Restricción de la movilidad nocturna
Hace unos años escribí una pequeña descripción de un mundo imaginario en el que los seres humanos no necesitaban dormir. Alguna vez se acostaban, pero solamente por placer y una o dos veces por semana. Los días se sucedían como algo continuo, con una actividad que apenas menguaba cuando el sol caía sobre ciudades exageradamente iluminadas por farolas y carteles. Urbes sin tregua, sin descanso, con transporte público, comercios, bares, gimnasios y bibliotecas abiertos las veinticuatro horas. Televisiones sin cartas de ajuste, consumo eléctrico disparatado, industrias imparables y el director de El Liberal trabajando veinte horas al día en vez de las dieciocho que trabaja en el mundo real.
Peloteos indecentes aparte, recuerdo que ilustré mi escrito con la imagen de una noche de alguna ciudad europea radiante de actividad. Y también recuerdo que hice un cálculo absolutamente poco preciso según el cual nuestro desarrollo tecnológico y científico en aquel mundo sería al menos el triple del actual. No pudiendo definir muy bien qué era “el triple”, opté por calcular (de nuevo, con poca precisión) los años de adelanto con respecto al mundo real. Obtuve la cifra de unos quinientos años de ventaja de desarrollo acumulado. Evidentemente, según avanzara el tiempo, la ventaja sería incluso mayor. Un mundo sin sueño y cansancio y sin tener que emplear un tercio de nuestra vida en, sencillamente, recuperarnos, sería un mundo que habría acumulado mucho más saber, que habría avanzado mucho más en sus investigaciones y descubrimientos. Por supuesto, en ese mundo habría medicinas que acabarían con los virus en unos minutos. Pero no estamos en ese mundo, sino más lejos de él que casi nunca.
Nos han robado la noche, algo que mejora la situación con respecto a marzo, cuando nos robaron también el día. Nos han impuesto un toque de queda que señala clara y directamente a los jóvenes.
Uno de los mejores recuerdos que conservo de la juventud son las noches madrileñas, incluidos los atascos en el Centro de los que habló Ayuso una vez y a la que solo pudimos entender los más inteligentes y sensibles (no solo iba a haber flores para el director…). Pero ahora tengo que reconocer que a mi avanzada edad el toque de queda apenas me afecta. Y, en todo caso, me ahorra tener que salir a la ventana puño en alto a pedir a la juventud que guarde silencio. Esa juventud a la que en febrero se le dijo que el virus solamente era una gripe que mataba a ancianos moribundos con treinta y cinco patologías previas y que este tema no les incumbía. Algunos ya vimos entonces que era un discurso irresponsable y que éticamente despertaría dudas hasta en Hitler. Pero es que encima era mentira: el virus es una lotería para todos a cualquier edad, aunque, a más edad, más boletos juega uno, claro. Y no hay que olvidar el papel clave que tenemos todos en los contagios.
A buenas horas quieren que los jóvenes se conciencien, después de que el presidente apareciera anunciando la victoria sobre el virus e invitando a la gente a salir a pasárselo bien, después de que Simón minimizara la importancia de la segunda ola en verano y después de que dijera que la situación estaba controlada hace quince días. Ahora, largo estado de alarma. Casi se ha vuelto a repetir el esperpento de marzo: un domingo estaban manifestándose porque, salvo el machismo y los piropos, no había nada que temer, y cinco días más tarde estaban ordenando sacar al ejército para controlar las calles. Aquella vez “no se podía saber” y esta segunda vez, por lo visto, tampoco.
Alguno se preguntará por qué no se ha despedido a Simón a pesar de que prácticamente no ha acertado en una sola decisión ni previsión. Pues entiendan que Simón continúe en el cargo: él fue testigo de primera mano de la desastrosa gestión de la pandemia y Sánchez e Illa no querrán tenerlo en contra en algún hipotético juicio ni dando vueltas por los pocos platós que todavía no controla el Gobierno. Confío en que los que se hicieron camisetas alabando al epidemiólogo ya las habrán tirado al contenedor de la ropa vieja. O al de la mierda. Y al tipo que se hizo un tatuaje con el rostro de Simón solamente puedo desearle que el láser no le duela demasiado.
