Arnaldo Otegi: lavado y aclarado
Otegi, exmilitante de ETA militar, se ha puesto el traje de demócrata
De un tiempo a esta parte a Arnaldo Otegi (Elgoibar, 1958) se le ha puesto cara de lehendakari. Habla como si fuera el Gerry Adams vasco. Siempre admiró al dirigente del irlandés Sinn Féin, brazo político del IRA. Razones no le faltan. La coalición Euskal Herria Bildu, de la que es coordinador general, se quedó a sólo cien mil votos del PNV en las últimas elecciones vascas de 2020. Hoy el partido hegemónico en Euskadi comienza a temer el sorpasso y descubre que sus seis diputados frente a los cinco de Bildu en el Parlamento español ya no son tan decisivos como antes. Y más si en el Gobierno de la nación está un político tacticista, pragmático y sin mucho reparo a la hora de pactar con quien sea como Pedro Sánchez. Los dos Presupuestos Generales del Estado desde que éste está en La Moncloa contaron con el apoyo de Bildu. Su portavoz, Mertxe Aizpurua, describía no hace mucho a los etarras luchadores por la liberación de Euskal Herria. Sánchez dijo al principio que no quería los votos de los abertzales. Ahora, en cambio, habla, negocia y hasta les agradece sus observaciones en el Parlamento. El mundo al revés.
Otegi, exmilitante de ETA militar, cinco veces condenado a prisión por pertenencia a banda armada y secuestro de un industrial, se ha puesto el traje de demócrata, el del político que hace apenas un mes y medio manifestó sentir dolor por lo que ETA causó a las víctimas, un dolor que, según él, nunca debió haberse producido. Más de 850 muertos asesinados por la banda en medio siglo y 350 crímenes sin resolver, gran parte de ellos delitos que hoy ya han prescrito, y a los que la banda no ha ayudado a la policía a esclarecer. Uno se pregunta si un asesinato está justificado en alguna circunstancia por lo que resulta absurdo que Otegi afirme que el crimen nunca debió ocurrir. Pero, ¿y si ocurrió? ¡Qué pena!
No hace ni una semana que llegó la noticia de que el colectivo de presos etarras (en la actualidad apenas rebasan dos centenares) anunciara que renunciarán a partir de ahora a ese jolgorio indigno que se produce cada vez que un etarra sale de prisión y es recibido en su pueblo con el txistu, aúpas, abrazos y vivas a la banda como si se tratara de una víctima y no de un victimario. Los llamados ongi etorri. En el mundo abertzale se han invertido los papeles. Se ha justificado esta vergonzosa verbena como un gesto de apoyo al excarcelado para lograr su reintegración social, pero se ha olvidado a quienes perdieron sin razón a un familiar. ¿Reintegración? ¿Por qué motivo? ¿Hay que premiar al Joseba de turno por haber matado a un político, un policía, un militar, un periodista, un niño o cualquier inocente ajeno a la barbarie del odio? Se podría entender más si en su gesto trataran también de pedir perdón a la familia del fallecido antes que humillarla o desentenderse del gran daño causado, del inmenso dolor que produjeron con el crimen. En fin, asunto más bien de psicólogos y no sólo de políticos. Enfermos de lo irracional y de la inmoralidad.
Ese gesto llega muy tarde, aunque mejor eso que nada, como todos los que proceden del mundo de los radicales. ¿No comprendieron lo que cualquier persona en sus cabales sentiría frente a espectáculos grotescos como estos? ¿Pensaron en las víctimas, en sus familiares, en el inmenso dolor que les supone ver manchadas las paredes con pintadas regocijándose por el retorno a casa del gudari, del héroe de hoy? El colectivo carcelario anuncia que los ongi etorri serán a partir de ahora actos privados, íntimos, familiares. Todo ello no está exento de ambigüedad. ¿Por qué no prohibirlos directamente como así lo planteó Ciudadanos en una proposición de ley que se votó esta semana en el Congreso en contra del PSOE y respaldada por el PP? Tipificarlos como delitos al igual que lo es la apología del franquismo. La oposición a Sánchez sostiene que el jefe del Gobierno chalaneó con los de Otegi para obtener el apoyo de Bildu a los presupuestos a cambio de poner fin a los ongi etorri. Los socialistas lo han negado rotundamente como no podía ser de otro modo.
