THE OBJECTIVE

Es la libertad

Es la libertad

“Lo esencial del hombre reside en su talento para realizar milagros, en iniciar lo improbable y lo inalcanzable. En el lenguaje común, esto se llama actuar. Actuar que es sinónimo de libertad y de existencia”.  Hannah Arendt.

Recuerdo los tiempos del plomo en el País Vasco. Recuerdo la manifestación espontanea que recorrió las calles de Vitoria  tras producirse ese acto de suprema indignidad en el que el Lehendakari Ibarretxe se fue de la Iglesia por la sacristía, sin acompañar al féretro con los resto de Fernando Buesa que era esperado entre aplausos a las puertas. Recuerdo el grito más coreado ante la sede de la Lehendakaritza: ¡Libertad! 

Recuerdo que durante los años del plomo era bastante habitual que los cómplices directos de los criminales salieran a la calle tras una pancarta en la que ponía : “Democracia”. 

Recuerdo que cuando Zapatero reconoció a ETA como interlocutor político sus cómplices y sus prescriptores de opinión empezaron a apelar a la “paz” para justificar las cesiones de democracia que estaban dispuestos a hacer a quienes habían asesinado a más de 850 ciudadanos inocentes para impedir que triunfara la democracia. 

Recuerdo que no había una encuesta en la que no se incluyera una pregunta de este tenor: “¿Está usted de acuerdo en que el Gobierno haga todo lo posible para conseguir la paz?”. Para tratar de justificar sus pactos políticos con ETA, Zapatero convirtió a la “paz”  en la palabra más manipulada de la historia. 

Si hago memoria para compartir con ustedes esta parte de nuestra historia reciente es porque los vascos constitucionalistas de mi generación ya nos conocemos esos trucos y hemos aprendido en carne propia que la única manera de vencer a los farsantes es enfrentándonos a ellos sin complejos y con la verdad por delante. El totalitarismo ha utilizado siempre la perversión del lenguaje como un instrumento para pervertir las instituciones y, a partir de ahí, pervertir la propia democracia.  “Llamar a las cosas por los nombres que no son” (en palabras de la madre de los Pagaza) es algo que se ha venido repitiendo en España con especial énfasis desde que Zapatero apostó por blanquear a ETA y demonizar a la derecha nacional, la “derecha extrema”, que diría él refiriéndose al Partido Popular. 

Ahora se repite la historia. Pedro Sánchez ha recogido esa cosecha de sectarización y ruptura de la convivencia entre españoles y ha profesionalizado la extensión del odio incitando la confrontación entre sexos, entre clases sociales, entre credos… Y ha demostrado estar dispuesto a todo para conseguir y mantener el poder, su única ideología.  Y, como ocurre siempre que un tipo sin escrúpulos consigue hacerse con el poder de forma legítima, se requiere mucha pedagogía democrática y mucha perseverancia para desalojarlo legítimamente de ese poder que ejerce de forma ilegítima. 

Hemos de juzgar a Sánchez y a los suyos (entre los que naturalmente están incluidos todos los de la secta social comunista que configuran la mayoría que gobierna España, los partidos de la coalición y sus apoyos externos entre los que hemos de contar a los golpistas catalanes y a los filo etarras vascos)  por lo que hacen, no por lo que dicen; hemos de juzgarles por el mensaje que envían, no por los objetivos que publicitan.

Juzguemos a Sánchez y a su secta por lo que hacen: por la persecución, el señalamiento y las amenazas directas a la prensa libre, a los periodistas profesionales, a los funcionarios probos que se niegan a cumplir órdenes ilegales, a los jueces que no se dejan corromper y que luchan por conseguir la independencia plena de los órganos de la justicia…

Juzguemos a Sánchez y a su secta por las consecuencias de los mensajes de odio e incitación a la violencia que están emitiendo de forma tan irresponsable como constante; juzguémosles por su justificación de la violencia ejercida contra los partidos de la oposición, juzguémosles por el descrédito institucional que provoca la que la máxima autoridad de la Guardia Civil haga campaña por un partido político.

Juzguemos a Sánchez y a su secta los mensajes que emiten; juzguémosles por las consecuencias que tiene para la convivencia  entre españoles su apuesta estratégica de fomentar el guerracivilismo; juzguémosles por su falta de escrúpulos, por su hipocresía al empeñarse en homologar con el fascismo  a los partidos conservadores españoles –de derechas, si- , mientras mantienen acuerdos con los enemigos jurados y mortales de la democracia española -filo etarras y golpistas- y gobiernan con comunistas, ideología sancionada por el Parlamento Europeo como autora de millones de muertos y considerada responsable de crímenes de lesa humanidad.  

Plantemos cara a los sectarios del PSOE, Podemos y Más Madrid que, desde las posiciones más reaccionarias, pretenden dar lecciones de democracia.  Recordémosles que gobiernan gracias al apoyo de nacionalistas y separatistas vascos y catalanes, la verdadera ultraderecha española que hace gala de forma permanente e insultante de una pretendida superioridad racial o histórica. Mirémosles a la cara y recordémosles que, como señala Savater, llamar progresistas a nacionalistas e independentistas es un insulto a los ciudadanos verdaderamente progresistas que perdieron la vida en defensa de la libertad. 

Y  una vez que hayamos enfrentado a Sánchez y su secta con sus contradicciones y su victimismo de salón, actuemoscomo expresión de libertad y de existencia; utilicemos el libre albedrio y defendamos lo que nos une, la Nación de ciudadanos libres e iguales. España, capital Madrid.

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