Toque de queda
¿Y para qué quiere Sánchez un estado de alarma de seis meses? Empiezo a pensar que al Gobierno le aburren las propuestas si no las hacen con cierta maldad. Si en primavera, según el Gobierno, dar explicaciones en el Congreso cada quince días era un ejemplo de democracia, no hacerlo ahora debería ser un ejemplo de lo contrario.
Nos han dicho que el estado de alarma tiene que ser de medio año porque es el tiempo que recomiendan los expertos (cómo no), que según Simón son tantos que “no merece la pena” ni publicar la lista de los mismos. Sorprende que se atrevan a seguir usando el mismo argumento de autoridad después de que medio país se riera de su comité de “espectros”. Pero, mientras los ciudadanos que defienden a nuestro gobierno no empiecen a mostrar síntomas de cierto orgullo (por no decir otra cosa), el Gobierno seguirá recurriendo a las mismas tomaduras de pelo una y otra vez.
El caso es que la ciencia es voluble y azarosa y los expertos también cambian de opinión a veces, por eso la imposición del toque de queda por parte del Ejecutivo duró dos días. Ahora quieren que sean las comunidades autónomas las que decidan si lo mantienen. Sánchez no pretende asumir la queja de nadie ni quiere ser responsable del cierre de ningún bar, restaurante o puesto de limonada ni de la suspensión de botellón alguno. Y prefiere así poder seguir peleando con Ayuso. Todo ventajas.
Se habrán fijado ustedes en que cuando el problema epidemiológico está en Madrid, el Gobierno muestra una enorme preocupación (“la paciencia tiene un límite” decía un sobreactuado Illa) e impone medidas drásticas y cuando el problema se extiende con mayor fuerza por todo el país, dejan a las comunidades autónomas que se apañen. Cuando no pueden rascar votos, del problema que se encargue otro, que Sánchez ya está cansado de salvar vidas.
Por cierto, que tengamos ciudades medianas y pequeñas y regiones medio despobladas con más contagios por habitante que Madrid es un maldito escándalo. Pero como es un escándalo que no le puedes encasquetar a nadie del PP porque está ocurriendo en lugares donde hay gobiernos de todos los colores, el escándalo queda silenciado o tapado por una declaración de Ayuso torpe o sacada de contexto.
La noche es joven
Creo que fue Armengol, la presidenta balear, la que abrió la veda de la irresponsabilidad nocturna. Fue pillada en un bar a altas horas de la noche incumpliendo sus propias restricciones. Incluso se perdió el acta policial que recogía los hechos. Acta que apareció cuando, según medios regionales, el comisario jefe de la policía local iba a interponer una denuncia por la desaparición de la misma. Luego ella se disculpó y ahí quedó el tema. Por suerte para todos los que no somos Ferreras, era Armengol y no Ayuso. De haber sido la presidenta madrileña, no se habría decretado el estado de alarma, sino el estado de guerra, que no se habría levantado hasta su dimisión.
En la noche del lunes, dando ejemplo a la ciudadanía, un centenar de políticos y empresarios se reunieron para celebrar el imprescindible e inaplazable aniversario del periódico El Español en el lujoso Casino de Madrid. A la fiesta asistió Ayuso. Por suerte, también acudieron cuatro ministros con Illa a la cabeza. Eso evitó el conflicto bélico. A la cenita tampoco faltaron Almeida, Casado, Arrimadas, Page o Villacís. Estaba hasta Florentino Pérez, que debe cuidarse, el Madrid le necesita en forma al menos otros cincuenta años. El director del periódico, Pedro J., que pudo habernos metido en una larga y cruenta guerra, aseguró que se cumplieron todas las medidas de seguridad y aforo, aunque algunas imágenes del evento parecían mostrar, como poco, ciertos descuidos (aunque es normal que los invitados se tuvieran que quitar la mascarilla para hacer desfilar alguna gamba por el esófago).
Al día siguiente Illa o Almeida entonaron el mea culpa y la ministra María Jesús Montero admitió que “toca una autorreflexión”. ¿Debemos suponer que a veces la ministra no reflexiona consigo misma? ¿Debate con otras voces en su interior? ¿Convoca reuniones en su cerebro? ¿Se comunica telepáticamente con otros ministros?
