Oscuridad territorial
«Hasta los propios Mossos se sorprendieron –casi todos vacunados, por otro lado–, ya que trabajan de forma conjunta. No tiene ningún tipo de sentido esa discriminación a la hora de vacunar, no se sostiene».
El plomo oscuro y humeante de ETA provocó a mediados de los 80 que muchos policías y guardias civiles quisieran evitar un destino como el País Vasco. Lógico, si tenemos en cuenta que eran objetivos directos, blancos fáciles para agujerearlos a balazos o volarlos por los aires en sus cuarteles. Pisar dicho territorio con tricornio ya era, por sí solo, un acto de valentía.
Vivimos otros tiempos, por fortuna, a pesar de los costosos peajes morales y políticos. Hoy en día, la zona comanche para este colectivo se sitúa en Cataluña. No por los ríos de sangre y metralla, sino por el angosto y sinuoso camino nacionalista en la política. El desprecio que han sufrido ambos colectivos por las autoridades independentistas en esta región ha sido sistemático. Razón de peso para soslayar dicha plaza.
Ahora, ese ‘apartheid’ se ha presentado en forma de vacuna. La Generalitat de Cataluña ha priorizado inocular el fármaco a los Mossos d’Esquadra, incluso a los presos, antes que a un policía o un guardia civil. El ministro de Política Territorial, Miquel Iceta, justificó ese retraso en la vacunación: «Tenían problemas técnicos». Creo que es imposible albergar más hormigón armado en el rostro que el propio Iceta. O eso, o que el Gobierno central espera algo y de ahí esa postura mojigata y transigente ante semejante despropósito. Quizá alberguen la esperanza de un tripartito, quién sabe. De ahí ese silencio cómplice.
Según los datos oficiales, la Generalitat ha vacunado en torno a 1.200 de los 7.300 miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Un mísero 15% de los agentes de la comunidad. Mientras, en el resto de España ya se ha inoculado alguna dosis casi al 80%. Ya me dirán ustedes a qué se debe ese amilanamiento del Ejecutivo nacional. Esto podría hasta constituir un delito de prevaricación por parte de la Generalitat. Tampoco esperen la defensa mesiánica del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Tanto él como Iceta andan inmersos en desterrar a la Benemérita de las carreteras de Navarra.
Hasta los propios Mossos se sorprendieron ––casi todos vacunados, por otro lado––, ya que trabajan de forma conjunta. No tiene ningún tipo de sentido esa discriminación a la hora de vacunar, no se sostiene. Al final se trata, a la larga, de borrar cualquier tipo de vestigio que tenga aroma a España. Con la connivencia de los gobiernos centrales. No solo con el actual, que ya muestra signos evidentes, sino con el de Rajoy, Zapatero y también con el de Aznar. Todo con tal de mantener bien mullidas las poltronas en el Consejo de Ministros.
Esta inquina nacionalista ya se utilizó cuando, por ejemplo, aplicaron el mazo sumarísimo del veto con los toros en esta región en 2011. El motivo de su prohibición era político, estaba muy lejos de cualquier defensa pseudoanimalista. Molestaba el símbolo, no lo que ocurría dentro del ruedo, al igual que ocurre ahora con policías y guardias civiles. Cuando la ciudad de Barcelona llegó a albergar tres plazas de toros a pleno rendimiento. Cuando Chamaco, como novillero, paraba el tráfico en la Ciudad Condal y era más famoso que Kubala.
Es innegable la vinculación del toro con Cataluña, como es innegable la intención del independentismo de derruir la Historia para volverla a construir con sus propios ladrillos ideológicos. Dentro de poco, si no ya, los alumnos catalanes cogerán sus libros de texto y contemplarán, impertérritos, que España no tuvo relación alguna con la región catalana, defendida de forma heroica en 1714. Leerán que tan solo fue una sombra copérnica amparada por unos ilusos majaderos que colisionaban con los ideales puros postulados tiempo después por Prat de la Riba.