Cinco espías que traspasaron gravemente sus «líneas rojas»
En el ‘true crime’ un grupo de los mejores infiltrados comparten un lema: «Quien nos mata, muere»
Arantxa Berradre.
Durante el último año, he navegado por las borrascosas aguas de los mejores infiltrados del espionaje español: una policía, dos civiles, un guardia civil y un militar. De tres de ellos puedo decir que son amigos míos desde hace bastantes años, los conozco bien. A los otros dos los he conocido gracias a una investigación que ha unido la información abierta con otra procedente de entrevistas con gente de su entorno.
Hoy quiero desvelar mis investigaciones, poner en valor su trabajo e ir mucho más allá: intentar explicar las consecuencias para ellos han tenido sus actos valerosos y exitosos. El thriller Líneas rojas (Roca editorial) que acabo de publicar está inspirado en una conspiración internacional que ocurrió en 2002, en la que estaban metidas personas, políticos e instituciones de varios países, entre ellos España e Israel. La historia gira alrededor de un equipo que monta Mikel Lejarza, El Lobo, con los mejores infiltrados españoles, algo fuera de duda. Han sido capaces de vivir años rodeados de terroristas y mafiosos, engañarles y conseguir que acaben detenidos. Pero para conseguir su objetivo, y este aspecto es esencial, han tenido que traspasar sus propias líneas rojas. La consecuencia es que han quedado tocados en el alma, en la estabilidad mental. Son mujeres y hombres que han triunfado, pero en su interior sienten la herida por haber traspasado un límite.
Mikel Lejarza lleva 49 años viviendo en la clandestinidad tras su brillante infiltración en ETA. Entonces y en los años siguientes superó muchas situaciones que golpearon su estabilidad. Una de ellas fue el abandono al que le sometió el servicio secreto para el que trabaja en situaciones críticas. La primera vez fue durante una redada policial en Madrid durante el verano de 1975. Los uniformados se lanzaron a por los cuatro etarras que viajaban en un coche, disparando sin dudarlo. Lejarza tuvo que huir como pudo para evitar la muerte. Sus jefes no habían alertado de la presencia de uno de sus hombres. «Si le matan –dijo un coronel del servicio- un etarra menos».
El caso de Arantxa me heló el corazón
En Líneas rojas aparecen también personajes inspirados en otros infiltrados cuya historia me heló el corazón. Arantxa Berradre era la identidad falsa que una policía utilizó para infiltrarse en ETA, unas cuantas lo intentaron, solo ella lo consiguió. Pasados unos años de andanzas por el entorno político de la organización, entró en el comando Donosti. Los dos pistoleros, con una larga lista de asesinatos en su currículum, se quedaron prendados de esa joven que los había acogido en su casa, que ellos creían segura y en realidad estaba trufada de micrófonos ocultos. Hubo un momento en el que Arantxa debió actuar como terrorista y olvidar sus principios de policía, traspasó su propia línea roja. Consiguió un gran éxito en su misión, pero en el libro trato de profundizar en las consecuencias que tuvo para ella, consecuencias personales, consecuencias de esas que te marcan y no quieres comentar a tus compañeros y jefes por hacerte la fuerte. Lo mismo que le pasó a Lejarza y también a otro personaje inspirado en Paco Lerena.
Este guardia civil fue fichado por el servicio secreto para infiltrarse en el último bastión de la extrema derecha militar, era amigo del cabecilla. Hizo tan buen trabajo que evitó el asesinato de la familia real y de varios miembros del Gobierno a los que iban a colocar una bomba en un desfile de las Fuerzas Armadas. Gran éxito, como en los anteriores casos, y profunda herida en el corazón al saltarse la línea roja, en este caso, el engaño a un gran amigo.
En definitiva, esta es una aventura coral de un grupo de los mejores espías que pueda haber en España, rebeldes inadaptados, que ofrece una imagen diferente y compleja, más realista, de los infiltrados.
