Falta de Inteligencia, falta de educación: radicalismo que se aprovecha de nuestras escuelas, por Fernando Cocho
El Emboscado
Ayer hicieron cinco años de los execrables, bárbaros y rastreros atentados a la “forma de vivir europea” representados, según estos degenerados, en ese fútbol que por otro lado, tanto adoran y en la Sala de conciertos Bataclan. Al mismo tiempo aquí se prepara en España la “enésima” batalla en el congreso sobre la “enésima reforma educativa” llamada “ley Celaá”, con más de 300 enmiendas parciales. Recomiendo la lectura, siempre debería ser obligatoria en un país avanzado, de su Constitución como Carta de Derechos y Obligaciones, donde en el artículo 27 se habla sobre la libertad de expresión, y en el que fuera el articulo más polémico, que llevó más tiempo pactar, el 27, concerniente a los derechos del individuo a una educación digna y de calidad. Recordemos que vivimos en un estado aconfesional.
Un Emboscado observa desde la distancia y un aparente estoicismo los sucesos que en el mundo acontecen y dispara a nuestras conciencias para despertarlas. Pero en este caso, me permitiré luchar cuerpo a cuerpo y dejar otras armas para otra ocasión menos cercana. Al primer suceso comentado lo veré enlazado con el artículo de la semana pasada y los radicalismos que nos acechan ya con su aliento en la nuca. Al segundo suceso encadenaré mis casi 30 años ininterrumpidos dedicados a la docencia en todas sus vertientes que precisamente celebraría aniversario tal día como ayer. Por tanto, como afectado en las dos ramas, voy a intentar hacerle un pulso a los motivos que subyacen al reiterado fracaso en materia de control de radicalización en España. Ya sé que en otros países también, pero sus causas son otras, y a mí me preocupa arreglar “mi casa antes que criticar la de los demás”. Sigo la máxima Cartesiana de “cambiar uno antes de pedir que cambien los otros”; y el permanente fracaso en cada una de las reformas educativas que en el Estado se han dado en estos últimos 30 años, es la que de forma directa favorece el primer suceso, y a pesar de la manifiesta ineptitud de nuestros dirigentes la educación logra dar frutos de alta calidad.
Aviso a navegantes: no esperen palabras dulces en ninguno de los dos problemas. Ni esperen que eche balones fuera para distraer la atención. Soy responsable por connivente con mi generación de forma directa de las desgracias en ambos campos. Mea Culpa que no por compartida es más excusable. Hemos permitido que nos hurten la libertad, los avances del Estado de Derecho, la Democracia y que resurjan en nosotros vientos de xenofobia, debilidad moral y falsa tolerancia al otro.
Debo en primer lugar agradecer a todos y cada uno de mis maestros/as su esfuerzo por darme lo mejor de ellos y su ejemplo para mejorar mi “tosca y dura cabeza” para ser un buen ciudadano. A ninguno olvido.
Pero no me queda más remedio que acotar a mis mayores que me enseñaron a “devolver a la sociedad el doble de lo que me dio, me educaron en la responsabilidad, el respeto y la constancia”. Me engañaron o se engañaban, no me hablaron de la verdad y de los techos de cristal: no triunfa quien hace bien las cosas y se esfuerza, sino el que tiene mejores redes sociales y contactos, cuando no se los procura a golpe de talonario. Del barrio a la urbanización, de la cultura del esfuerzo a la cultura del pelotazo (evolución hispánica del viejo comportamiento de “El Lazarillo de Tormes”). Y dirán, ¿qué tiene que ver esto con el radicalismo? Pues todo. Una sociedad avanza con el esfuerzo colectivo en el que las mínimas normas y comportamientos fijados en el inconsciente colectivo cuestan años construir, y sin embargo en un trienio desaparecen de nuestra escala de valores. Si debo explicar a un púber el por qué debe sentarse bien o no debe hacer ciertas cosas, es que, o le he dado mal ejemplo como adulto, o he mirado a otro lado cuando me encontré en condiciones de “afear” la situación. No confundamos respeto o no meterse en lo que no te llaman con cobardía. Cuando he viajado a esos países que llamamos primitivos o atrasados, he visto más respeto y civismo, que en esta Europa con la boca llena de “soflamas”. Si eres mejor hay que demostrarlo. A los niños, a los adolescentes, hay que darles amor y respeto hasta que “le salgan por las orejas”, pero al tiempo hay que darles ejemplo y disciplina. El mundo mejora cuando todos aceptamos tácitamente las cosas y luchamos explícitamente contra lo que no es correcto, venga de donde venga. Es mejor saber contra qué luchar que no saber dónde estás. Nos ha dominado el falso buenismo, los hipócritas débiles de moral que gobernaron nuestras vidas y arruinaron nuestros logros; eso sí, sus hijos no se verán contaminados ni por la lucha laboral, ni por el conflicto, dentro de sus salvaguardadas escuelas o sus “colonias de gente de bien”. Decía un nada sospechoso de totalitario, Jean Françoise Lyotard: “Si quieres niños demócratas de mayores has de criarlos con disciplina, y si quieres bárbaros de mayores críalos en democracia en su infancia”. Puede que no sean tontos, si no que esté premeditado; pero me resisto caer por ahora de lleno en las redes del mundo “conspiranoico”.
