Pongamos que hablo de España. Pongamos que en España ha llegado al gobierno de la Nación un tipo que elige como socios preferentes de legislatura a quienes han perpetrado un golpe de Estado desde Cataluña y a quienes jalean la historia de terror de ETA y homenajean a los asesinos.
Pongamos que el mismo tipo reedita el pacto con los golpistas y los pro etarras tras haber sido condenados en firme los primeros, y tras no deponer su actitud de apoyo a ETA y humillación a la democracia y a las víctimas de los segundos.
Pongamos que, para mantenerse en el poder o simplemente porque le gustan ese tipo de compañías, el tipo eleva a categoría de hombre de Estado al jefe de la banda pro etarra y le entrega el control del Gobierno de Navarra.
Pongamos que ese mismo tipo, para conseguir el apoyo del partido que presidía el gobierno de Cataluña cuando organizaron el golpe contra la democracia les promete modificar el Código Penal para suavizar el delito de sedición (por el que fueron condenados) para que el prófugo de la Justicia pueda volver a España y no pisar la cárcel.
Pongamos que ese mismo tipo inicia el procedimiento para indultar a los golpistas condenados en firme por los más graves delitos que caben contra la democracia.
Pongamos que para gobernar durante más de un año sin control parlamentario, ese tipo decide constituir una «Mesa de Diálogo» con el gobierno regional que defiende el golpe -y promete volver a darlo- en la que se compromete a aplicar en toda España los acuerdos que alcancen con los catalanes golpistas.
Pongamos que tras unas elecciones autonómicas celebradas en Cataluña, el prófugo y el golpista forman un gobierno en el que, entre otras cosas, acuerdan expulsar a la Policía Nacional del centro de Barcelona y crear un «museo de la represión» en el mismo lugar en el que la Policía Nacional fue masacrada por las hordas separatistas mientras defendía la libertad y la seguridad de todas los catalanes.
Pongamos que ese acuerdo alcanzado entre prófugos y golpistas tiene su antecedente en un acuerdo alcanzado en el Ayuntamiento de Barcelona que contó con el apoyo del partido del que es secretario general el tipo que preside el Gobierno de España.
Pongamos que ese tipo cumple escrupulosamente sus pactos con el jefe de los pro etarras y ha acercado a las cárceles del País Vasco o cercanas a la práctica totalidad de los etarras en prisión, a pesar de que no han colaborado con la justicia (más de trescientos crímenes a sus espaldas sin juzgar) ni se han arrepentido de sus crímenes.
Pongamos que ese tipo transfiere las prisiones al País Vasco; pongamos que nada más recibir la competencia el Gobierno vasco declara que pondrá en marcha un plan de «empleo y reinserción» para todos los terroristas.
Pongamos que el país gobernado por un tipo de esta calaña tiene frontera por el sur con un país gobernado por un sátrapa, una Monarquía absolutista acostumbrada a imponer su santa voluntad y que solo respeta a quien se hace respetar.
Pongamos que ese país fronterizo lleva más de un año promoviendo que sus «súbditos» traspasen de forma irregular las fronteras del país en el que gobierna el tipo antes descrito.
Pongamos que un día el monarca absolutista decide enviar a dos pequeñas ciudades fronterizas a miles de sus «súbditos», entre ellos miles de niños sin acompañamiento de su familia.
Pongamos que el tipo que gobierna tras haberse sometido de forma permanente a los chantajes de golpistas y terroristas decide contestar a esa «invasión» entregando 30 millones de euros al sátrapa.
Pongamos que el tipo que paga su presidencia, a cambio de robar la ciudadanía a los ciudadanos de su país cediendo de forma permanente a los chantajes de golpistas y terroristas, no solo no llama a los grupos parlamentarios para fijar un criterio común, sino que echa la culpa a la oposición de lo que ocurre en la frontera que no ha sabido proteger.
Pongamos que los portavoces de golpistas y terroristas exigen a su chantajeado que ceda ante el sátrapa.
Ante este panorama, tan puramente descriptivo como aterrador, ¿quién creen ustedes que tiene las de ganar? Nuestra única esperanza reside en el hecho de que esta frontera que el Gobierno de España es incapaz de defender es también la frontera de Europa; pero no seamos ingenuos: no podemos esperar a que Europa haga por nosotros lo que nosotros no seamos capaces de iniciar por nosotros mismos.
Sánchez es un peligro para la seguridad nacional, un peligro para la democracia. Se acabó el recreo.