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Por qué los jóvenes rebeldes de ahora son de derechas

La rebeldía, entendida como una lucha contra el ‘establishment’, ha dejado de estar en el comunismo o en el liberalismo: el conservadurismo es el nuevo ‘punk’

Por qué los jóvenes rebeldes de ahora son de derechas

Ilustración de Erich Gordon.

La juventud es tiempo de rebelión, una etapa de la vida en la que procede (más que nunca) cuestionar, dudar y desafiar al orden establecido. Decía Gregorio Marañón, de hecho, que la rebeldía es un deber fundamental de los jóvenes. Y aunque esta actitud ha ido tradicionalmente ligada a la izquierda, son muchos quienes perciben un cambio de paradigma: las ideas progresistas llevan ya un tiempo dominando el ecosistema hasta haber sido asimiladas por el establishment. Esto ha creado el caldo de cultivo para que los jóvenes se aferren a la épica de la batalla cultural frente a la imposición de una ideología dominante que disuelve sus vínculos más preciados.

Cabría empezar por precisar qué es ser rebelde, pero tratar de alcanzar una definición esencial del término es un esfuerzo inútil. Acaso porque, como explica el filósofo Jon Juaristi a este medio, «no se es rebelde, sino que se está en rebeldía», ya que «quien pretende serlo todo el tiempo suele tratarse, casi con seguridad, de un delincuente nato». En lo sucesivo, entenderemos la rebeldía como una posición alternativa al establishment. Y para eso hay que comenzar precisando qué es este.

«Si entendemos la rebeldía como alternativa al establishment, esta estuvo en el comunismo primero y en el liberalismo después, pero desde Mayo del 68 estas propuestas son amables al sistema», explica el periodista y analista político Javier Villamor, para el que vivimos inmersos en un «globalismo metacapitalista de corte liberal-izquierdista en lo moral y, por tanto, la contracultura está en la derecha, lo que se llama ultraderecha o incluso más allá (hablamos de una tercera posición o del anarquismo)». «La rebeldía no está en ser transgénero, mujer o feminista, sino en formar una familia, luchar por las naciones, adherirse a los conceptos biológicos de hombre y mujer o incluso en la vuelta o revisión del sentimiento religioso», incide.

La batalla cultural

La defensa de estos valores se produce mediante lo que se ha consignado en España como «batalla cultural». Esta hace referencia, grosso modo, a la pugna entre bloques -el progresista y el conservador- que se da en el marco de las democracias liberales, y que tiene como objetivo último alcanzar la hegemonía en asuntos que marcan el discurso en la sociedad. Curiosamente, su origen es la Kulturkampf que acuñaron los alemanes a finales del siglo XIX, cuando Otto Von Bismarck combatía la influencia de la Iglesia Católica. Curiosamente porque ahora va en dirección contraria.

Para Villamor la batalla cultural no es sino la consecuencia del radicalismo de aquellos que tienen el mundo en sus manos: las élites: «Aquellos que controlaban todo en los años 80-90, cuando se barruntaba un futuro estable y todo podía ser cierto, tiraron tanto de la cuerda que han roto el cable que conectaba a la élite con el pueblo. Algunos se dieron cuenta en su momento de por dónde irían los cauces del globalismo y empezaron a producir un pensamiento que articulara la contra a todo eso que estaba viniendo. Un buen ejemplo es el de pensadores hispanistas como Donoso Cortés».

La presidenta de Nuevas Generaciones, Bea Fanjul, asevera que esta pugna es «consecuencia de que la izquierda nos quiere dictar qué tenemos que pensar, cómo tenemos que hablar, a quién tenemos que votar, con quién tenemos que relacionarnos o qué tenemos que comer para ser buenos ciudadanos». Ergo, explica la también diputada del Partido Popular en el Congreso, «es natural que muchas personas se opongan a eso, entre ellos los jóvenes y que, por tanto, cada vez haya más rebeldes».

«La batalla cultural no es sino la consecuencia del radicalismo de aquellos que tienen el mundo en sus manos: las élites»

No son pocos quienes critican, eso sí, el modo en que la derecha está dando la batalla cultural. El politólogo Hasel Paris señala que «a la derecha le gusta citar la idea de Chesterton, que llegará un día en que lo más revolucionario será decir que la hierba es verde. O sea, decir que los hombres tienen pene y las mujeres vulva, que el multiculturalismo no funciona, que es bueno tener hijos, o que España es un país del que estar orgulloso». Y añade que, «aunque es verdad que todo eso va a escandalizar a la izquierda nacida de Mayo del 68», el problema es que la derecha «busca solamente ofender a esa izquierda, llevarle sistemáticamente la contraria, incluso cuando tenga parte de razón, como en el caso de las macro-granjas o la salud mental».

