La obsesión de creer que los periodistas son espías
La detención de un periodista español en Polonia y otro estadounidense en Rusia, acusados de espionaje, deja en evidencia cómo actúa cada Gobierno
Berthold Jacob era un periodista alemán que ejercía su trabajo en los años 30 del siglo pasado. Haber combatido en la Primera Guerra Mundial le había llevado a convertirse en antibelicista. Cuando los nazis empezaron a seducir al pueblo germano, Jacob sacó a la luz muchos detalles de cómo se estaban rearmando, una política ilegal porque habían firmado unos acuerdos internacionales que se lo impedían.
Las autoridades alemanas estaban molestas con las continuas informaciones del periodista y sin discreción empezaron a perseguirle. Harto de las detenciones y las presiones, decidió exiliarse en Suiza, desde donde continuó informando con libertad.
En 1935 publicó un libro sobre la organización de la Wehrmacht, las fuerzas armadas nazis. Juntar tanta buena información sobre cómo Hitler estaba creando un ejército impresionantemente potente, dejó molesta a la cúpula nazi y el dictador alemán tomó cartas en el asunto. Habló con el jefe del servicio de información militar y le ordenó descubrir cómo se había producido la filtración de la información, quién era el topo y qué servicio secreto enemigo estaba detrás.
Los espías nazis mandaron a un agente de la Gestapo a Suiza, que se aprovechó de la inocencia y falta de reflejos de Jacob. Se ganó su confianza, le tendió una trampa, le durmió con droga y se lo llevó en coche a Berlín. Nada preparado para resistir un interrogatorio sin ley, el periodista les desveló todos los secretos que le preguntaron.
Jacob reconoció que había recopilado toda la información publicada en los últimos años en los medios de comunicación alemanes, incluyendo notas de sociedad sobre bodas y bautizos, e informaciones detalladas sobre desfiles militares. No había habido una conspiración de un servicio secreto extranjero, ningún espía le había entregado la documentación.
No se metan donde nadie les llama
Esta historia es un ejemplo real de lo que pasó hace cien años, de lo que pasó hace cincuenta, veinte y hoy en día. Periodistas que investigan sobre temas que son de interés para la sociedad, gobiernos molestos porque esas informaciones les perjudican y organismos de los países poco o nada democráticos que se alían para «quitar de la circulación» al informador y mandar un mensaje al resto de sus compañeros para que no se metan donde nadie les llama.
Desgraciadamente, los servicios de inteligencia siempre han usado a periodistas para que les ayuden en su trabajo e, incluso, han creado empresas de comunicación falsas para ofrecer tapaderas a sus agentes que se hacían pasar por periodistas, una buena tapadera que les permite preguntar sobre todo sin que el objetivo se mosquee.
Pablo González, medio español, medio ruso, fue detenido en Polonia hace algo más de un año y acusado de ser espía a favor del régimen de Putin. Las autoridades polacas no han explicado tanto tiempo después en qué se basan sus acusaciones y la contraparte española ha guardado silencio.
Lo que sí sabemos se refiere al trato inhumano que está recibiendo desde entonces. Los 15 primeros días no le dejaron tener abogado. El día 16 le nombraron uno que ellos eligieron. A los dos meses ya le dejaron elegir a su abogado, pasado un tiempo le pudo visitar el cónsul español y nueve meses después pudo ver finalmente a su esposa. El debate ahora mismo no es si González es o no espía, es si Polonia está respetando sus derechos humanos: Amnistía Internacional piensa que no.
El revuelo que el Gobierno de Pedro Sánchez no está montado, sí lo está provocando el de Biden tras la detención en Rusia de Evan Gerskovich, periodista del Wall Street Journal, acusado también de espionaje. Allí la embajadora estadounidense le pudo visitar a la semana, aunque fuera del apoyo moral no consiguió nada. El FSB, el servicio secreto interior ruso, le acusa de buscar información para el espionaje estadounidense. Su diario dice que estaba trabajando en un reportaje, según parece, sobre el grupo de mercenarios Wagner.
Lo curioso de este caso es que Polonia ha respaldado una petición estadounidense para conseguir la liberación de Gerskovich por una detención injusta. Quizás, solo quizás, deberían ser más coherentes.