así la desigualdad pandémica. Y lo hizo basándose en los consejos del comité de expertos, gente discreta que evita aparecer en público pero cuyos nombres han acabado aprendiéndose de memoria todos los españoles después de tantos meses salvando vidas.
Hablando de científicos independientes, Pablo Echenique señaló hace un tiempo en el Congreso que, si no contamos a Madrid, España baja mucho en el ranking de los países con más contagios (y si a Nadal le quitamos los dos brazos, baja mucho en el ranking de mejores tenistas del mundo). También es verdad que si para hacer la comparación epidemiológica elimináramos las grandes capitales de los demás países, España seguramente volvería a su destacado puesto original, pero se le olvidó comentarlo porque es científico y tiene otras cosas que hacer.
Algunas personas con muchos menos conocimientos prefieren recurrir al victimismo y dicen que en Madrid el virus es más difícil de controlar porque la región es una de las zonas con mayor movilidad y densidad de población de Europa. Tonterías. En la engreída capital tenemos mucho que aprender de lugares que están conteniendo muy bien la pandemia como el desierto del Sáhara, la Antártida o Baltablado del Río (ocho habitantes, nueve en verano). En estas zonas se cumplen a rajatabla el distanciamiento social, la limitación de aforos al 0% y la prohibición de reuniones de más de una persona.
A esta ola de victimismo se ha subido también el alcalde capitalino. El señor Almeida no deja de repetir que espera que el resto de regiones de España reciban el mismo trato que Madrid, un deseo muy feo que solamente alimenta el odio hacia nuestra comunidad. Un odio que viene de lejos, especialmente por el tema del dumping fiscal: mientras otras comunidades autónomas votan a partidos que les prometen prohibiciones y subir impuestos (y cumplen), los madrileños se empeñan en votar a partidos que les prometen libertades y bajar impuestos (y cumplen). ¿Se están burlando los madrileños de todos los españoles al no votar lo que quieren los ciudadanos de fuera de Madrid? ¿Si en otras regiones tienen envidia de los bajos impuestos (es un decir) de nuestra región, por qué no votan en consonancia? Un misterio. Hace unos días, el periodista Enric Juliana dejaba escrito en algún rincón de La Vanguardia esta interesante reflexión: “Si España debe depender cada vez más de la región de Madrid, todos los españoles deberían poder elegir el gobierno de Madrid”. Está claro que alguna vez habrá que abrir este melón (no me refiero a Juliana).
Por cierto, ya que hablamos de periodistas, si han encendido la tele o la radio algún rato, tal vez hayan podido escuchar de casualidad alguna mínima medio crítica suelta a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero muy de pasada. Los medios, especialmente los progresistas (los identificarán porque hablan de pobreza y desahucios cuando gobierna la derecha), están haciendo un gran ejercicio de responsabilidad intentando no criticar la gestión de Ayuso para no meter más presión innecesaria. Podría parecer algo loable, pero no lo es. Esa permisividad injustificada ante la irresponsable gestión de la presidenta nos perjudica. El exceso de tolerancia puede ser fatal. Me pregunto si los periodistas de La Sexta, La 1 o la SER, cómplices silenciosos de Ayuso, conocen la paradoja de la tolerancia de Popper que dice que aplastes por todos los medios al que no sea de tu cuerda. Que se la estudien y critiquen de una vez.
Antes de que ustedes se den cuenta de que me he desviado del tema, planteo una reflexión final. Verán, cuando vienes a Madrid no investigan tu origen, no revisan tus apellidos, no te juzgan por el idioma o el acento y no inspeccionan tu quijada. Igual por eso hay gente que prefiere vivir en la capital en vez de ir donde te dicen que tienes el ADN averiado. El resultado es que la mitad de los ciudadanos que vivimos en Madrid no hemos nacido en Madrid (esto es difícil de entender para un paleto, claro). Así que es normal que cuando van a confinarnos, algunas personas se vayan a su ciudad natal, al calor de la casa de sus padres, a visitar al médico de cabecera porque han tenido un cólico o, los menos, a su apartamento en la playa. Y no digo que hagan bien, pero contemos lo que sucede.
La cuestión es que si yo me fuera a mi Burgos natal hasta que escampara el temporal, ¿representaría a los madrileños irresponsables o a los castellanos irresponsables? ¿Representaría a los hombres blancos irresponsables, a los madridistas irresponsables, a los periodistas irresponsables, a los columnistas fracasados irresponsables? ¿A quién tiene que echar la culpa de mi mala conducta el temeroso ciudadano de fuera de Madrid? Todo esto hay que aclararlo antes de odiar a grupos heterogéneos a lo loco.
En fin, madrileños, pidamos perdón a todos los españoles, a los europeos y al presidente de México, que está muy pesado. Seguro que podemos hacer las cosas mejor y dejar de avergonzar a los independendistas (que ya nos odiaban de siempre) y a los ignorantes de todo el país que compran su rancio discurso. Respetemos las normas de seguridad, cuidémonos y, entre todos, conseguiremos acabar con todas las olas y estados de alarma que vengan. Yo ya sueño con el día en el que las mascarillas, los geles y el subir al metro como un ninja sean cosa del pasado. Llegará ese día. Queridos vecinos y queridos compatriotas, probablemente no saldremos más fuertes, pero saldremos.