Hemos confundido libertad privada con derechos sociales, hemos confundido tolerancia con “debilidad moral”; es mentira que no existan valores actualmente, lo que ocurre es que no tenemos, no les damos a nuestros hijos, herramientas y criterios para discernir y tomar una decisión, asumiendo las consecuencias. De ahí, y no únicamente, la debilidad del currículo educativo del que derivan los problemas de la facilidad con la que nuestros niños son adoctrinados de una u otra forma (de forma cíclica según estén en el poder unos u otros). Frente a esto vemos que los cambios legislativos o de currículo y programación afectan menos cuando los valores identitarios están claros, es más, cuanto más caótico es el currículo, más fácil es adoctrinar a los alumnos ante la “soledad con la que se encuentran en la búsqueda de referentes”. Confundimos libertad con “hacer de su capa un sayo”; confundimos tolerancia religiosa y respeto a los valores del individuo, con negación de la prevalencia objetiva de unos valores sobre otros. Creemos a esos estériles pedagogos (y sus libros de autoayuda para padres culpabilizados), que jamás se enfrentaron a una escuela, cuando dicen que es incompatible la educación fuerte y la formación en competencias amplias con la felicidad, y «que hemos de buscar no perder ese niño eterno que llevamos dentro, inconsciente y de puro ludismo, que construye a su gusto un mundo de valores” (malas lecturas del pobre Nietzsche y su filosofía). Es un error pensar en cómo los valores y los cambios sociales deben adaptarse a las creencias. Es justo al revés, las creencias deben encontrar su vehículo de expresión dentro de las estructuras que hemos decidido darnos. En qué cabeza cabe que para integrar alumnos/as de origen magrebí (por ejemplo) pidamos la creación de materiales didácticos a los imanes y miembros de por ejemplo el Tabligh, para lograr la integración y asimilación en nuestro sistema social, sin saber, o al menos sin querer saber, más que para salir del paso a las directrices de las inspecciones correspondientes, lo que piensan o cómo conciben el mundo estas formas de pensamiento. Pero no es un planteamiento retórico o teórico, es algo que yo mismo he presenciado no hace mucho tiempo en un instituto español, exactamente en el año 2008. Tiempo suficiente para criar “radicales que luego cambiarán normas”. Da igual los “sesudos” pero didácticos análisis que los diversos grupos de pensamiento en España hagan sobre este u otros temas. Es más importante la vida privada de cantantes, meretrices o famosos, o el gran conflicto moral que se dirimirá en el siguiente “Derby deportivo”, que enseñar a hablar o escribir o razonar con argumentos no falaces o al menos con argumentos bien construidos a nuestros hijos. Algo que también ocurre en otros países, pero menos. Por eso nuestra mansedumbre ética y la falta de cultura de seguridad y defensa de valores democráticos hace que seamos reos de los que sí tienen claros sus valores, sean aberrantes o no, o que consideremos que sus preceptos identitarios han de ser vistos como “iguales”, cuando estos tienen otros orígenes, otros intereses y procesos de culturización. Ese es el fundamento, junto con el falso buenismo reinante en la sociedad, lo que provoca a medio plazo la facilidad de radicalizar a un porcentaje pequeño, pero resiliente, de ciudadanos españoles, así como atraer a otros “perdidos en su identidad” dándoles una nueva vida conversa y con sentido.
Un formalista, y declaro que lo soy, no hace lo que quiere, hace lo que debe, aunque eso le perjudique, porque no piensa en su beneficio, si no en el del colectivo que le ampara o que intenta construir para sus hijos. Un seguidor de la heteronomía moral o las morales materiales, obedecen las leyes por propio interés, no por creencia en ellas como principio rector. Por eso cambiamos de “chaqueta tanto y tan rápidamente” para ser los más progres y demócratas. Y por eso ante el despiste y la ambigüedad, los “predicadores de cualquier cosa que suene a sacarnos de la molicie” triunfan en las mentes de los hormonados adolescentes, los amargados e insatisfechos adultos, y si me apuran, conquistan a golpes nuestras almas por “su propio bien”.
Es una batalla perdida, guerra que se perderá si no cambiamos nuestra forma de enfocar la educación, la integración, la multietnicidad… y sobre todo dejamos lo urgente para sembrar lo importante.
En Bataclan lo que ocurrió fue la señal de que están entre nosotros aquellos que son lobos con pieles de cordero, mejor dicho, aquellos que cuales reptilianos priman sus instintos identitarios a los de una razón religiosa o laica. Ambas no he leído nunca que toleren la barbarie, la crueldad con el semejante o el diferente, y por supuesto, escuchan antes de juzgar las motivaciones del otro. Identifiquemos a aquellos que se aprovechan de nuestra debilidad moral o debilidad mental. O convivimos de verdad o renacerán entre nosotros los huevos de la serpiente ya sea en formato Xenófobo, terrorista político, yihadista o “supuestamente recuperador de valores de otro tiempo envueltos en banderas e himnos de otra época”. Habrá más Bataclanes si no ponemos pie en pared a la voz de: ¡Ya! Seremos más necios si no dejamos de politizar la educación y construimos con sentido común la mente de nuestros hijos. Como decía Rafael Sánchez Ferlosio “vendrán más años malos y nos harán más ciegos”.