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Navidad conspirativa y pandémica, por Juanma del Álamo

Navidad conspirativa y pandémica, por Juanma del Álamo

Cuando se publique este texto, si la censura gubernamental y las envidias en la redacción lo permiten, faltarán seis días para Nochebuena. Se está acabando el que la revista ‘Time’ ha bautizado como el peor año de la historia, una afirmación que tal vez no habría resultado exagerada si nos hubiéramos tenido que confinar en la era preinternet.

Estos días recuerdo con indignación la Nochevieja del año pasado. Tras las campanadas, en televisión, con falsas sonrisas y sin alertar sobre lo que se nos venía encima, felicitaban el 2020. En mi familia tampoco nadie avisó de nada, y eso que pregunté. Todo eran risas, champán y uvas siendo deglutidas. Feliz año, feliz año. Por supuesto, han desaparecido las actas de lo que ocurrió aquella noche en casa de mi abuela.

He consultado en varios medios el horóscopo del último día de 2019 y del primero de 2020 y solamente he encontrado predicciones de un año lleno de oportunidades, salud y viajes. Avergüenza este silencio cómplice evidente, dada la altísima fiabilidad de esta especialidad científica.

Otros que se lo callaron fueron los de la Organización Mundial de la Salud. El último día del año, mientras yo comenzaba a arreglarme para la cena a las seis de la tarde, los funcionarios de la OMS registraron un nuevo virus con origen en la ciudad de Wuhan. En España lo habríamos dejado para después de Reyes.

Conspiraciones y delirios

La pandemia está durando más de lo que esperábamos en primavera y la pesadilla que comenzó oficialmente hace un año todavía sigue acompañándonos. Desde el principio la gravedad y lo inaudito de la situación llevó a muchas personas al camino de la negación y la paranoia conspirativa. Es cierto que los complots existen, como el Watergate, el asesinato de JFK o el Villarato. Pero es absurdo pensar que todo lo insólito es una conspiración.

Los sologripistas fueron los primeros negacionistas. Quitaron importancia al virus y aseguraron que nuestro sistema sanitario puntero (según ellos, muy superior al de la medieval China) no tendría problema con esa gripecilla de nada. Además, Asia les parecía que estaba muy lejos, a pesar de que un infectado podía desayunar en Pekín y merendar en Barcelona.

Como la situación superó para mal casi todas las expectativas, algunos optaron incluso por negar la propia existencia del virus, lo cual implicaría una confabulación internacional de todos los gobiernos, científicos y médicos del planeta que, además, necesitarían millones de enfermos y cientos de miles de muertos para sostener la mentira. Aunque no se lo crean, algunos todavía insisten en esta teoría.

El objetivo de esta treta internacional sería el de arruinarnos a todos para establecer el comunismo en todas partes. Recuerden que muchos denunciaban en primavera que el estado de alarma y el confinamiento se alargarían eternamente para así llevarnos a un paro del 99% y poder instaurar una dictadura. Cuando el confinamiento cayó, hubo que dar el salto a nuevas teorías, claro.

Casi desde el principio aparecieron los reyes de la testiculina, esos que van presumiendo de que nadie gobierna sobre ellos, esos que se niegan a ponerse mascarilla alguna o a lavarse las manos hasta para comer, mientras, sin rechistar, entregan la mitad de lo que ganan vía impuestos. Rebeldes en tonterías. Pronto denunciaron que las mascarillas eran un bozal, una imposición que atentaba contra la libertad de expresión, como si antes de la pandemia la gente fuera gritando por la calle cosas muy interesantes e importantes para el sostenimiento de la democracia. También denunciaron que en Europa casi nadie llevaba mascarillas y, sin embargo, tenían muchos menos infectados que nosotros, algo que supuestamente demostraba que las mascarillas eran incluso perjudiciales. Era como decir que las muletas provocan cojera porque los que no usan muletas caminan perfectamente. Yo creo que no era tan difícil cambiar el orden de los factores, la verdad.