Hasta ahora hemos visto a políticos y adláteres incumpliendo la cuarentena, fumando sin guardar la distancia de seguridad, surfeando, manifestándose… Curiosamente, ver saltándose las restricciones a los que las imponen ha reanimado a los negacionistas, esos que piensan que todo es una invención y que ni hay virus ni hay nada. Negacionistas que tampoco saben muy bien cómo explicar el exceso de muertos, especialmente el que se está dando entre el personal sanitario. Tampoco saben explicar cómo se han puesto de acuerdo todos los políticos, científicos y médicos del mundo para sostener el teatro, claro.
Señores, sé que todos estamos deseando que termine esto, estamos cansados de tener cada día que dejar decisiones o eventos para más adelante: proyectos laborales, viajes, visitas a seres queridos o bodas que se aplazan tanto que se juntan con el divorcio. Y ahora está el tema de las Navidades. ¿Se podrán celebrar? De alguna manera se hará, aunque sospecho que todo ocurrirá exclusivamente en el interior de los hogares, con posible toque de queda (que esperemos que no derive en una rebelión generalizada) y en reuniones con aforo limitado y sin compartir el mazapán. De ser así, supondrá un nuevo fracaso de previsión de nuestros queridos políticos y epidemiólogos con sueldo público, aunque en su descargo hay que reconocer que no se podía saber que este año la Navidad iba a caer en diciembre.
En lo que seguro que tienen razón los negacionistas es en que no se puede aceptar que esta situación excepcional se convierta en normalidad. Ni los más fieles votantes socialistas, de esos que por más que tragan siempre se quedan con hambre, renunciarían a la vida a la que estábamos acostumbrados. Es más, si la ciencia nos anunciara mañana su incapacidad para darnos una vacuna o una solución al virus antes de un lustro, sencillamente, tendríamos que volver a la vida normal y suerte a todos. Por ahora, mientras llega el remedio, se escuchan oportunistas anuncios de un nuevo mundo (organizado según la ideología estatista de turno, cómo no), pero cualquier cosa que no sea volver a 2019, respetando que el Madrid tiene una Liga más, será un fracaso para la humanidad. Ni me lo planteo, oigan.
En fin, terminemos, que se hace tarde. Aunque yo pueda parecer un tipo tranquilo y ridículo, no crean, también estoy cabreado con todo. Un día hasta estuve mirando jarrones de dos euros en Amazon para tener a mano cosas que poder romper. Al final no compré nada y ahora tiene que venir el albañil a arreglarme la pared. Tenemos la obligación de contener la rabia y la ira homicida y de cuidar las medidas de seguridad. Y no debemos caer en la negación del presente que nos ha tocado vivir. Creer que la falta de responsabilidad de los políticos demuestra la inexistencia del virus es como creer que el comportamiento de Echenique demuestra la inexistencia de la bondad. Así que protéjanse, aplanemos todas las curvas y sean todo lo felices que puedan. Ya nos devolverán la noche.
Extra para lectores incansables y con cabreo insuficiente:
Nuevos Presupuestos Generales del Estado. Como prometía el Gobierno, no dejan a nadie atrás: se sube el sueldo de los funcionarios y el del Gobierno, se duplica el gasto en renovar coches oficiales, se aumentan los presupuestos del CIS de Tezanos, de RTVE, del ministerio de Irene Montero (que tiene que seguir combatiendo el color rosa) y de la Casa del Rey. Entre otras muchas cosas. Son unos presupuestos propios de un país como el nuestro, con una potente economía creciente, sin deuda alguna y con un futuro demográfico sin incertidumbres. Si sobra pasta, en algo habrá que gastarla. Además, para ayudar a todos, se le sube un puñado de impuestos a la ciudadanía, que ya ha ganado suficiente dinero desde que acabó la pasada crisis. Sánchez no va a dejar de gastar a manos llenas nuestro dinero hasta que Europa le diga lo contrario. Si tiene que hacer recortes, quiere que se los impongan desde fuera.
Mientras tanto, el gobierno catalán ha anunciado la creación de una agencia espacial propia que pondrá en órbita dos satélites que no necesita. No es coña. Por lo pronto, 18 millones de euros en cuatro años va a costar la última paletada independentista. Eso sí, tengo que admitir humildemente que el independentismo, de otra cosa no, pero de estar en la luna sabe una barbaridad.
Hoy estoy optimista, es todo un desastre.