El fenómeno Ayuso (desde dentro)
El fenómeno es inédito: un líder político de la derecha es recibido como una estrella del rock en la universidad. Se forman incluso avalanchas para poder tocarla, como ocurre con los santos en las procesiones
Rafael Núñez Huesca, miembro del Gabinete de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, relata desde dentro su visión del fenómeno Ayuso
El fenómeno es inédito: un líder político de la derecha es recibido como una estrella del rock en la universidad. Se forman incluso avalanchas para poder tocarla, como ocurre con los santos en las procesiones. Isabel Díaz Ayuso es el fenómeno político de la España contemporánea. No admite comparaciones. Nunca ningún político despertó antes semejante caudal de simpatía.
Conciertos, platós de televisión o plazas de toros se ponen en pie y rompen a aplaudir cuando aparece la presidenta de la Comunidad de Madrid. El último estudio de Inteligencia de medios estima el valor de su marca personal en 2.500 millones de euros. El fenómeno ha desconcertado a todos los expertos; nadie esperaba que una mujer joven y prácticamente desconocida revolucionara el panorama político español. No lo predijeron y aún, un año después, tienen grandes dificultades para explicarlo. La tentación primera es buscar paralelismos con otros liderazgos fuertes.
El Washington Post ve en Ayuso a una nueva Margaret Thatcher: una mujer de origen humilde, infatigable, que forjó su carácter en un mundo de hombres y aplicó una política económica desacomplejadamente liberal. Lo cierto es que la comparación funciona sólo parcialmente: es cierto que el discurso económico es en ambos casos abiertamente liberal: desregulación, baja presión fiscal y una administración contenida y siempre al servicio de la iniciativa privada. Comparten igualmente una descomunal capacidad de trabajo. Ayuso vive a galope tendido y condena a sus enemigos a la frustración: no dan abasto. La española, sin embargo, procede de una familia de clase media y hoy la presencia de mujeres en política, al contrario que en los años ochenta, está completamente normalizada. Mas la principal diferencia estriba en el temperamento humano. Frente al rictus altivo de la británica, la calidez y la sonrisa de la española. Cuando se atribuía al portero del Real Madrid Iker Casillas la condición de ‘galáctico’, él respondía: no soy un galáctico, soy de Móstoles. Algo similar respondería la presidenta madrileña: no soy Margaret Thatcher, soy de Chamberí.
El magnetismo personal de Ayuso responde a una desconcertante naturalidad, una cualidad poco común en un dirigente político. Hay mil anécdotas que ilustran su carácter. Valga, por ejemplo, la visita que hizo al socialista Ángel Gabilondo, hospitalizado después de las elecciones regionales por un accidente cardiovascular. Donde cualquier otro político hubiera hecho una disertación moral, tan adornada como hueca, Ayuso simplemente dijo: «Nos hemos enfadado mucho, pero es una gran persona”. Habla para la gente como la gente. Sin esfuerzo. No renuncia a los circunloquios porque sencillamente nunca los ha usado. En el Gabinete trabajamos con palabras vetadas para los discursos: transversalidad, sinergias o multidisciplinar, entre otras. No las quiere porque no las usa. Su estilo llano la hace creíble, no por llano sino por verdadero, y le da acceso directo a personas que vivían de espaldas a la política.
Durante su discurso de investidura la izquierda creyó haber detectado una ausencia intolerable: Ayuso no había aludido explícitamente “al colectivo homosexual”. La presidenta subió de nuevo a la tribuna y desconcertó a todos con un argumento tan sencillo como rotundo: “Yo pensaba que a los homosexuales les interesaba el transporte, la educación o la sanidad. No sabía que tuviera que hacer un discurso aparte para ellos, como si fuéramos distintos”. La presidenta desarma a la izquierda a base de sentido común y argumentos desnudos, sin cálculos ni artificios. Con una actitud rebelde y contestaria poco usual en su espectro político y que desconcierta a sus rivales: “Si voy a misa, a los toros o a la discoteca lo hago porque me da la gana; yo soy libre”. Es transparente hasta en los gestos, que la delatan sin remedio. Y sobre todo, tiene una virtud prácticamente inédita en política: no miente nunca.