Corren por ahí, de móvil en móvil, montajes que se preguntan para qué queremos distancia de seguridad si las mascarillas funcionan. Y viceversa. Y si ambas cosas funcionan, ¿para qué queremos confinamientos? Y si todo ello funciona, ¿para qué queremos vacunas? Hay gente con cerebro humano compartiendo este tipo de tonterías equivalentes a preguntarse para qué queremos frenos en un coche si ya funcionan el cinturón de seguridad o el airbag.

A su vez, el confinamiento, imprescindible en la primera ola (sí, por incompetencia de los que mandan, pero imprescindible), fue visto como una privación del derecho a manifestarse, otra evidencia más de la inminente dictadura. Gente que no se había manifestado en su vida, de repente, vio una irrefrenable necesidad de hacerlo. Al final, en cuanto fue razonable permitirlo, quien quiso pudo salir a la calle a protestar. Cómo no, a lo largo del año las manifestaciones fueron un peligroso foco de contagio o una inaplazable reivindicación dependiendo de quién las celebrara.

Y por supuesto que algunos políticos y súbditos aspiran a una dictadura socialista. Pero las dictaduras no se alcanzan con confinamientos eternos con la esperanza de que la gente se acostumbre y se olvide de su antigua vida con libertad de movimientos y vitamina D. Las dictaduras socialistas no se alcanzan prohibiéndonos salir a correr, se alcanzan con sangrientos golpes militares o en largos procesos persuadiendo a la población, a través de la educación y de los medios, de las bondades de expropiarle el BMW al vecino.

La única teoría conspirativa que comprendo es la que tiene que ver con el origen del virus, todavía por aclarar. Que apareciera a tan pocos kilómetros del laboratorio de virología más importante de China resulta, como poco, probabilísticamente curioso. De ahí a creer que crearon y soltaron el virus intencionadamente hay un trecho, claro. Que escondieran la epidemia durante semanas sí nos lleva a preguntarnos si la humanidad se puede permitir que el país más poblado de la Tierra siga siendo una hermética dictadura.

Políticos incompetentes e irresponsables

En España la gestión de la pandemia por parte del Gobierno ha sido un completo despropósito, algo que evidencian infinidad de contradicciones y mentiras, los datos de muertos e infectados (los oficiales y los reales) y la decisión del Ejecutivo de quitarse cualquier responsabilidad antes de que llegara la segunda ola. Las comunidades autónomas, limitadas en muchos aspectos, no lo han hecho mucho mejor (salvo contadas excepciones que no vamos a analizar), dejando llamativos desastres en lugares medio despoblados que lo tenían todo a favor.

Pero toda esa incompetencia no es motivo para no tomar precauciones. Que los gobernantes se equivoquen todo el tiempo, que nos engañaran y que no tengan ninguna credibilidad no demuestra que todas las medidas que proponen sean inútiles.

Tampoco debería ser excusa para relajarnos que hayamos pillado a algunos políticos incumpliendo las medidas de seguridad que ellos mismos imponen a los ciudadanos. Cuando se descubre a un político saltándose las normas de circulación tampoco comenzamos a conducir como bestias. Su irresponsabilidad no es la prueba de que el peligro del virus sea un invento ni de que se estén riendo de nosotros con una epidemia inexistente.

Las vacunas

Por supuesto, las vacunas han dado lugar a numerosos bulos y teorías conspirativas. Entre ellas, algunas relacionadas con el 5G o con Bill Gates, que querría inocularnos microchips. Imaginen, un tipo que en décadas fue incapaz de hacer un sistema operativo en condiciones ahora quiere vigilarnos desde su casa y controlar cuántas veces hacemos de vientre.

