Política para políticos, por Pedro Baños
Todo para el pueblo, pero a costa del pueblo
“Si la opinión del pueblo no me gusta, se cambia al pueblo”.
Stalin.
Creada por los propios ciudadanos, la élite política, pagada a diario con sangrantes impuestos, se encarama a la cima del poder con tanta fuerza y prepotencia que inmediatamente comienza el proceso de desprecio a los que les han aupado al pedestal. Sus vasallos empiezan a molestar, entorpecen el tráfico de sus comitivas, les importunan sus preguntas.
No olvidemos que, tanto la historia como los ejemplos más recientes, nos recuerdan que todos, salvo honrosas excepciones, en cuanto llegan al poder adoptan las mismas poses y gestos de suficiencia y soberbia de los que les precedieron, aquellos de los que despotricaban sin cesar, a los que criticaban con dureza. Pero, de nuevo, nuestra débil memoria, unida a la falta de costumbre de acudir a las hemerotecas, junto con nuestra despreocupación endémica, hace que no les saquemos públicamente los colores como deberíamos. Han logrado abducirnos.
Mientras, sus seguidores, fanatizados al extremo, aplauden los despropósitos que en ellos observan. Los mismos que hasta muy poco antes condenaban y que jamás aceptarían ni mínimamente en sus contrarios ideológicos. Esto es sugestión. Esto es dominio mental de las masas. La subyugación psicológica de una población que encima cree que ejerce su libre albedrío.
Bizcocho de monja, fanega de trigo
El político nunca da nada por sí mismo. Solo aparenta ofrecer a los ciudadanos lo que éstos ya le han aportado previamente. Es un mero gestor de los recursos ajenos. Por eso, cuando promete construir un hospital, una escuela o un polideportivo, lo que no dice es que lo van a pagar los mismos a los que se los está ofreciendo. Y si no lo pagan ellos directamente, lo harán sus hijos y hasta sus nietos.
El político estará hipotecando el futuro de otros para cumplir programas que principalmente le benefician a él. Y si por un casual hiciera algún sacrificio personal (el bizcocho), es porque espera conseguir un rédito mucho mayor (la fanega de trigo), como nos enseña el dicho popular.
El efecto chiringuito
“El Principio Shirky es: Las instituciones siempre tratan de preservar el problema del que son la solución”.
Marta Peirano.
Pensemos en el típico chiringuito que abunda en nuestras playas, orientado a saciar el hambre y la sed de los bañistas. Obviamente, quiere hacer bien su trabajo y que los clientes se vayan satisfechos. Pero de una forma transitoria, tal que al día siguiente vuelvan a sentir la misma, y a ser posible mayor, necesidad de acudir al establecimiento.
Del mismo modo, cuando se crea un departamento con una finalidad más o menos concreta, teóricamente necesaria y beneficiosa para la sociedad, para la persona a cuya dirección ponen, su sueldo se convierte en su modo de vida, al que ni quiere ni puede renunciar. Al margen de otras posibles prebendas o del mero hecho de ejercer su pequeña parcela de poder sobre los empleados y los medios que se le asignen, así como de las personas hacia las que estén orientadas sus actividades. Por lo tanto, la primera misión que se dará a sí misma esta nueva entidad será garantizar su propia supervivencia. Así, como debe rendir cuentas periódicamente de los logros de su actividad, hará todo lo posible por perpetuar su “chiringuito”. Compaginando el cumplimiento de la obligación encomendada con su propia supervivencia. Llevando a cabo acciones o investigaciones que demuestren que su existencia es imprescindible. Incluso cuando sea consciente de que está perjudicando a otras personas o entidades.
Es un clásico que observamos a diario. A veces ocasionando problemas mayores que la finalidad para la que fue creado, siendo por ello imposible desmantelarlo.
Valga como ejemplo, burdo pero ilustrativo, que a alguien se le encarga verificar e impedir que las ranas se vuelvan agresivas y puedan representar un peligro, tanto para sus congéneres como para los humanos. Pues bien, no tengamos ninguna duda de que se llegarían a ver numerosos gestos agresivos en estos anfibios. Aunque, en realidad, no fueran más que sus característicos saltos. Y si ninguna diera muestra alguna de agresividad, ya sabrían como provocarla. Mientras, elaborarían prolijos y extensos informes, ambiguos y casi incomprensibles, pero con los que justificarían, al final de cada mes, el gasto que suponen en personal y medios, porque ¿quién va a trabajar en perjuicio propio, buscando acabar con su sustento?
La lección es que se debe tener mucho cuidado con la creación de estos “chiringuitos”. Se corre el riesgo de que se perpetúen, magnificando, en vez de resolviendo, problemas sociales.
Pedro Baños. Autor de “El Dominio Mental”.