De la saudade o de la izquierda estomagante
«Esta izquierda hace del sentimiento eje programático, embadurnando todo de retórica demagógica, pero no dice nada sobre qué hacer con el Estado. Discurso estomagante y acción disolvente: esto es la izquierda podemita»
Hablando el otro día con mi amiga Laura R. Montecino, una de las personas responsables de Sobre Ruinas (el más concienzudo y trabajado portal de YouTube, que yo conozca, dedicado a la crítica filosófica sobre Educación), y comentando la última ocurrencia de lo que Bueno llamó izquierda indefinida (a la que se ajusta el podemismo como guante a la mano), repasábamos la distinción entre izquierda divagante, extravagante y fundamentalista que figura en el Mito de la Izquierda, para ver a cuál de estas vertientes asimilarla. La siempre aguda Laura R. Montecino (vean Sobre Ruinas, de verdad), ya saturada por los kilos de emocionalidad y sentimentalidad que el podemismo traslada constantemente a la tribuna, tuvo lo que yo considero un feliz hallazgo: más que divagante o extravagante, nuestra izquierda indefinida es estomagante (por lo cursi y petulante).
La ocurrencia que motivó el hallazgo fue la última de Yolanda Díaz a propósito de lo dicho por esta “política”, titular ministerio de Trabajo, sobre la “saudade” como estado de ánimo, o algo así, para afrontar la crisis económica, laboral, etc. poscovid. Con los precios de la electricidad disparados y sin frenos, la inflación subiendo como nunca desde los años 70, con algunos colectivos en lucha (por el incumplimiento de los convenios), con casi tres millones y medio de parados en España, y con una fuerte dependencia energética y productiva del exterior, la ministra de Trabajo (y además vicepresidenta del gobierno) se está prodigando en distintos foros haciendo una exhibición verborreica de palabrería sin ton ni son, cuyo único sentido es el de agradar y adular a oídos piadosos. Cargados de palabras eufónicas (democrático, decente, inclusivo, sostenible, climático, verde, etc., de antología ha sido lo manifestado a propósito de la “economía circular”), son discursos autorreferenciales, que no significan nada más que señalar las bondades de quien los profiere. Puro narcisismo.
Lo último, la “saudade”. Dada su condición de gallega, y dado que desde el podemismo se ha hecho de la “diversidad” una bandera y de la “diferencia” un valor en sí mismo, Yolanda Díaz apela al arcano “galaico-portugués” de la saudade como modo de afrontar los problemas económicos, geopolíticos, etc. por los que está atravesando la España pandémica. No sólo tiene que exhibir su propia condición de gallega como un valor diferencial (como si ello significara algo meritorio), sino que, además, trae a la política nacional un rasgo al parecer identitario, presuntamente característico de lo galaico-portugués, para ofrecerlo como solución generalizada, cuando se supone que por su carácter arcano es muy difícil de “traducir” a nivel general (según ella misma reconoce al hablar de “concepto único, difícilmente traducible”). La cuestión es que, tratando de atrapar ese “escurridizo concepto”, se acogió a la definición que de él da Rafael Dieste, para decir que la saudade es “la inquietud de no llegar y la alegría de seguir”, y tomarlo, así, como consejo o máxima coachinesca para afrontar el escollo pandémico. Todo ello acompañado de un ramillete gestual, lleno de medias sonrisas y buenas caras, que completan el “nuevo” hacer político de los “cuidados”, procedente directamente de Matria, tan viejo y antiguo como la demagogia.
Y lo curioso es que este guiño a la “saudade”, entendido como rasgo de “identidad” característico de la “cultura gallega” (frente a la “castellana”, claro), fue marco metafísico en torno al cual tuvo lugar la acción del nacionalismo fragmentario gallego para justificar su reivindicación “hechodiferencialista”, bien en una vía autonomista o bien, directamente, en la separatista. Ramón Piñeiro, en su Filosofía da saudade, quiso dar profundidad metafísica a esa “diferencia”, a través de la fenomenología de Heidegger (cuya obra se encargó de traducir al gallego, junto a Celestino Fernández de la Vega, en los años sesenta), encontrando en la saudade la clave del “ser” singular gallego, y cuyo acceso, acceso ontológico, se produce sólo por la vía sentimental: “Esta singularidade do noso ser, podémola sentir no maís profundo da nosa conciencia […]. Pero esa singularidade só a podemos percibir sentídoa. E ó sentimento desa soidade interior do noso ser, desa individualidade, chamámoslle saudade” (Piñeiro, Filosofía da saudade, ed. Galaxia, p. 113). Un sentimiento arcano, abismal, que no se puede revelar por vía racional, pero que requiere, para ser analizado, curiosamente, de la filosofía hermenéutica de un alemán de Friburgo (Baden), como es Heidegger.
Y esto es lo característico de esta izquierda indefinida, convertida en “estomagante”, que hace del sentimiento, incomunicable, intransferible, tan sólo expresable por su carga emocional (llena de gestos y palabrería), en eje programático, consistiendo este en embadurnarlo todo de retórica aduladora (demagógica), dirigida directamente a emocionar al electorado, pero que no dice nada sobre qué hacer con el estado y sus instituciones. Es más, cuando se define lo hace para transformar esas «diferencias» sentidas en privilegios, engranando para justificarlo con la política, la del nazional-separatismo, más reaccionaria, metafísica y sentimental.
Discurso estomagante y acción disolvente: esto es la izquierda podemita.