El desgaste de la inteligencia española: ¿cómo subimos al Teide?
El Emboscado
Aviso a navegantes. Durante las dos últimas semanas he recibido muchos “inputs” (dicen ahora) sobre lo que desde mi Emboscadura he escrito. Y absolutamente todos los comentarios críticos, positivos o negativos, han sido escuchados con el respeto que el lector de este medio se merece. Sólo aquellas que tenían intenciones personalistas no han sido contestadas.
Cuando me dicen que debo mejorar mi estilo, que soy parcial, que me faltan datos, que no doy nombres… son todas ciertas. Pero nadie me ha dicho que no dijera la verdad o que las cosas que decía no fueran contrastables con datos. Si fuera pertinente, a disposición de quien pertinentemente sea, los datos se tendrán.
Hoy rendiré homenaje a los territorios de Ultramar que son un foco de talento casi natural en inteligencia aplicada. En verdad “las cosas no son nunca lo que parecen”, y si no partimos para acercarnos a algo de un conocimiento compartido, de lo que se llama una “experiencia compartida”, siempre primarán los recelos o las críticas, las imágenes o percepciones erróneas. Primarán los personalismos. Puro veneno en esta España.
Algo que tengo claro es que imprescindible es sólo el aire para la vida, como tengo claro que lo es para la labor de inteligencia empresarial un entorno fértil. Pero el morbo, las ‘películas’ que nos hacemos sobre algo o alguien nos dejan en un nivel nada favorecedor para que las cosas cambien. Damos por hecho que un médico es de una forma concreta, un sacerdote de otra, un militar de otra, y una persona que se dedica a inteligencia de otra. Si no hay comunicación transparente, y una oferta sincera para aclarar algo… Nada se entiende, y entonces comienzan los problemas, los errores, los mitos… y eso pasa con la función de la inteligencia en España.
Wittgenstein hablaba del conocimiento de forma experiencial, como una escalera (Tractatus, aforismo 6.54) en la que subes escalones y, cuando estás arriba, no sabes cómo enseñar el camino a otros o incluso no sabes cómo hacerte entender, amén de no necesitar los andamios para “trabajar”; y sólo en el caso de que siga tus mismos procesos, le acompañes y le muestres “con claridad y distinción” las cosas, sólo entonces comprenderá lo que haces, por qué y cómo. Y esa barrera es el comienzo del desgaste de un analista de inteligencia. Comienza la subida al Teide, pero a pie. Suponemos que el médico sana el cuerpo, el sacerdote sana el alma, el militar protege el cuerpo, ¿y el analista qué salva, qué hace, para qué sirve? En inteligencia, cuando alguien decide dedicarse de forma privada a ella (no hablamos de la inteligencia pública propia de las funciones de un Estado… eso es otra cosa), no siempre sabe lo que se va a encontrar o cómo va a ser su vida. Y muchas veces tu no llegas a la inteligencia, ella llega a ti después de hacer otras cosas y trabajar en otras lides. Hacer análisis de inteligencia o dedicarte a ella es más un resultado que un comienzo. Como en muchas profesiones lo que suponemos desde fuera, no tiene que ver mucho con la realidad.
La máxima “quien sabe no habla, quien habla no sabe” se aplica a este mundo no por oscurantismo, sino porque el proceso por el que alguien se dedica a la inteligencia no es un proceso claro y tampoco, muchas veces, sabes qué pensará el interlocutor. Y parece que quien puede cambiar esto o no le interesa o no le apetece.
Centremos el tema: la inteligencia es el proceso por el que los datos se convierten en información, que, procesada, es conocimiento, y que, cuando actúa y opera para tomar decisiones, es inteligencia. Pero en esta cadena siempre olvidamos hablar de lo más importante: el entorno en el que la profesión actúa, el factor que hace que entiendas “lo que hace y para qué sirve”. Todo eso en todas las profesiones de la era moderna y contemporánea, sobre todo en lo que se han llamado ciencias naturales o sociales, se hizo en cada momento de su aparición o al poco tiempo, desde la Revolución Francesa con la Ilustración y su enciclopedia hasta hoy; pero la “función o el mecanismo” de lo que es la inteligencia y lo que hace, no está en el imaginario colectivo de igual forma, no está “declarado”. Dependiendo del entorno se ve la inteligencia de una forma u otra. ¿Y cómo se ve en España?
