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Soberanismo frente a mundialismo

Hoy es Polonia, mañana Hungría, pasado mañana será cualquiera que se alce para defender la nación», dijo Buxadé. Y, reformulando la famosa frase de Ramiro Ledesma, añadió: «La patria es la última defensa de los humildes

Soberanismo frente a mundialismo

Hace alrededor de dos semanas, Jorge Buxadé, el europarlamentario de Vox, pronunció un discurso sublime en el parlamento europeo. Llegó allí, el tío, a defender a Polonia de las injustas sanciones que Von der Leyen et alli le quieren imponer: «Paren esta persecución sin sentido a cualquier país que se niega a malvender su soberanía. Hoy es Polonia, mañana Hungría, pasado mañana será cualquiera que se alce para defender la nación», dijo. Y, reformulando la famosa frase de Ramiro Ledesma, añadió: «La patria es la última defensa de los humildes».

El discurso, digo, fue sublime. Tanto que a uno le gustaría que sirviese para algo, siquiera sólo para que Vox actúe en consecuencia. Pero da la sensación de que la presencia de Buxadé en el partido no es más que una excusa encaminada a atraer el voto de aquellos que se oponen a los delirios liberales y globalistas. Luego, a la hora de la verdad, las enardecidas defensas de la soberanía y las frases de Ramiro Ledesma que Buxadé pronuncia con tanta convicción se materializan en el apoyo sin reservas a un tipo que se proclama presidente de Venezuela en Washington D.C. o a un tratado de libre comercio con Vietnam (dos abstenciones, Tertsch a favor y uno en contra). 

De manera que, para Vox, la soberanía importa excepto si se trata de la venezolana, o la cubana, o la nicaragüense; ahí es justificable —¡deseable!— una intervención militar; ahí es justificable —¡deseable!— quitar y poner presidentes aunque sea Estados Unidos y no los venezolanos, los cubanos o los nicaragüenses quien los elija. Y lo mismo sucede en el caso de «los humildes». Porque sí, la patria es su último refugio, pero a la hora de comerciar con Vietnam casi es mejor que se refugien en otro lado; que no molesten; que procuren ser más competitivos.

Al final, el problema se reduce a una sola cosa: no se puede contentar a todo el mundo. Y mucho menos cuando se trata de armonizar dos visiones del mundo tan contrapuestas como la del soberanista y la del mundialista o la del liberal y el antiliberal. Hay que elegir, decantarse, decidirse por una o por otra porque son antagónicas. Y, aun con los discursos, parece que Vox ha elegido la suya. Muy a mi pesar y para mayor gloria de su nuevo gurú: el sapientísimo periodista Hermann Tertsch.

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