Danielo, el preso 'tiktoker' que lleva un año subiendo vídeos sobre su vida en la cárcel
Este preso ha continuado compartiendo vídeos en la red social pese a que su actividad fue denunciada en diciembre por un funcionario
Se hace llamar Danielo Dalton, tiene una cuenta en la red social Tik Tok y a menudo comparte con sus seguidores como es su día a día: lo que come, sus rutinas de deporte, su música favorita… Nada de esto debería ser inusual, salvo por un detalle. Danielo Dalton cumple condena por tráfico de drogas y todo su contenido lo comparte desde su celda en la prisión de Aranjuez. Hasta diciembre del pasado año, los vídeos de este recluso habían pasado inadvertidos, pero un post en el que criticaba la comida de esta prisión se hizo viral y un funcionario de prisiones lo denunció.
La tenencia de dispositivos móviles en las prisiones está prohibida. Los reclusos no pueden tener comunicaciones con el exterior fuera de las establecidas en función del régimen que estén cumpliendo. En el caso de Danielo, sin embargo, no solo podía hablar con familiares, sino que incluso compartía contenidos con miles de personas desde el pasado julio. El vídeo en el que comentaba el menú que tenía ese día para comer en la cárcel superó el millón de visualizaciones.
Lo llamativo, no obstante, es que su actividad no ha cesado. Pese a que un trabajador penitenciario censuró el comportamiento de este interno, ha seguido compartiendo sus contenidos a través de la red social. Su último vídeo, según consta en su perfil, fue compartido desde el interior de la prisión a finales del pasado mes de abril. Pero hay más en meses previos: otros en los que muestra imágenes del interior de la cárcel madrileña a través de las rejas, hace ejercicio en el pabellón o hace un reto para sus seguidores.
Este ejemplo, según denuncian trabajadores penitenciarios a este periódico, no solo da cuenta de la cantidad de dispositivos móviles que son capaces de pasar los reos al interior de las cárceles, sino también de la «impunidad» de la que disfrutan pese a que cometen este tipo de infracciones. Todo ello, insisten estas fuentes, propiciado por la falta de efectivos que sufren los centros penitenciarios desde hace años. Un déficit que impide que los controles de las celdas y de los presos se lleven a cabo correctamente, y que permite al mismo tiempo que dispongan de teléfonos móviles, además de otros objetivos prohibidos.
10.000 móviles
Eso sí, los presos no siempre lo consiguen. La prueba está en que en el último lustro los funcionarios han requisado más 10.000 terminales en las celdas, vestuarios, talleres y rincones insospechados en las prisiones. Los centros penitenciarios de Algeciras y Alhaurín (Málaga) fueron los que más incautaciones registraron, con cerca de 690 y 688 móviles cada una, según los datos que han difundido recientemente los sindicatos de este colectivo.
Aunque esta cifra es elevada, las asociaciones denuncian que los reos logran pasar otros tantos terminales al interior de los centros penitenciarios. Los funcionarios realizan controles exhaustivos cuando los reclusos reciben visitas del exterior porque los allegados aprovechan ese momento para que los internos puedan introducir todo tipo de productos prohibidos, sobre todo teléfonos y drogas. Unas veces se encuentran, y otras resulta mucho más complicado.
Pese a que su tenencia está prohibida en prisión y los controles se han acentuado en los últimos años, los reclusos han ido perfeccionando, con indiscutible ingenio, sus técnicas e inventos para que sus dispositivos móviles pasen inadvertidos a ojos de los trabajadores penitenciarios.
Los escondites
El último método se descubrió el pasado mayo en el Centro Penitenciario de Picassent (Valencia). Durante el registro de una celda, los trabajadores advirtieron algo extraño en un bote de líquido limpiador. Por fuera todo parecía normal, se podía ver el líquido, pero por dentro, sin embargo, había algo extraño. Tras desenroscar la parte inferior, los funcionarios hallaron en el interior un teléfono de pequeñas dimensiones y un cargador en un falso fondo.
En la mayoría de ocasiones, advierten fuentes penitenciarias, la medida de los dispositivos, que no superan los 60 milímetros (parecido a un bolígrafo), hace que sean prácticamente invisibles. Además, su precio es tan bajo que ha propiciado que se cree un mercado negro donde se compran y venden estos dispositivos en las cárceles de todo el país.
En febrero, la localización de otro terminal en una prisión madrileña dejó con la boca abierta a los funcionarios. El preso se las había ideado para hacer un agujero perfecto entre las galletas maría de un paquete y guardar ahí su teléfono. Lo único que tapaba dicho orificio eran otras tres galletas. No fue menos sorprendente otra ocasión en la que los empleados de otro penal localizaron otro móvil emparedado en la celda. «Tras insistirle, el interno no quería decirnos cuál era azulejo falso. Lo había camuflado bien y los funcionarios tuvieron que romperlo para sacarlo», explica un trabajador penitenciario a este periódico.