La Generación del Porvenir
«Como diría Nietzsche en un parafraseo libre: ‘a la vida no se la cuestiona, se la afirma o se la niega, se acepta o uno se aparta'».
El Emboscado
No, querido lector, no me he equivocado. El enlace en el título tiene su motivo. Y quiero reiterar que sigo con las gafas del optimismo, aun cuando me recomiendan por doquier que me prefieren pesimista. Me obstino pues en crear desde lo positivo. Máxime siendo ayer día de las Letras, los Libros, la Cultura y festividades (como no) en varias partes de la piel de Toro.
Cuando hablamos del Porvenir, hablamos de futuro, de lo que “está por venir”, pero también haciendo honor a mis viejos profesores de Filosofía, cuando F. Nietzsche habla del “hombre que está por venir”, ese muchas veces mal traducido e intencionalmente interpretado sesgadamente por algunos Übermench, hablamos de lo que el hombre, su sociedad, su moral, su educación y su “vitalidad” desde el presente y del pasado, crean evolucionando al futuro que está “ya aquí”. Un Futuro que no es un imperfecto que está por hacerse como posibilidad, es un futuro perfecto del indicativo; es decir ya se ha sembrado la semilla y vemos los primeros brotes.
Aviso a Navegantes. F. Nietzsche, como muchos de su época cayó “irradiado” del avance de las ciencias naturales y en concreto de la obra de Ch. Darwin, y rendido a su “evolucionismo” lo imbricó en su Vitalismo, en su Voluntad de Poder, en la esencia de su intencionalmente mal leída y publicada obra (hasta hace bien poco). Por tanto, si leemos atentamente a Darwin, en su obra publicada y que yo celebro cada veintiuno de noviembre de cada año, que es la evolución de las especies; se habla de cambio y de evolución, pero nunca se dice que sea necesariamente a mejor, ni que necesariamente no exista extinción para dar paso a otros “seres más aptos/oportunistas”. Algo que olvidamos, quizá, inocentemente, o quizá no tan “puerilmente”.
Cuando escucho la radio, leo prensa o intento informarme en las cada vez más infoxicantes redes, me doy cuenta que no percibimos el pequeño y sutil cambio cualitativo que se está dando en las costumbres, en la información, en la formación, y sobre todo en la conciencia social, provocando que en breve “no conozcamos a la gente ni habiéndola parido”; y veamos como algo normal lo que en otro momento era abominación y rechazo unánime.
Pero parece que a casi nadie le preocupa fijar su objetivo o que fijemos “nuestra mirilla” en estos temas. Prefieren vernos desde la grada como perros de presa en lucha sin fin y en duelo sin sentido real. Y si me permiten el inciso, les recomiendo fervientemente la película “Los Duelistas” de Ridley Scott, basada en el increíble relato de Joseph Conrad. Me parece que ocurren cosas más trascendentales más allá de las broncas, “aparentes o reales”, que en los mentideros políticos se den, de la imagen de tragedia y abandono en la que nos encanta regocijarnos, del cada vez mayor encrespamiento exacerbando diferencias y emociones para justificar el “y tú más”, o para “hablar de afrentas familiares de hace cien años”, pero nunca para conceder tregua al enemigo de lo que creo mi sangre, mis oraciones, mis banderas, mis camaradas o mis intereses. Legítimos o bastardos da igual, creados son como Jacinto Benavente ya nos hizo “tragar como ricino curativo”.
Créanme si les digo, que exceptuando muy pocas excepciones y no me corresponde a mi decir si honrosas o no, que los políticos de todo signo “se adoran entre sí”, todo es puro teatro, al que asistimos creyendo como niños que los títeres son de carne y hueso. Se reparten puestos, prebendas, cargos y “terrenos” desde hace decenios por apellidos o recomendaciones o filias de camarilla, cual coto de caza de los peores señoritos de la España de Miguel Delibes. Afortunadamente para mi cabeza, mi amparo legal, que no para mi salud moral, conozco documentalmente de lo que les hablo.
