Lo que de verdad importa
David Beriain cumplía esa máxima del maestro Kapuściński: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos».
Les confieso, como ser previsible que soy, que tenía pensado escribir sobre las elecciones madrileñas, cuando apenas quedan horas para consumarse. Pero ha habido un acontecimiento esta semana que me ha hecho replantearme tan superficial propuesta. Los periodistas nos ceñimos a la más candente actualidad, a lo que está ocurriendo justo en ese instante. Al célebre “está pasando”. Aunque hay determinados sucesos que, por mucho que pasen los días, los meses o los años, no pueden caer en el olvido. Y hay decenas de noticias que, al día siguiente, se evaporan sin dejar huella. Ni siquiera eso. Al momento se esfuman.
Así que les voy a pedir, de forma amable, que me permitan alejarme por unas pocas líneas del tedioso ambiente político. Esta semana han sido asesinados David Beriain y Roberto Fraile. Dos periodistas que han muerto mientras desempeñaban su trabajo en Burkina Faso. Preparaban un documental sobre la caza furtiva cuando fueron asaltados por terroristas. Dos firmes ejemplos de profesionales, que mostraban las heridas y cicatrices de un mundo duro y no pocas veces cruel.
Recuerdo la primera vez que acudí a una charla del periodista navarro en Pamplona. Compartimos alma mater. Fue una sesión purificadora, de creencia firme en el oficio. También recuerdo el disgusto que le di a mi madre cuando la llamé por teléfono, nada más terminar dicho coloquio, para contarle que quería ser reportero de guerra. Era yo apenas un postadolescente, pero con un firmamento de sueños por cumplir. El testimonio de David me imbuyó. Andaba hipnotizado con ese estilo tan auténtico y nada ególatra. Sus relatos me empujaban a coger un bloc de notas, una grabadora, una cámara y salir a recorrer el mundo, hacia esos lugares recónditos. La vida me ha llevado por otros derroteros, bien distintos y mucho más cómodos. Quién sabe, con la de vueltas que da esto. Quizá es una puerta que no he cerrado del todo.
Claro que hay muchas maneras de ejercer el periodismo con honestidad, todas ellas válidas. Pero David era un baluarte del buen periodismo. Aspiró a contar bien las buenas historias y cumplió ese requisito con creces. Sabía escuchar y preguntaba con sumo interés. Respetaba al que tenía enfrente. Humanizaba a la más temible bestia. Mantuvo la fe en este trabajo y no solo eso, porque sostuvo con majestuosidad la forma de practicarlo. Pisó gran parte de los países del globo. Dejó su huella en cada uno de ellos. Viajó a los lugares más complicados, a los rincones más peligrosos, quiso dar voz a quienes no la tenían. Marchaba adonde nadie quería ir y muy pocos se atrevían a contar. El difícil papel del corresponsal de guerra.
En una profesión tan cuestionada y dilapidada ––dentro y fuera––, con constantes y feroces críticas, David la dignificaba. Justificaba con cada paso que daba que este oficio es necesario. Cumplía esa máxima del maestro Ryszard Kapuściński: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”. Y David era buen ser humano y buen periodista.
La semana ha sido difícil en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Y enorme la conmoción que ha provocado el asesinato de uno de sus alumnos predilectos. Su querida Fcom, a la que tanto tiempo dedicó. Como estudiante y como profesional. Siempre mimó a las futuras generaciones. Continuamente buscó consejo entre sus mentores y amigos. Se preocupaba por la cantera y aprovechaba, cuando podía, para hacer un alto en el camino e insuflarnos con ilusión su experiencia. Y cuánto aprendimos de él.
El mejor homenaje que le podemos hacer los que nos dedicamos a esto, también los estudiantes, es seguir sus huellas. Ahí es donde encontraremos, entre los surcos que dejó con sus botas, la clave para ejercer de forma correcta esta locura maravillosa llamada periodismo: el oficio de contar las cosas.