Sobrevivir «de milagro» a una bomba de ETA: «No me habrían identificado ni por las muelas»
Esta semana ha empezado el juicio a los dos etarras responsables del atentado en la Universidad de Navarra en 2008
«Ha sido un estruendo tan fuerte, una onda expansiva tan destructiva, que nadie cree en el milagro». La frase está sacada del número 654 de la revista Nuestro Tiempo, editada por la Universidad de Navarra, y publicado en diciembre de 2008. El reportaje en cuestión es una recopilación de testimonios de profesores y alumnos de esta universidad a raíz del coche bomba que ETA colocó e hizo explosionar en su campus de Pamplona el 30 de octubre de 2008. El juicio a los dos responsables del atentado, Iurgi Garitagoitia y Joanes Larretxea, ha arrancado esta semana en la Audiencia Nacional.
A las 10.58 horas de aquel jueves, un Peugeot 306 cargado con 80 kilos de kaskabarro y cloratita fue detonado en un parking anexo al Edificio Central de la Universidad de Navarra. A pesar del escepticismo de muchos, expresado en el testimonio inicial, el milagro sí se produjo y no hubo que lamentar muertos. Todo ello a pesar de que el lugar de la deflagración, y más a esa hora del día, suele ser escenario de constante trasiego de aquellos que trabajan y estudian en el centro. Lo afirma de primera mano este periodista, antiguo alumno de la universidad.
Intervención divina o no mediante, lo cierto es que sorprende que ETA nunca lograse cobrarse una víctima mortal en el campus de esta universidad del Opus Dei. Sobre todo porque el de 2008 no fue el único atentado de la banda terrorista en el centro navarro. Ni de lejos. De hecho, hasta seis veces atacó ETA a la Universidad de Navarra, haciendo de su Edificio Central el inmueble más bombardeado en España desde la Guerra Civil.
En efecto, un médico de la Clínica Universidad de Navarra que se encontraba en medio de una intervención quirúrgica en el momento del atentado cuenta que la supervisora entró en la sala de operaciones y pidió la máxima disponibilidad de los quirófanos. Esperaban una oleada masiva de heridos graves que, por fortuna, no se produjo.
A un paso de la muerte
Pero la explosión sí dejó secuelas. Los servicios de emergencias atendieron a 28 heridos, la mayoría de ellos leves. También hubo quienes estuvieron a un suspiro de la muerte. En conversación con THE OBJECTIVE, Javier M., por entonces director del Servicio de Dirección de Personas de la universidad, narra cómo un correo electrónico le salvó la vida. Javier trabajaba en un despacho ubicado a apenas cinco metros del coche bomba. Momentos antes de la explosión se encontraba redactando un e-mail a un compañero con el que no conseguía ponerse de acuerdo en un asunto. «Justo antes de mandar el correo, lo releí y vi que era muy agresivo para enviarlo», cuenta Javier. Decidió, entonces, que era un buen momento para tomarse un café, relajarse y después corregir el texto. De camino, además, le propuso a un colega, Jesús Miguel Turrillas, que lo acompañase. Sin saberlo, acababa de salvarle la vida a él también.
Aunque la cafetería del edificio dista de su despacho apenas unos pasos, Javier y Jesús Miguel no llegaron a pedirse el café. «Escuchamos un estruendo terrorífico. Salimos de la cafetería y vimos gente corriendo por todos lados y mucho humo que venía de nuestra oficina», sigue contando Javier. Lo primero que hizo fue hacerse con un teléfono fijo (los móviles no funcionaban) para llamar a su mujer y confirmarle que estaba bien.
Ese mismo día, ya por la noche, les dejaron entrar en lo que era su despacho: «Desolador lo que vimos allí». Javier también recuerda el comentario que le hizo un policía: «Si hubieras estado aquí [en la oficina], no te habríamos identificado ni por las muelas». Javier termina con la siguiente reflexión: «Aquello pudo ser una masacre absoluta. El que quiera llamarlo casualidad, puede hacerlo, pero yo pienso que fue la providencia. La Virgen del campus sacó el manto».
Víctima ‘a distancia’
Otro caso, si cabe más curioso, es el del J.U.L. (que prefiere no dar su nombre completo), que ni siquiera se encontraba en Pamplona el día del atentado y que, sin embargo, fue uno de los heridos más graves. Aquel 30 de octubre J. se encontraba de reuniones en Madrid y no llegó a la capital navarra hasta el día siguiente. Cuenta a THE OBJECTIVE que ese viernes pasó varias horas en una zona del Edificio Central muy cercana al lugar donde estalló el coche bomba. A media mañana, empezó a «ahogarse».
Rápidamente, lo llevaron a la Clínica Universidad de Navarra, junto a otro grupo de afectados con síntomas parecidos. Estando en Urgencias, J. escuchó que alguien decía «al número 4 hay que llevárselo a la UCI». «Qué mala suerte tiene el 4», pensó J. Era él. Pasó cuatro días en la unidad de cuidados intensivos. En varios momentos, sintió la sensación de que se le cortaba la respiración por completo, instantes en los que pensaba: «Ya, se acabó, aquí me quedo».
Por fortuna, los médicos consiguieron estabilizar lo que luego definieron como una neumonitis química, fruto de unos gases tóxicos provocados por la explosión y que se habían almacenado en el doble techo de una sala. Todavía hoy, cuando J. habla de este asunto, siente que se le corta la respiración.
Lo que pudo ser una masacre
El reportaje de Nuestro Tiempo al que aludíamos al principio recoge otros testimonios de personas que se libraron por otros gestos aparentemente intrascendentes: «Javier Irigaray sale de su oficina para fumar un cigarro un minuto antes de que la explosión derribe sobre su mesa parte del techo y una pesada lámpara. Maite Sánchez se dirige al [Edificio] Central para asistir a clase, pero se vuelve a comprar un bolígrafo en la Biblioteca. Silvia Aranguren baja a la Universidad con su hijo recién nacido para saludar a sus compañeras. Aparca junto al Central, le da el pecho al pequeño en el interior del coche y se aleja con él del aparcamiento. Corina Dávalos tiene dudas al salir de la Biblioteca: «¿Voy al Central o voy a Comunicación?». Y elige la segunda opción cuando apenas quedan unos segundos para las 10.58″.
El hecho de que no hubiera muertos hace que este atentado de ETA no sea de los más recordados. Pero hubo un rosario de vidas que la banda no pudo segar por unos pocos metros o por unos pocos instantes.