Otegi continúa con éxito en su camino de lavado y aclarado, en el blanqueo del abertzalismo. Esta vez árboles y nueces serían propiedad de los bildutarras, de los antiguos chicos de la gasolina, parafraseando al fallecido líder del PNV, Xabier Arzalluz. Otegi considera a Sánchez como el interlocutor perfecto no sólo para obtener beneficios sociales, sino para acabar con la dispersión de presos etarras, lo que en realidad ya casi ha terminado, y sobre todo para la excarcelación de los que aún están bajo rejas. Acabar con la ley aprobada por el gobierno de Aznar que significaba el cumplimento íntegro de la pena. Ése es en estos momentos el gran objetivo del líder de Bildu y de ahí que públicamente declare el deseo de que Sánchez siga mucho más tiempo en La Moncloa. Los más radicales censuraron en su momento las negociaciones que Otegi mantuvo con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero por desentenderse de los presos. Fracasaron tras dos intentos y el retorno a los atentados, pero más tarde, en 2011, ETA anunció el cese del terrorismo y en 2018 su final. En la memoria quedan los elogios de Zapatero a Otegi, a quien calificó como un hombre de paz. Algunos llegaron a proponer al dirigente independentista para el Nobel.
¿ETA sigue existiendo? Técnicamente no. Así lo confirman todos los informes policiales. Sin embargo, en la cabeza de los más radicales está presente su ideario. Sigue viva entre sus ex militantes hoy convertidos en políticos, que hacen política en el Parlamento de Vitoria y en el de Madrid gracias a lo que la banda impuso con las armas. Son conscientes de que pese a que con la violencia no han logrado el objetivo final por el que lucharon (la independencia), políticamente el abertzalismo ha ganado muchos enteros en el País Vasco, especialmente entre la juventud. El olvido de la historia reciente es una buena estrategia.
Parece como si en el mundo abertzale hubiera un intento de reescribir la historia del último medio siglo con la connivencia del PNV y los demás grupos políticos. De diluir responsabilidades, esas responsabilidades morales y colectivas de las que habla la filósofa alemana Hannah Arendt. Todos somos culpables, nos dicen. Los victimarios y las víctimas. Lo cual es un ejercicio de tremendo cinismo. ETA o lo que quede de ella, sus residuos, los radicales más extremistas, tienen que dejar de estrujar las palabras (¡qué crueldad cuando hablaban de «socializar el dolor»!) y evadir lo que la sociedad les exige: pedir perdón pública e individualmente por la barbarie perpetrada durante más de 50 años de violencia.
El político peneuvista recientemente fallecido Joseba Arregui en un análisis escribió: «Mientras no exista una condena clara de la historia de terror de ETA, mientras no exista una actuación política coherente con el significado político de las víctimas que exige renunciar a los proyectos políticos nacionalistas radicales, la presencia de ETA en la sociedad y en la política vasca seguirá viva porque no se habrá hecho justicia a la memoria debida a las víctimas asesinadas».
Y en esa línea Rogelio Alonso, experto en terrorismo vasco e irlandés y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos, subraya: «El éxito de la democracia al integrar a Bildu que algunos reivindican oculta la exculpación de los cómplices del terror que aún legitiman el asesinato de cientos de españoles. Hoy se hace política como si ETA no hubiera existido gracias a la tolerancia y la impotencia de quienes deberían defender la democracia activamente. Honrar a las víctimas exige mucho más que autocomplacencia e indignación por espasmos».
Más allá de ongi etorris públicos o privados, resulta a veces estomagante observar la superioridad moral que exhiben los abertzales, su presunta reconversión al buenismo y sus gritos como si les pillaran un callo cuando se habla de la otra parte, la de las verdaderas víctimas, ciudadanos que nada, en la mayoría de los casos, tuvieron que ver con esa loca espiral de violencia, Por desgracia, en una prueba más de la pobreza intelectual y mezquindad que abundan en la derecha e izquierda españolas, sus representantes se tiran los trastos a la cabeza y se acusan de utilizar a los muertos con fines políticos y electoralistas. Que no lo nieguen. En eso sí tienen razón.