La 'fractura' de la luz, por Toni Cantó
Ha hecho falta muy poco tiempo para verle el cartón al populismo. El gobierno, el campo de la práctica, es complejo.
La primera vez que pisé el Congreso, recién elegido, asistí a un acto el día de la Constitución en el que fui testigo de un relevo en directo. En el impresionante Salón de los Pasos Perdidos, tras cotillear el hemiciclo donde pasaría unos años, tuve el honor de hablar un rato con el Emérito, que me impactó por su humanidad, su simpatía y una envidiable habilidad para alcanzar una bandeja de jamón que un camarero paseaba a mis espaldas.
Vi que se había montado una melé alrededor de Rajoy que lo hacía inaccesible mientras, al otro lado del salón, Zapatero deambulaba casi en solitario. El todavía presidente, estaba abandonado. Me acerqué a saludar. Mostró curiosidad por saber qué me había impulsado a meterme en semejante lío. Y me transmitió con un fondo amargo su principal queja: los procedimientos. Se estaba disculpando. Hablamos un buen rato. Y llegó un momento en que me sentí incómodo porque no concebía estar durante tanto tiempo con todo un presidente. Quería cambiar de compañía, seguir tocando a más gente que hasta ahora sólo había visto en el telediario. Pero nadie venía a sustituirme. Zapatero no presidía más. Su teléfono ya no sonaba. Procedimientos…
Fue Cuomo quien dijo que se hace campaña en verso y se gobierna en prosa. Y la prosa podemita ha resultado una ficción barata con ecos de novela romántica de cuarta. La cursilería de la izquierda. El último capítulo de la ruptura entre verso y prosa, ha sido el de la factura de la luz. Bajo el gobierno de esa izquierda que nos daba la turra día sí y día también acerca de una pobreza energética que mataba a miles y que ahora parece haber desaparecido por arte de magia progre, la luz ha sufrido la mayor subida de los últimos tiempos. Y claro, la gente tiró de hemeroteca.
Las redes gozaron. Y pudimos ver a Iglesias, a Montero o a Echenique jurando que una vez en el poder bajarían su precio, su IVA, que la nacionalizarían, la regalarían… ¡Y también dos vatios duros! Pero frente a sus mentiras y contradicciones, lejos de amilanarse, los populistas sacan pecho. ¡Se van a achantar ellos!
El último capítulo ha sido ese vídeo infumable donde Ione Belarra —enchufada junto a su pareja porque en Podemos las colocaciones van a pares— intentaba disculpar a su partido con el ejemplo del frutero y el aguacate. No es el primer jardín donde se mete Belarra. Ya nos contó que en Murcia los agricultores nos envenenan con sus productos. Ahora usa a un pobre frutero —un autónomo que seguro curraría el triple que ella cobrando tres veces menos— para contarnos una milonga. Como si fuéramos imbéciles. Los dirigentes pijo-podemitas entienden la agricultura de una forma muy particular. Parecida a como la ven los ‘Compromiseros’ de mi tierra. Tienen la idea romántica de unos señoritos que desean ver a la gente del campo tirar otra vez de un buey o un caballo, echar conjuros homeopáticos contra las plagas y abonar sólo con mierda.
No paran de hablar de productos ecológicos a los que atribuyen sabores y propiedades mágicas. Olvidan que sólo con sus sueldos —Ione se embolsa 120.000 euros al año más lo que ingrese su novio en casa— puede uno alimentarse de esa guisa. Y piensan que la fruta y hortalizas que producen nuestros trabajadores del campo, pasando toda una serie de controles, son poco menos que venenosas.
Les molesta un invernadero, un tractor, un motor que alimente un goteo. No quieren agricultores, desean jardineros que mantengan los campos en el siglo XIX para su disfrute. Lo dicho, señoritos. Estos ecopijos que han abandonado la rima en un suspiro, van a estar colocados mucho tiempo y dejarán España como un solar dividido. Pero que no nos engañen. La responsabilidad es de un presidente que, tras haber jurado no gobernar con ellos, se ha unido a toda una caterva de nacionalistas, proetarras y populistas para alcanzar el poder.
Sánchez hizo campaña en verso. Su prosa también apesta.