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Historias de la historia

Los alcaldes mandan mucho en España

En el furor de las elecciones municipales del próximo domingo hay que recordar el desmedido papel de algunas alcaldías en la Historia de España

Los alcaldes mandan mucho en España

El alcalde de Móstoles le declara la guerra al Imperio Francés, el más conocido pasaje del poder municipal.

El ayuntamiento de Huéscar, pueblo granadino de 8.000 habitantes, firmó la paz con Dinamarca el 11 de Noviembre de 1981, después de 172 años de hostilidades, la guerra más larga de la Historia. Rubricaron las paces el embajador danés en Madrid por parte del Reino de Dinamarca, y el alcalde de Huéscar y un delegado de Asuntos Exteriores por parte de España. La presencia de numerosos residentes daneses en la Costa del Sol vestidos de vikingos dio un tono folklórico al acto.

La noticia parece propia de un anuario de curiosidades, de uno de esos «libros de récords» llenos de banalidades, pero si nos trasladamos del escenario conmemorativo y simpático de 1981 al origen de la situación, en 1809, la perspectiva cambia dramáticamente.

España se encontraba inmersa en la Guerra de la Independencia, lo que Napoleón llamaba «la úlcera española», que les costó 300.000 bajas a los franceses. Era una guerra brutal, un pueblo luchando con uñas y dientes contra el mejor ejército del mundo. Por parte española no existía un ejército propiamente dicho, sino que oleadas de voluntarios engrosaban ejércitos improvisados que eran derrotados por el magnífico ejército napoleónico en la primera batalla que sostenían. Pero los vencidos no se rendían, se convertían en guerrilleros, y eran mucho más dañinos para los franceses que los soldados. Un cuarto de millón de españoles murieron así para recuperar la independencia.

En ese clima de exaltación patriótica la llamada Junta Suprema reunida en Sevilla, que era lo más parecido a un gobierno central español, rompió relaciones con Dinamarca, aliada de Napoleón que mantenía prisioneros a 5.000 soldados españoles. Cuando la noticia llegó a Huéscar su ayuntamiento se reunió en pleno y, ni corto ni perezoso, le declaró la guerra al Reino de Dinamarca. Hay que decir que no era para los oscenses una guerra simbólica, Huéscar sostenía las partidas guerrilleras de Villalobos y Bernardo Márquez, y soportó brutales represalias de los franceses.

La ocurrencia del ayuntamiento de Huéscar quizá quisiera emular un cercano precedente, el bando de los alcaldes de Móstoles, que el Dos de Mayo de 1808 hicieron la primera declaración de guerra contra Francia. 

En la tarde del Dos de Mayo llegaron a Móstoles fugitivos de Madrid, distante sólo 22 kilómetros, donde se había producido la conocida rebelión popular y las crueles represalias francesas. La persona más importante que había en el pueblo en ese momento era don Juan Pérez Villamil, auditor general del Consejo del Almirantazgo, que se había refugiado en Móstoles porque formaba parte de una Junta secreta que desde hacía algún tiempo preparaba la resistencia contra la invasión francesa. 

Villamil fue quien redactó el famoso ‘Bando de Móstoles’, pero como experto jurista sabía que la Junta secreta, por su carácter incógnito, no tenía autoridad reconocida, de modo que recurrió a la autoridad municipal de Móstoles para declararle las hostilidades al Emperador Napoleón, dueño de Europa.

«Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mí, el alcalde ordinario de la Villa de Móstoles», era el encabezamiento del histórico documento, que describía los sucesos de la capital: «… en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre» y convocaba a la movilización contra el invasor: «Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos…». Firmaban los «alcaldes ordinarios», Andrés Torrejón y Simón Hernández.

Es notable que el llamamiento a la lucha se dirigiese de autoridad municipal a autoridad municipal pues, como les había indicado Villamil, las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, base del derecho castellano, establecían la obligación y derecho de los ayuntamientos para emprender la defensa del territorio en caso de invasión extranjera, especialmente en la circunstancia de faltar el rey, como sucedía ese Dos de Mayo, pues Fernando VII estaba preso de Napoleón.

Otro fugitivo de Madrid, un tal Pedro Serrano, natural de Lucena, se ofreció a difundir el bando por Extremadura y Andalucía, y salió de Móstoles a lomo de caballo, llegando en dos días a Badajoz. Para enviarlo al resto de España se utilizó la red de postas, el sistema oficial de comunicaciones que transportaba el correo. El caso es que en poco tiempo España entera estaba en armas.

De las Navas de Tolosa a Zalamea

La categoría de la autoridad municipal es histórica en España. Alfonso X no hizo más que recoger en sus Partidas una realidad, pues desde el inicio de la Reconquista, para animar a la gente a repoblar el territorio desierto y baldío que se iba arrebatando a los moros, se les reconocía a los «pobladores» amplias libertades, recogidas en el Fuero de cada lugar. Ese sistema de núcleos poblaciones libres impidió que en España se desarrollase el feudalismo que imperaba en Europa.

El estamento municipal tuvo importante presencia en la batalla más importante de la Reconquista, la de las Navas de Tolosa en 1212. El Papa Inocencio III había proclamado una Cruzada contra los almohades, una secta fanática que había ocupado la España musulmana y amenazaba a la cristiana. A los reyes de Castilla, Aragón y Navarra se sumaron caballeros cruzados de Francia, Occitania, Portugal y las órdenes del Temple y el Hospital de Jerusalén. Los cruzados vinieron en pequeño número, pero le dieron un carácter internacional a la campaña, sin embargo, el grueso del ejército cristiano estaba formado por las llamadas Milicias Concejiles de Castilla.

Una veintena de concejos o ayuntamientos castellanos enviaron sus contingentes ciudadanos a la trascendental batalla. Entre otros estuvieron representados Burgos, Medina del Campo, Valladolid, Segovia, Soria, Ávila, Arévalo, Almazán, Medinaceli, Béjar, San Esteban de Gormaz y Madrid.

La importancia del poder municipal en la Historia de España tuvo, como es natural, trascendencia en nuestra mejor literatura. El genio del teatro del Siglo de Oro, Calderón de la Barca, escribió, al parecer inspirado en un hecho real, El alcalde de Zalamea, donde se plantea el enfrentamiento de la autoridad municipal de una pequeña población con un personaje que representa dos altas instituciones, el ejército y la nobleza. El conflicto estalla cuando el capitán don Álvaro de Ataide viola a la hija del villano Pedro Crespo, regidor de Zalamea. Tras rogarle inútilmente que se case con su hija, ofreciéndole su fortuna, Crespo decide ejercer su justicia, y ejecuta en el garrote vil don Alvaro.

El alcalde de Zalamea se excede en sus atribuciones, no puede aplicar su jurisdicción sobre un militar que además es noble, sin embargo cuando llega el rey Felipe II reconoce que la defensa de la mujer ultrajada -un factor de legitimación tan potente en la España del XVII como lo sería en la actualidad- y la vindicación del honor, aunque se pertenezca a la clase popular, justifican a Crespo, y le nombra alcalde perpetuo.

Mandan mucho los alcaldes en la Historia de España.

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