Se cumplen 17 años del atentado terrorista que conmocionó a toda España
Madrid. Jueves, 11 de marzo de 2004.
Amanece en la capital y Madrid es el silencio que precede a un portazo. Todavía es casi de noche y, bien abrigadas, decenas de personas se apresuran a entrar en la estación. Suenan los trenes, los avisos por megafonía y los carteles que anuncian que quedan pocos minutos para que parta un tren. Alguien apura un café en un vaso de papel y las potentes luces contrastan con el ambiente somnoliento. Hay bostezos. Trabajadores y estudiantes, como cada mañana. Rutinas. Costumbres. Un día más. Madrid no sabe todavía que en cuestión de segundos pasará a la historia como uno de los días más trágicos de la historia. Hasta el punto de que a día de hoy, todo el mundo recuerda con precisión lo que estaba haciendo aquella mañana lluviosa cuando llegó ese portazo.
Ese momento entre las 7.37 horas y las 7.40 horas, en el que los relojes de varias estaciones se pararon para siempre cuando diez artefactos explosivos detonaron en cuatro puntos de la red de cercanías madrileña. Habían sido colocados en diferentes trenes en el tramo entre Alcalá de Henares y Atocha por varios miembros de un grupo yihadista. Los terroristas activaron mediante teléfonos móviles las bombas, que estaban compuestas por dinamita plástica y tornillos y clavos a modo de metralla. España era un país acostumbrado a sufrir los incesantes asesinatos de ETA que han ocupado nuestros calendarios con fechas manchadas de sangre prácticamente todos los días del año. Pero aquel atentado era otra cosa. Las detonaciones mataron en el acto a 176 personas en las estaciones de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y la calle Téllez, y otras 15 fallecieron en los distintos hospitales de la capital. En total, los atentados dejaron 191 víctimas mortales y más de 1800 heridos.
Aquel 11M, el primer éxito de la yihad en Europa, lo cambió todo. Madrid estaba acostumbrada a los atentados, pero no a que cada ciudadano pudiera sentir que su vida corría peligro. La reacción del pueblo de Madrid fue ejemplar. Lo fue también la de España entera. Además de los servicios de emergencias, gran cantidad de personas se echaron a la calle a ayudar. En total hubo más de 5.000 atenciones directas, 180 visitas a domicilio y 13.500 consultas telefónicas en IFEMA, hospitales y tanatorios, y a través del SUMMA y el 112.
La Justicia consideró tres autores intelectuales de la matanza —Rabei Osman el Sayed, El Egipcio, Hassan El Haski y Youssef Belhadj—, pero ninguno fue condenado por ello, sino por pertenencia a organización terrorista. En total, 13 personas fueron condenadas por este delito, con penas que oscilan entre los doce y los quince años. En cuanto a los autores materiales, Jamal Zougam y Otman El Gnaoui, fueron condenados a más 40.000 años de prisión. No obstante, la sentencia de la Audiencia Nacional declaró en los hechos probados que los siete ocupantes del piso de Leganés también participaron en la colocación de los explosivos, aunque no pudieron ser juzgados. Además, fueron condenados a más de 35.000 años de cárcel las ocho personas consideradas como colaboradores necesarios. Entre ellos, José Emilio Suárez Trashorras, quien proporcionó la dinamita a los terroristas.
Para la sociedad ese día siempre será el recuerdo dramático de un tiempo que se vivió. Aquella mañana lluviosa España perdió, todos perdimos, pero sobre todo perdieron todas esas personas que estuvieron en el tren y sus familiares, cuando ese el silencio que había en las estaciones se rompió al hacerse ese trágico portazo realidad. Entonces las flores oscuras y terribles inundaron trenes y vías.
“Ya no le das una patada a un paquete abandonado que veas en el metro. Somos ya más vulnerables”. Fernando Savater