Llama la atención que los mismos que denunciaban que los gobiernos pretendían condenarnos a una pandemia eterna se quejen ahora de que las vacunas se han hecho demasiado rápido. Si no le gusta esta conspiración, tengo otras. Es cierto que las vacunas se han conseguido en poco tiempo por la urgencia epidemiológica, pero también es cierto que se han movilizado más recursos económicos y científicos que nunca o que casi nunca. Algunos protestan porque no podemos conocer sus efectos secundarios a largo plazo. Y es verdad. Para conocerlos tendríamos que esperar, lo cual serviría para sostener esa idea conspiranoica de que los poderosos no quieren que termine la epidemia. Esta gente gana siempre, oigan.

En cualquier caso, creo que se equivocarán los gobiernos que obliguen a los ciudadanos a ponerse la vacuna. Debe ser una decisión personal, especialmente con el riesgo añadido de ser unas vacunas hechas con cierta prisa y microchips de los gordos. Hay que convencer en vez de obligar. Además, la vacuna ya protege al que se la pone, no necesita que los de alrededor se hayan vacunado, aunque eso ayude, claro. Igualmente, estoy seguro de que, si las vacunas funcionan con la eficacia anunciada, alcanzaremos la inmunidad de rebaño sin necesidad de forzar a nadie.

La carrera por comenzar a vacunar ha comenzado. Reino Unido ha sido de los primeros, solamente por chinchar a la Unión Europea. En Bélgica han trazado un plan según el cual se vacunará primero a los grupos de riesgo: personal médico, personas mayores y aficionados a las orgías. En Rusia han recomendado que tras vacunarse se pasen cuarenta días sin beber, que es como pedirle a un argentino que esté cuarenta segundos sin hablar. Sigan leyendo mientras atendemos las llamadas de las embajadas rusa y argentina.

Como saben, la primera vacuna en llegar ha sido la de Pfizer, cuyo CEO vendió buena parte de sus acciones el día que anunciaron los resultados de sus ensayos. A pesar de que era una venta programada en agosto (que se ejecutaría cuando la acción alcanzara cierto precio) y a pesar de que la operación fue bastante pequeña, se generó una gran polémica y algunos consideraron que esa venta era señal de que la vacuna era un timo. Es como si pensaran que el jefe de Pfizer fuera a salir corriendo con el dinero camino de las Bahamas. En fin.

Llega la Navidad

Como ya comentamos en artículos anteriores, adivinar en qué fechas iba a caer la Navidad este año era muy difícil y por eso ha resultado imposible llegar con un plan eficaz y con la pandemia controlada. Y muchos de los que pedían abrir la mano para final de año ya se están arrepintiendo. Pero es que el comité de expertos no puede estar en todo y bastante tiene con existir. En su defensa, hay que admitir que otros países han llegado en una situación incluso peor que la nuestra. Sí que sorprende que, para esquivar la tercera ola, nadie haya propuesto cambiar la Navidad de fecha para hacerla coincidir con algún acontecimiento destacado como el cumpleaños de Echenique.

Según cuentan algunos, el Gobierno ha provocado adrede que lleguemos con la epidemia creciendo porque estos zurdos odian la Navidad y la familia. Y es verdad que hemos visto a elementos de la izquierda despreciar estas fiestas por ser religiosas, pero a mí me cuesta creer que entre las ensoñaciones de Sánchez esté la de fastidiarnos la Nochebuena.

Recuerden que inicialmente el presidente propuso limitar las cenas y comidas familiares a seis personas, un número que según él no era “un capricho, sino que es el que recomienda la ciencia”. Días después, tras la petición de algunas comunidades autónomas, la cifra aumentó a diez comensales. Qué caprichosa y variable está la ciencia en 2020. Lo cierto es que no hay una cifra correcta, sino situaciones de más y de menos riesgo: a más comensales de más viviendas diferentes, mayor probabilidad de que alguno tenga el virus y lo comparta. La situación más segura, cenar solo o acostarse muy triste sin cenar.

