El asalto a los infiernos
El anuncio del todavía ilustre vicepresidente segundo del Gobierno de España ha sido otro terremoto más que añadir a estas semanas de infarto político. Su decisión de abandonar el Ejecutivo para presentarse como candidato a las elecciones autonómicas madrileñas pilló desprevenidos, las cosas como son, a todos. Incluso al propio PSOE, los verdaderos maestros de la anticipación. El movimiento de ficha de Pablo Iglesias, inteligente o no, ha descolocado al personal.
Viene a plantar batalla en Madrid, a luchar contra la corrupción y el fascismo, según proclama él. Como un guardián de la esencia pura de la democracia —la suya— mientras cubre el flanco por el Puente de los Franceses, cual brigadista internacional.
Se prevé una campaña feroz, de trinchera dialéctica. Ya lo está siendo, de hecho. Este viernes, el todopoderoso candidato morado aprovechó su momento en TVE para verter sus primeras proclamas cainitas. A diestro y siniestro. No dejó títere con cabeza. Sus principales víctimas: Isabel Díaz Ayuso y, sorpresa, Pedro Sánchez.
Iglesias recalcó de forma rotunda que el próximo 4 de mayo sacará sin ninguna duda a Díaz Ayuso de los dominios de la Puerta del Sol. Y que será así porque él lo dice, porque su formación se colocará por delante de ella. Pero la realidad, en principio, es bien distinta. La tan vilipendiada mandataria del PP tiene una muy buena posición, qué cosas, en la casilla de salida. A pesar de todo el poderoso aparato mediático contra ella, las encuestas sitúan a la actual presidenta como holgada ganadora. Sin embargo, la formación de Iglesias parte de una muy mala posición de salida.
No contento con ello, aprovechó para continuar con su sofismo habitual. “Es más que probable que cuando se investigue de verdad a Ayuso acabe en prisión”, llegó a decir el antiguo residente vallekano. Que es un peligro para la democracia y que es verdad, punto. Porque solo él conoce la verdad, claro.
Sobre Sánchez: “No se puede permitir mentir a la cara a sus votantes”, en relación con la regulación de los alquileres en la futura Ley de Vivienda. Qué ganas tenia Iglesias de volver a sentirse útil en la política y no ser un mero espectador en el Gobierno de coalición. Había perdido su influencia, su peso en la calle, estar con la gente. Es lo que tienen los muros de Galapagar, que apolillan al más temible revolucionario.
¿Ganar las elecciones en Madrid? Pues Iglesias dice que sí y sostiene su candidatura púrpura por las nubes. Oiga, ¿cómo es eso? Aquí, el líder de Podemos asegura que el ambiente por la capital está muy movido, que la gente estaba deseando de forma ferviente que la izquierda se prestara a una situación así. Y él, porque solo él puede, ha venido a salvarnos a todos del horror ayusista, apuntalado por la terrible ultraderecha.
Tal vez no es consciente del todo el señor Iglesias del enorme riesgo que asume en esta contienda. Un reto harto complicado en el que puede quedarse fuera o ser un simple diputado raso en la Asamblea. Acude a la batalla de Madrid como si fuera a asaltar los cielos, como antaño pregonaba. Pero quizá acabe asaltando los infiernos de la política.