Ayuso no encaja en los tópicos que se le presuponen a la derecha. No tiene títulos nobiliarios ni inmobiliarios; tiene un viejo coche, un perro y dos tatuajes. Su figura desborda las fronteras ideológicas clásicas y encarna un fenómeno político genuino y popular. Un fenómeno que la izquierda primero trató con displicencia intelectual, después con estupefacción y por último con una salvaje hostilidad. La impotencia de sus adversarios para neutralizarla acabó en una despiadada campaña de insultos personales que sólo provocó una reacción de empatía en la opinión pública.
El símil con el futbolista Raúl González
El 29 de octubre de 1994 debutó en Zaragoza Raúl González Blanco. Aquella tarde no hizo un buen partido. Era un adolescente de aspecto desgarbado. Nada hacía sospechar que aquél futbolista, que nunca destacaría por su velocidad, regate o disparo, acabaría convirtiéndose en una leyenda del Real Madrid a la altura de Alfredo Di Stéfano. Cabe cierta equivalencia con la presidenta Ayuso, que fue recibida con parecido escepticismo. Apenas tenía experiencia de gestión, era joven y no parecía la mejor oradora. Un diagnóstico precipitado hubiera mantenido a Raúl en el banquillo del Real Madrid y a Ayuso en la asamblea regional. Ninguno hubiera podido desplegar las virtudes con las que se forjan los sueños: el valor, la capacidad de trabajo y el entusiasmo. La de Ayuso es una personalidad magnética. Alguien capaz de establecer una conexión emocional directa con otros seres humanos, que se ven interpelados como iguales. Su naturalidad contrasta brutalmente con la cordialidad impostada y la rigidez del presidente del Gobierno de España. Pedro Sánchez es un personaje arrogante y sobreactuado que modula la voz hasta el susurro. De manera que el contraste de modelos políticos trasciende la gestión y se observa incluso en los perfiles humanos.
Durante los últimos años Sánchez ha encontrado en la Comunidad de Madrid una réplica permanente a sus políticas. Los españoles asisten a una confrontación total de modelos: frente a los cierres indiscriminados, la asfixia fiscal y el radicalismo, Ayuso ha opuesto una gestión sanitaria compatible con la actividad económica, una bajada generalizada de impuestos y, en definitiva, un discurso constitucional y moderado que, sin embargo, comparece a todas las batallas ideológicas. La primera de todas, la que tiene que ver con la libertad. Y aquí reside la génesis del fenómeno: Ayuso defendió las libertades civiles en el momento más oscuro y cuando el resto de España y de Europa impuso restricciones masivas y cierres indiscriminados. Ayuso mantuvo la coherencia ideológica cuando más difícil era hacerlo. Resistió mil presiones por un ideal y los madrileños vieron en ella una suerte de figura quijotesca. El periodista Iker Jiménez, que lleva casi veinte años al frente de un programa de antropología y misterio, tiene su propio diagnóstico: “Encarna el arquetipo de héroe solitario, una figura a la que los hombres llevan honrando desde hace diez mil años”. Madrid gestionó la pandemia a contracorriente del mundo. Contrató rápidamente a más de diez mil profesionales sanitarios extra, desarrolló un sistema de vigilancia de las aguas residuales que permitió adelantarse a las sucesivas olas, repartió mascarillas a la población, adquirió test de antígenos antes que nadie y levantó un hospital especializado en pandemias en sólo tres meses. Todas y cada una de las medidas tuvieron éxito, fueron replicadas por el resto de administraciones y, sobre todo, sirvieron para preservar espacios de libertad.
Frente al repliegue identitario de Barcelona, Madrid se ha convertido en la urbe global de moda; encarna la alegría latina de Miami, la sofisticación de Estocolmo o la proyección de Londres. La Comunidad de Madrid ya es el mayor destino cultural del mundo, concentra el 75% de la inversión extranjera que recibe España y está muy por encima de la renta media del resto de Europa. Madrid, que tantas veces se lamentó de carecer de una identidad propia, por fin la ha encontrado: era su apego a la libertad.
*Este texto ha sido publicado originalmente en la última edición de la revista italiana TEMPI.