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España

Poco pan y demasiado circo

Poco pan y demasiado circo

El apostar por el eslogan y la pancarta frente a problemas serios, que abren toda una escala de grises y requieren cierta complejidad en las formas, trae consigo una progresiva teatralización de la política que ha sustituido el dirigirse a los electores como adultos.

El griterío ha tomado el relevo a la oratoria, la disciplina de partido ha hecho lo propio con los principios y la etiqueta ha funcionado como escudo frente a la argumentación. Y los problemas reales no han escapado de ese manto que Iván Redondo también ha ido tejiendo con paciencia y esmero.

Como casi todo lo perenne, alguien ha escrito sobre ello antes. Y Gómez Dávila no se equivocaba cuando redactó el aforismo que decía que el pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga, aunque para ello hubiera hecho falta una tarea previa porque la educación entrega mentes intactas a la propaganda. Especialmente si los episodios relacionados con esa propaganda les quedan relativamente lejanos en el tiempo: según un estudio de GAD3, el 60% de los jóvenes no identifican a Miguel Ángel Blanco, el 95% de los encuestados desconoce el número total de las víctimas de ETA y la mitad de los jóvenes no sabe qué ocurrió en el Hipercor de Barcelona.

A pesar de haber barrido la religión de la vida pública, el número de rituales no ha parado de aumentar exponencialmente. A modo de ejemplo es oportuno recordar el recibimiento de la Generalitat en la visita del Gobierno central, la escenografía kennediana en el helicóptero o la ceremonia por los fallecidos durante la pandemia. Es otra de esas paradojas de los primeros símbolos.

La puesta en escena de las armas incautadas no iba a ser una excepción. No se puede hablar de una derrota absoluta de ETA con trescientos crímenes sin resolver y el que fuera uno de los cabecillas de la banda sentando cátedra sobre maneras democráticas. La anomalía política real es rendir homenaje a las víctimas del terrorismo pocos meses después de dar el pésame en el Senado por el suicidio de un etarra en prisión.

Cabría preguntarse si entre las armas utilizadas para el teatrillo de la apisonadora también se encontraba el detonador usado en el atentado contra Fernando Buesa, cuyo autor fue acercado a prisiones vascas 24 horas después, tal y como ha ocurrido ya con decenas de etarras en un birlibirloque que no entiende de colores o partidos, pero sí de poder e investiduras.

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