«Cabe preguntarse qué hay de revolucionario en ofender a los ofendiditos profesionales», se plantea Paris, que abunda: «Bien está decir que la hierba es verde y no fucsia, ni arcoíris, ni racializada. Pero quizás sea más revolucionario preguntar, ¿de qué color es la hierba en los barrios pobres y en las ciudades-dormitorio? No es de ningún color, apenas hay, porque son monstruosidades de puro asfalto y ladrillazo. O ¿de qué color es la hierba de Irak, a lo largo del Tigris y el Éufrates? Pues quizás ni haya vuelto a crecer, tras años de invasión y posterior guerra civil. Si no hay hierba de ningún color en ciertos barrios no es por culpa de la teoría queer, es por culpa de un sistema económico basado en la desigualdad. Y si no hay hierba de ningún color en ciertos países no es por culpa del animalismo vegano, es por culpa de un orden mundial basado en la superioridad militar de EEUU. Ser verdaderamente revolucionario no consiste en dar la batallita cultural, sino en dar la batalla económica y la batalla geopolítica, que son las dos materias verdaderamente serias».

Cambio de paradigma

Francia es un reflejo de este cambio de paradigma. El país que alumbró el Mayo del 68 dio claros síntomas de cambio en las últimas elecciones presidenciales, cuando el 26% de las personas de entre 18 y 25 años votaron a Marine Le Pen, junto a un 8% que optaron por Eric Zemmour, según la encuesta Ipsos-Sopra Steria. En España la inercia es similar, con la particularidad de que el voto joven estuvo polarizado en 2019 entre Unidas Podemos y Vox, que tienen en los menores de 30 su principal nicho electoral.

Esto se debe, explica Villamor, a que hay confusión en los jóvenes a la hora de enfocar su rebeldía: «Hay una canalizada por el sistema para que los jóvenes dediquen su tiempo a luchas inertes que no hagan daño al sistema. De hecho, estas luchas son dadas por el sistema en los grandes medios de comunicación: cambio climático, feminismo, etc. Son corrientes del sistema para neutralizar la verdadera corriente antisistema y llevarla a sus términos. De ahí que partidos como Podemos hayan demostrado ser sistémicos a la hora de encauzar una rebeldía legítima como la del 15-M y llevarla a los cánones del globalismo e incluso del Régimen del 78».

«Antes los rebeldes eran los ‘perroflautas’ y ahora son los que se aferran a valores tradicionales que les generan identidad (país, familia u otros)»

Sobre por qué el cambio de paradigma no afecta a todos los jóvenes por igual, el sociólogo Rubén Tamboleo explica que éstos «pueden clasificarse, según su carácter psicológico, en débiles y fuertes». «Los débiles se amoldarán al sistema (así lo han hecho), y se sentirán ofendidos por todo y ante todo. Los fuertes se cuestionan el sistema, quieren mejorarlo y son capaces de gestionar respuestas que puedan generar rechazo o excluirles de algún modo o en algún grado de la sociedad o partes de ella», explica.

Pese a todo, el sociólogo también se abona a la tesis del cambio de paradigma porque, parafraseando a Elon Musk, «se ha exportado a Occidente un modelo cultural desde California y especialmente San Francisco, que se ha hecho hegemónico». Y esto ha generado en los fuertes una reacción negativa que «se ha asentado con fuerza porque no se ha generado una respuesta sólida en favor de los valores occidentales, ni una respuesta en favor de la libertad individual. Antes los rebeldes eran los perroflautas y ahora son los que se aferran a valores tradicionales que les generan identidad (país, familia u otros) o a su libertad frente a las ideologías disolventes que han conformado esa ola cultural exportada que ha generado hegemonía y paradojas sociales».

Sobre si este cambio será permanente, Fanjul resalta que «la política, como otras disciplinas (el arte, la literatura, la música) se rige por la ley del péndulo». Pero sí le augura cierta estabilidad a medio-largo plazo porque «cada vez hay más personas, más jóvenes, que están hartos de que se les diga cómo tiene que ser, y que ven lo que está sucediendo en nuestro país». «Lo que estamos viendo estas últimas semanas, con un Ejecutivo actuando sin frenos y asaltando el Poder Judicial para legislar a la carta de los delincuentes acrecentará esta rebelión y este cambio de la juventud», asegura.

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