Este fin de semana se detectó en Valencia un HOVNI. Con h. Hospital volador no identificado. Ese hospital de campaña es la perfecta metáfora del tripartito valenciano. Una operación de imagen con sobrecostes que se ha derrumbado a las primeras de cambio.
Es como la fábula de los tres cerditos, pero sin el previsor. Es el hospital de María Sarmiento. Que se fue a cagar y se lo llevó el viento. Uno de cada cuatro muertos por COVID en España ha llegado a ser valenciano. Somos líderes en muerte, contagio…y políticos vacunados. 200 vacunaciones irregulares. Desde Ciudadanos, forzamos -como en Murcia- la retirada del diputado de Alicante que se saltó la cola. Los alcaldes socialistas que hicieron lo mismo mantienen su vara de mando.
Aquí tenemos a una consellera de sanidad, que se ha pasado meses dándonos lecciones a todos, completamente desbordada. Nos gobierna una tropa que hablaba con desprecio del hospital de Ifema por el que pasaron 4.000 pacientes o del Zendal de Madrid que ya ha tratado a 1000.
Una tropa -la izquierda valenciana- que sólo ha conseguido ingresar a 26 personas durante unas horas en su mega tienda de campaña hasta que tuvo que sacarlos porque hacía viento. Junto a la consellera también sufrimos a una secretaria autonómica de salud pública cuyo mayor logro curricular es haber sido abogada de CCOO…y tener el carnet del partido de las camisetitas protesta: los nacionalistas de Compromís.
Estos, son unos campeones. Son el partido de Schrödinger. Practican la oposición…desde el gobierno. Por la mañana piden un confinamiento estricto y por la noche te organizan una cabalgata multitudinaria en la plaza del ayuntamiento. Con un par.
El hospital de marras se creó bajo la coordinación de dos consellerías. Justicia lo construye y Sanidad lo gestiona. Otra metáfora de nuestra querida España.
Ahora, desde mi escaño, escucho al tripartito valenciano hacer una intervención cursi y vacía. Echan balones fuera y no reconocen su responsabilidad. Acusan a la malvada oposición de lo que está pasando. A la herencia recibida del PP. ¡Y gobiernan desde hace cinco años, los muy sinvergüenzas!
El tránsito de Oltra y compañía desde la pancarta y la camiseta a la gestión ha sido duro. Sobre todo para los valencianos. Como el tránsito de Iglesias. Como el de Sánchez.
Pero lo que más me cabrea es esa cursilería de la izquierda que da para un tomo. Ese exhibicionismo sentimental. Hoy, la consellera que subía a la tribuna con los brazos en jarras a reñirnos, lloriquea. Es la misma que dejó a los sanitarios valencianos sin protección durante lo peor de la pandemia, ataviados con bolsas de basura, obligados a reutilizar mascarillas una y otra vez. La que acusaba a los médicos y enfermeras de contagiarse fuera de los hospitales, en familia o ‘quizá haciendo un viaje’.
Sabe que le espera una buena, pero no da una sola explicación, no acepta responsabilidad alguna. No comenta que acabamos de pasar el peor fin de semana desde que empezó esta pesadilla o que se le ha volado el hospital de campaña provocando que seamos el hazmerreir de toda España. Sólo lloriquea. Como si sentir le otorgara un salvoconducto. Como si los demás no lo hiciéramos. Nos cuenta lo que siente una y otra vez. Nos recuerda todas las horas que trabaja. Y luego salen dos o tres mamporreros a repartir. Que si las derechas, que si el Zendal, que qué solitos estamos, que si alguno se alegra de lo que está pasando.
Qué coñazo, por Dios. Al menos ya no dan la tabarra con las malvadas farmacéuticas. Esas, en la época de la vacuna milagrosa, han desaparecido de su argumentario. Ahora el ogro es la sanidad privada. Un sentimental, decía Wilde, es alguien que desea disfrutar del lujo de una emoción sin pagar por ello.
Y estos gobiernan como sienten. Una exhibición impúdica de logros emocionales. Sin ninguna responsabilidad. Cuando va bien, todo son medallas, cuando vienen mal dadas, la culpa es de los demás. La cursilería es pornografía de los sentimientos. Ganan quienes la crean y también quienes se auto satisfacen con ella. ¡Qué bueno soy!
Es el vegano que, entre sonrisitas, hace excepciones con el foie y los ibéricos, el progre que defiende la inmigración siempre que se quede lejos de su barrio, el que permite la okupación de casa ajena, el hipócrita que defiende la imposición lingüística y lleva a sus hijos a una escuela elitista.
Son los mismos que defienden que el poder no les cambia. Que ellos son uno más. Y a la primera ocasión, como los cerdos de la rebelión en la granja de Orwell, para tener un sitio tranquilo y preservar la dignidad del líder, se mudan a Galapagar.