Pues menos mal que somos dinosaurios. Pues menos mal que a nadie interesa lo que decimos los viejos del PSOE. Pues menos mal que no hay que hacernos ni caso. Pues menos mal que ya pasó nuestro tiempo. Y digo que menos mal porque ni uno de esos “menosmales” se compadece con la realidad. Si no pintáramos nada no habría salido una jauría de insultadores a tratar de desprestigiar lo que declaramos de tarde en tarde y a tratar de camuflar nuestras declaraciones, intentando convertir en insultos al PSOE y a sus dirigentes lo que son opiniones libres desde una militancia socialista libre en un partido libre.
Bueno, lo de socialistas será porque lo decimos nosotros, pero no es porque lo seamos; los que tienen el socialímetro en la mano —nadie sabe por qué ni quién se los ha dado— miden nuestro grado socialista y han decidido con un veredicto inapelable que hay viejos en el PSOE que, además de llevar 50 años de militancia y de haber arriesgado su libertad cuando ser socialista no era una bicoca sino un peligro, no son socialistas. Pero curiosamente, la vara de medir que utilizan es doble: no somos socialistas quienes discutimos acciones del Gobierno socialista o cuestionamos decisiones de la dirección del PSOE, y sí lo son quienes apoyan cerradamente esas decisiones o acciones. Y así, según los defensores de la verdad revelada, no es socialista ni leal con el PSOE quien fue su vicesecretario general durante varios años porque se opone al pacto con Bildu y lo exterioriza en la televisión pública. Por el contrario, sí es socialista y leal quien fue ministro de Educación en el primer Gobierno socialista porque insulta, denigra y trata de humillar a quien fue su vicepresidente en el Gobierno de Felipe González en un periódico digital tan izquierdoso como ‘El Español’.
Y ante esa doble vara de medir, no he visto a nadie que salga mandando callar a Maravall, que habla desde un repugnante elitismo intelectual, y sí se indignan cuando es Alfonso Guerra el que utiliza su derecho a decir lo que piensa desde su experiencia y su vivencia. Maravall y Guerra son dos veteranos del PSOE. Maravall puede hablar. Guerra no. Da la sensación de que algunos no se han percatado de que la libertad se hace carne cuando la puede ejercer el disidente. Si el disidente no puede hablar, es que entonces no se vive en una democracia o, mejor expresado, no es demócrata quien solo permite y tolera discursos elogiosos hacia el poder y castiga y denigra al que discrepa.
La agresividad y la venganza que se destila en las declaraciones de Maravall contra Guerra deben de tener alguna explicación psicológica. Maravall —que no Maragall que es de lo que muchos creen que se habla cuando te refieres a Maravall— se reivindica más de la pata del Cid que los demás. ¿Será que se siente frustrado porque a los españoles, socialistas o no, haya que contarles quién es Maravall y nadie pregunta quién es Guerra? ¿Será envidia de esa que no es sana? Será que resulta bochornoso que el Cojo Manteca sea la única referencia que permite que algunos recuerden el nombre del ministro de Educación del primer Gobierno de Felipe González?
Cuando la dirección socialista, con Pablo Iglesias a la cabeza, envió en 1920 una delegación a Moscú para ver si su joven partido socialista se integraba o no en la III Internacional Comunista, Fernando de los Ríos, junto a Daniel Anguiano, preguntó a Lenin: «¿Cuándo habrá libertad en el país?». Lenin le respondió a Fernando de los Ríos: «¿Libertad? ¿Para qué?». Fernando de los Ríos le contestó a Lenin: «Libertad para ser libres».
Quedó meridianamente claro que quienes no siguieran las instrucciones de Moscú serían expulsados de la Internacional Comunista. Pablo Iglesias exclamó que a su partido nadie lo iba a expulsar de ninguna parte, por la sencilla razón de que el PSOE no entraría en una organización donde se impusiera la obediencia ciega. El PSOE, dijo, es un partido libre, democrático y desobediente. Por eso, quienes persiguen con el insulto, el improperio, la descalificación a quienes sostenemos posiciones diferentes sobre asuntos complejos y discutibles, se equivocaron de partido. Tenían que haberse integrado en alguna organización de la III Internacional para ser vasallos y delatores de los disidentes. ¡Qué pena me dan tipos así!