Sánchez ya ha demostrado en distintas ocasiones que tiene alergia a tomar medidas impopulares para controlar la pandemia. Ni mucho menos piensa en fastidiarnos la Navidad. Prefiere, sencillamente, pasar la patata caliente a las comunidades autónomas y solamente presumir de los grandes logros, como extender un cheque para comprar vacunas. Es probable que el presidente ahora hasta vea como una ventaja tener que hacer cuarentena después de haber estado con Macron, positivo. Más vacaciones.

Retirado el Gobierno, creí que nadie iba a ser el Grinch, pero ha habido comunidades autónomas que han optado por endurecer sus medidas a última hora e incluso sostener cierres perimetrales. Habrá familias que no podrán reencontrarse estas fiestas. Tomar medidas muy estrictas te da la ventaja de que si la tercera ola es muy suave, puedes vender que fue gracias a tus decisiones. Y si es un desastre, puedes decir que menos mal que tomaste esas medidas y presumir de haber salvado muchas vidas.

Ya que la policía no va a poder estar vigilando cada hogar, poniéndole bien la mascarilla a la suegra y controlando que la sopa no se enfríe, la responsabilidad de cada uno será fundamental en las reuniones familiares. Por ejemplo, yo he iniciado una cuarentena estricta: no veré a ningún ser humano en diez días, con las ventajas que eso conlleva. Es la mejor medida de prevención, aunque evidentemente no todo el mundo puede permitírsela. Pero todo el mundo sí puede reducir sus encuentros y actividades fuera de casa unas semanas.

Dejo aquí otros consejos que puede usted tener en cuenta: no considere allegado a nadie que no conozca desde hace al menos un cuarto hora y no invite a cenar a desconocidos que se encuentre en el portal. Para mantener la distancia de seguridad una buena medida es que cada comensal cene en una habitación distinta. Es recomendable que cada invitado tenga su propio vaso para beber en vez de utilizar un barreño común. No compartan polvorones y no hablen con la boca llena. Beban más alcohol de lo normal para fulminar al virus y ventilen todas las estancias hasta que alguno de los comensales muera de hipotermia.

En mi familia el comité de fiestas todavía debate cómo afrontar estas señaladas fechas, pero ya se han tomado algunas medidas. Por ejemplo, el regalo invisible hará honor a su nombre y este año no habrá, lo que ahorrará disgustos y devoluciones. Ante mis quejas, en Nochevieja esta vez tendremos mucho más cuidado y en vez de felicitar el año nos desearemos suerte o lo dejaremos en un “a ver qué pasa”.

Bromas de malísimo gusto aparte, les invito a que se cuiden. Pensar que saltarse las normas de seguridad e higiene es un acto de rebelión contra el Gobierno es como pensar que dejarse melena es un acto de rebelión contra Zidane. Es una soberana estupidez, a Sánchez le da igual si la palmamos o no. Tienen que cuidarse por ustedes mismos y por los suyos.

Y tomar precauciones no tiene nada de antiliberal. Claro que las medidas para combatir el virus no tienen nada que ver con el liberalismo, y a mucha honra. Pero sí es perfectamente liberal tomar la decisión personal de ser responsable sin que la policía le tenga que dar en el pescuezo.

Tienen ustedes que aceptar renuncias y aplazamientos, no se pueden juntar ciento y la madre y no deben comer cosas del suelo sin soplarlas antes un poco. Algunos se contagiarán incluso cumpliendo las medidas recomendadas, pero por lo menos no tendrán cargo de conciencia. A mí me parece terrible contagiarse porque has ido de rebelde sin causa a pocos días de que se comience a vacunar en España y a unos meses de que todos obtengamos nuestra deseada ración de ARN. Tendremos tercera ola, pero, si somos medianamente responsables, será más leve que las anteriores. Seamos cuidadosos en esta recta final y asumamos que nos robaron un año y, con suerte, solo un año. Comparto que la situación es triste y agotadora, pero también quiero creer que nos encontramos al principio del fin. Estamos a punto de despertar de la pesadilla para volver a nuestra ansiada normalidad. No puedo imaginar otra cosa. Les deseo un a ver qué pasa a todos.

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