Este es el problema más difícil de sortear de la inteligencia en España. No hay cultura de inteligencia real. No hay una percepción social y empresarial de lo que es. En el imaginario colectivo la inteligencia es ilegal, morbosa, peliculera… Nada más lejos de la realidad, la inteligencia viene a ti cuando haces algo conscientemente que te lleva por derroteros que no esperabas. Cierto es que la necesidad que hay hoy de la profesionalización de las funciones, entre ellas las de la inteligencia competitiva, empresarial o económica hace que se formulen iniciativas que ronden la llamada “formación en inteligencia”, así como un “estallido” floreciente de escuelas, cursos, especialistas… todo loable, necesario, que el mercado regulará y cribará, pero que será como subir al Teide andando en lugar de por teleférico (de los 3.718 metros sólo los últimos 163 metros se hacen a pie realmente); precisamente porque ese teleférico es la metáfora de una cultura de inteligencia en un entorno aceptable, con unos mecanismos sociales o “pasarelas” que permiten la comprensión y por tanto la imbricación de los analistas en el tejido laboral de forma natural, pero que sin Teleférico es una “subidita curiosa”.
El hábitat nuestro hace que subamos al Teide sin teleférico, con una mochila al hombro y, además, pidiendo perdón a cada paso que nos encontramos con alguien. No hay grosso modo diferencias entre el “secreto profesional” de un médico y el “deber de reserva» de un analista. Sencillamente el primero se da por sentado, el segundo se confunde con oscuridad y películas en blanco y negro o color de hombres y mujeres “estereotipados”. Un analista está más cerca de un bibliotecario o un sociólogo que de un “mago de la intriga”, nada está más alejado de la función de inteligencia que el morbo. Es la información la que tiene valor y hace que el poseerla te dé un ‘halo’ especial, pero no más que el de un médico que diagnostica viendo las analíticas, preguntando al paciente y haciendo las cuatro deducciones de rigor. De facto, el médico para certificar su diagnostico hace pruebas que le guían en sus decisiones, todos lo entendemos y esperamos fieles a la creencia de la capacidad de un sujeto en bata blanca, como imbuido de poderes que ciertamente no tiene. La inteligencia hace lo mismo, con la diferencia de que ese diagnóstico, esa guía en la decisión, esas analíticas no son fáciles de encontrar o cuando menos el entorno sospecha de nuestras intenciones.
Hace dos semanas hablábamos del pensamiento fratricida del cainismo; la semana pasada, de la lucha contra intereses creados; en esta hablamos de un entorno favorecedor o desértico para la función de inteligencia. De la subida al Teide andando.
Los analistas no son diferentes a cualquier persona, en cualquier empresa. Tienen sus mismos problemas, sus mismos conflictos laborales o personales; pero la diferencia es que mientras en los primeros es aceptado como algo natural, en los segundos la falta de cultura social no tienen esa naturalidad en la que reflejarse. Son como el agua y el aceite. El distanciamiento con su tejido social y empresarial no se acortará si no hay un entorno en el que la identidad de los unos esté clara, la formación sea reglada, la incorporación laboral se vea como algo necesario, y los “mitos y películas” no se sostengan; y lo más importante: tanto la carrera profesional como su trabajo se vea como una herramienta más de la competitividad o de los departamentos de las empresas para hacer negocio.
Si me preguntan el motivo de todo lo anterior, mi respuesta es clara: no interesa que las cosas cambien por ahora. ¿Significa que hay mecanismos que hacen que la inteligencia empresarial española no alcance mejores cotas de difusión y resultados? Sí, evidentemente. ¿Estoy diciendo que es algo premeditado, orquestado, subvencionado por otros? Sí, claro.
Pero no lo veamos como un plan maquiavélico, sino como algo más sencillo. Si mi empresa (o un país o sociedad) competidora tiene aquello que le da competitividad y la hace tomar mejores decisiones, será más difícil para mí ganar licitaciones, ganar propuestas comerciales, mejorar en la rentabilidad de mis activos. No hay, si se me permite la broma cinematográfica, necesariamente en estos niveles un SPECTRA; lo que hay en nosotros es una clara desventaja educativa y profesional sobre lo que es la inteligencia, y que siempre parece estar vinculada a fenómenos delictivos, clandestinos, asimilable al robo, el engaño y la manipulación.
Todos estos fenómenos, si se dan en una empresa, se dan porque comete fraude, no porque use inteligencia. Tomar la parte por el todo es injusto y es una falacia. Pero sí es cierto, y créanme que no soy un conspiranoico, que es evidente a todas luces que el entorno social, económico, empresarial, político… sí está sembrado en un entorno que no favorece la competitividad de la inteligencia o la profesionalización clara de los analistas o la incorporación natural a los procesos empresariales. Toda iniciativa de abrir esos sellos siempre se ha topado con que tiene que escalar el Teide a pie, dado que los dueños del teleférico no nos dejan subir, los empresarios están a por uvas o son distraídos por trileros, e incluso contamos con que no hemos superado en ese imaginario colectivo hispánico las barreras que nos hemos puesto sobre nuestras capacidades. Decía Orwell en su libro ‘1984‘ que, “si quien controla el pasado, controla el futuro, ¿quien controla el presente, controla el pasado?». La respuesta es sí. Ahora nos toca decidir quien es el dueño del teleférico, dado que el Teide nos pertenece.