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De Hasél, o de los revolucionarios sin revolución

De Hasél, o de los revolucionarios sin revolución

Decía Aristóteles en la Política que “en las democracias donde la plebe puede ejecutar soberanamente su ley, los demagogos, con sus ataques contra los ricos, dividen siempre a la ciudad en dos bandos”, y lo hacen proyectando en el rico la condición de “enemigo del pueblo”, sigue diciendo Aristóteles. No parece, pues, que estas seis jornadas de “violencia” en las calles de Barcelona signifiquen nada nuevo bajo el sol. Es verdad, sin embargo, que las nuevas tecnologías móviles, redes sociales e internet, le dan un alcance, o pueden dárselo, que en las polis griegas se desconocía. La inmediatez propagandística es un nuevo valor para la función que, en efecto, implica cierta novedad. George Sorel, en sus célebres “Reflexiones sobre la violencia”, comenta esa frase de Aristóteles en el contexto en el que, comentando las derivas y ambigüedades características de la socialdemocracia parlamentaria, de principios del siglo XX, analiza la expresión “lucha de clases”, y su mala interpretación, de su sentido genuino marxista (“la conservación de un lenguaje marxista por personas para quienes se ha vuelto totalmente ajeno el pensamiento de Marx”, lo cual constituye, continúa Sorel, “una gran desgracia para el socialismo”). ¿Y en qué consiste esta perversión de la expresión “lucha de clases”, según Sorel? Pues su respuesta, creo, da con la clave de lo que sucede en Cataluña, con Podemos agitando la calle, y el PSOE mirando para otro lado.

Dice Sorel que lo que la mayoría entiende como “lucha de clases” es en realidad el principio de la táctica socialista, de una táctica, no revolucionaria, sino parlamentaria. No se trata, como en la doctrina marxista, de plantear la revolución para neutralizar esa lucha de clases, al contrario, se trata de agudizar el conflicto de intereses entre determinados grupos como principio de táctica electoral (pero siempre conservando el sistema burgués), poniendo a “los ricos” en la diana, para ganarse así el favor de “los pobres” (que siempre van a ser más los que se perciben como tales que los que se perciben como boyantes), vendiendo la idea de que ellos son la solución a los males que aquejan a los desheredados y menesterosos. “Y poco difiere esto de lo que ocurría en las ciudades griegas: los socialistas parlamentarios se parecen mucho a los demagogos que reclaman constantemente la abolición de las deudas, el reparto de tierras; que imponían a los ricos todas las cargas públicas, e inventaban complots para hacer que se confiscasen las grandes fortunas”, dice Sorel (p. 108-109, ed. Alianza), justo antes de citar ese fragmento de Aristóteles.

No hay tal gobierno “Frankenstein”, no es una criatura hecha de distintos girones, en un compuesto imposible, al contrario, Iglesias y Echenique, apoyando a los que agitan las calles en Cataluña, y pidiendo la excarcelación de Hasél a favor de la “libertad de expresión” (cuando los delitos que le llevan a la cárcel son los de amenazas y agresión), son el complemento perfecto de Sánchez en la aplicación de este principio de táctica socialista, y Hasél una marioneta en sus manos (más ridículo cuanto más histriónico, más payaso cuanto más vilento). Y es que esa “violencia”, que, por supuesto, es delictiva, lejos de ser subversiva, en sentido revolucionario, apuntala aún más el sistema que creen estar revirtiendo, al ser, sin más, pura performance al servicio de la propaganda gubernamental, de la táctica socialista. “Hoy los socialistas parlamentarios, continúa Sorel, no piensan ya en la insurrección: si siguen hablando de ella, es para darse aires de importantes”.En fin, los “revolucionarios” que salen a las calles de Barcelona son a una revolución, lo que unos “soldados” de un escape room a una guerra. Al final saldrán de la habitación, eso sí, convertidos en parlamentario o concejal socialista o podemita en alguna asamblea europea, nacional, autonómica o municipal. Lo de Hasél es puro arribismo, en el mejor de los casos; en el peor, un tonto útil para otros, que van a medrar a su costa. Y es que, concluye Sorel, “el socialismo habla tantos lenguajes como especies hay de clientelas”.

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