A mi ahora me preocupa que no veamos en qué nos hemos convertido, y que no lo hagamos antes de lo que tanto nos gusta a los de mi terruño: pelear entre los hermanos sin tasa ni concierto, hasta caer rendidos en borrachera fraternal en la que ya ni recordamos el comienzo; hasta que uno saca a relucir Dios sabe qué cosa en qué momento, que suscita en el otro un nuevo asalto, que dura un segundo, o la eternidad de la historia de una gran nación que se obstina en despreciarse y apoyar a quien la desprecia. Decía un político francés que la mejor forma de sobrevivir en la modernidad es tener un hijo en la Derecha, uno en la Izquierda y uno en el Clero, quedando así la familia a salvo de “tontos” vaivenes o pulsiones vacuas. Así se forjan identidades culturales y nacionales que luego subordinan a sus intereses todo. Ser Quijotes, por más que sea la obra cumbre de lo celebrado ayer… es cuando menos “quijotesco”.
Y de eso quiero concluirles desde mi cálido escondrijo. Veo “pollos sin cabeza” que no fueron educados ni con amor, ni con coraje, creando melifluos ciudadanos que les da igual ocho, que ochenta; denoto dejadez en las funciones de mi querida y denostada administración, en la que prima primero el impulso de mejora, arrancado a golpes de Grupos A y “procedimiento administrativo”, hasta que calman la ilusión por un “me pagan por venir, si hay que trabajar, que lo negocie el sindicato”; me ahoga la ineficacia de una falta de voluntad y disciplina heredada de padres a hijos, que vivirán peor que sus abuelos, por que sus padres fueron “necios que se creyeron nuevos ricos aunque fueran por subvención”; falsos “demócratas” por que son amigos de sus vástagos, haciendo perder a estos doblemente, porque ni serán lo uno, y cuando busquen referentes paternos ya los encontrarán en las pantallas.
El peor insulto que he recibido fue de una adolescente de no más de catorce años con un espetado: “…para ser como tú, prefiero vivir el hoy, que soy joven y prometo”.
Nos quejamos, cayendo en populismos baratos, que nos hablan de castas o de perdidas patrias (igual de zalameros son según sople el viento de la crisis), cuando de otras tierras vienen con valores fuertes, ganas de devorar sin tasa y de “conquistar” el falso paraíso que les vendemos en camisetas futboleras o en programas de televisión. Y vienen con valores que no son mejores, sencillamente son más ancestrales, donde respetan a “su gente, no a la gente”.
Blandirán espadas y tonadillas patrioteras lo unos o cantarán trasnochadamente la internacional los otros, que ambos anestesiaron por igual a nuestra gente y les dieron a comer “pan y circo”.
Mentira de las gordas es que sea sociedad sin valores, lo que falta es criterio de selección. Mentira es que la Ciencia se baste sola, por que de las Humanidades bebe su alma. Falso como billete de seis euros que no exista material humano. Lo que no hay es reglas justas para el envite de lograr mejorar.
Si algo hay en lo ancestral es saber a lo que decir NO, y si algo tuvieron nuestros padres, abuelos explotados del hoy, es algo contra lo que luchar o que defender. Igual da. Al menos cobraba sentido y había esperanza.
De la abulia del presente, en el que nos preferimos identificar con una canción o un equipo deportivo antes que por un valor universal, nada espero. Pero sé, como optimista que deseo hasta el final ser, que como me decía ayer una buena amiga (de las personas más inteligentes y perspicaces que he conocido en mi vida): “… confío en la especie, luego siempre algo remonta”.
Con eso me quedo. Remontar que hay tiempo y abandonar, como sociedad civil en construcción que somos aún, las peleas vacías y ponernos a construir el futuro de nuestra vida. Como diría Nietzsche en un parafraseo libre: “a la vida no se la cuestiona, se la afirma o se la niega, se acepta o uno se aparta”.