La peor educación, el peor ejemplo, un relato pervertido
«La mejor forma del medro, progreso y asentamiento “de clan” es saber obedecer las consignas y mantenerse alejado de cualquier tentación de saber, ver u oír».
Hace dos días, sobre las cuatro de la tarde, se me rompieron las gafas del optimismo que con tanto esfuerzo me comprometí a llevar todo este 2021 a ver si lograba ser “positivo” y un poco menos “Cascarrabias”.
Yo prefiero sufrir la metáfora del Pepito Grillo de Pinocho, pero también les recomiendo que lean el original del cuento, en el que verán que las cosas no son como nos han contado, y no engullir la meliflua obligatoria traducción, que cuadra perfectamente en la segunda entrada de DRAE. Un relato ñoño que nos ha llegado, nada parecido al original de Carlo Collodi, al igual que recomiendo, entre otros, los cuentos de Charles Perrault o de Hans Christian Andersen, para ver como educaban, no hace tanto tiempo a la juventud y de que forma se nos “escamotea” la verdad y la realidad de las cosas. A ver si así empezamos a tomarnos las cosas en serio, tiramos del último velo de Isis y podemos construir una sociedad de vástagos libres e intelectualmente válidos, y no los “nativos digitales anómicos” que serán carne de cañón para las élites del futuro, criadas nada digitalmente, por lo menos hasta que necesiten tomar el control que papá les cede.
La excusa de evitarnos sufrimiento, o de dulcificarnos la vida, es lo peor que se puede hacer en educación. El ejemplo, la constancia, el amor y por supuesto un hábito medido y forjado de forma periódica, crea carácter y nos da fuerza para las épocas de vicisitudes amargas como las que parece se aproximan. Luego lo llamaremos “Cisnes Negros” o derrocharemos centenares de horas tertulianas explicando el cómo no lo vimos y los “todólogos” televisivos nos darán sus recetas sacadas de sobres de cromos o galletas de la suerte. La otra versión es hablar como un oráculo para no equivocarse nunca. Pero la que no prima es la de preguntar con sinceridad a los que saben del tema, leer algo más que las circulares del aparato del partido o grupo, y sobre todo escuchar los indicadores para estar preparados… pero el sentir parece ser desde hace un par de siglos “… que inventen otros que nosotros ya sólo estamos para obedecer, pensar cansa mucho, estropea la piel y desde luego no te hace “entrar en listas”, cosa que sólo ocurre cuando “eres listo” (la inteligencia no es necesaria)”
Pues bien. Hoy tengo pulso firme, he limpiado la mira y me encuentro abochornado por lo que he podido ver en las últimas, televisadas y supuestamente valiosas “actividades parlamentarias” de sus aforadas y engalanadas señorías, henchidos de soberbia y papeles escritos por otros. Sólo necesito un disparo.
Seguro que conocen esa famosa imagen de tres simios (que no monos, y creo que, si tengo que explicar la diferencia, es que no leyeron con atención a Darwin, pero también ignoraron a su maestro/a de Ciencias Naturales). En esa imagen vemos, repito, a tres simios que alternativamente se tapan los ojos, la boca y los oídos en lo que se denomina en vulgo castellano: “ver, oír y callar”.
Nada más lejos de la realidad. Y así nos va. El vulgo nos dice que de lo que se trata es de llegar a un grado tal de prudencia que no veamos lo que no debemos, callemos por la cuenta que nos trae, y no escuchemos ciertas fuentes, no sea que oigamos la verdad que contradice a nuestros “mentores”. La realidad es otra, basta con leer, aunque sea sólo la Wikipedia, para encontrar que el significado, de la verdadera función epistémica y moral de los tres simios, los llamados San Sarú / 三猿 , que simbolizan precisamente: “no escuchar lo que te lleve a hacer malas acciones”, “no ver las malas acciones como algo natural” y “no hablar mal sin fundamento”. Nada que ver con las atribuciones que los “todólogos y políticos sin formación adecuada a los puestos ejercidos” establecen como consignas, por señas, que frecuentemente usan para estar seguros de ser entendidos por sus “correligionarios”, siendo que de burdas tales tretas, quedan expuesta su ignominia, su mentira y sobre todo su visión “grupal”.
Hace dos días presencié durante mas de dos horas como nadie se interesaba por la verdad, todos leían papeles con gestos atribulados y con terrible Disfemia , con mayor o menor fortuna y soltura “verborreica” dependiendo del tiempo que lleven aforadamente cómodos en su trabajo para servir a sus mentores y ser la “voz de su amo” (que no es más que una locución que significa repetir las palabras de otro al que se considera superior, o que tiene ascendente o poder sobre uno, de forma personal o sobre su hacienda); que no la voz del pueblo que dicen representar. Comprobamos que independientemente de la argumentación que se les presente, ellos esperan pacientes, garabateando en su moderno dispositivo, sólo dios sabe que mensajes transcendentes, o repasando lo que van a decir independientemente de lo argumentado en ese momento, para lograr la caricia del “amo” en el lomo, o lo más común mirando al tendido contando las placas de pladur del techo que les cubre, esperando alegremente como niño/a en fiesta de graduación su turno para demostrar su “aprendizaje a las faldas/pantalones de sus mayores”. Sueltan su discurso, sin dar contraargumentación fundamentada, llegando lo más a sacar de contexto con gesto risueño alguna palabra, idea o frase del que está siendo “preguntado”. Así es como de forma insidiosa los tres simios de la fábula se tornan carne en una interpretación que sigue siendo errónea por más que sea difundida.
Cuando se cumple que una mentira mil veces dicha se convierte en verdad. El discurso para “los paisanos que nos pagan el sueldo” es lo único que estos servidores públicos logran para desazón de los que seguimos queriendo creer en el sistema. Y el gesto tantas veces visto de los tres simios se lee en las caras de los “padres de la Patria” a los que como teatrillo experimental parecen jugar, bien sea a esa aberración de concurso de extimidad que parece ser la prueba del nueve de la Democracia; bien las tácticas que de forma recurrente ponen en práctica el experimento social de Milgram para regocijo de los que ni entienden, ni escuchan, y sólo hablan para jalear a sus “perros de presa”.