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OPINIÓN

Bárbara Rey: pillando cacho

Su historia con Juan Carlos I no fue un episodio de un día. Duró mucho tiempo, interrumpida solo durante su matrimonio

Bárbara Rey: pillando cacho

Bárbara Rey.

Juan Carlos I va poco a poco poniendo clavos en su ataúd. Su desprestigio se acrecienta cada día. A ello han contribuido su pasión por las mujeres y el dinero. Imitó a su abuelo Alfonso XIII en lo de las faldas y quiso apartarse de las penurias de su pariente en lo del dinero. Con el transcurso del tiempo se ha ido descubriendo su voracidad por los billetes. Es triste ver cómo la imagen del artífice de la Transición va siendo objeto de noticias y comentarios en programas de televisión y también en la radio y prensa escrita. Por ejemplo, conocer que desde que nació su hijo Felipe VI, el actual monarca, no tenía relación con su esposa, la reina Sofía, o que sin pensar en las consecuencias prometió matrimonio a la conseguidora Corinna Larsen. Todo un vodevil que sería una anécdota si se tratara de las andanzas de un personaje famoso. Pero por desgracia no es así.

El ciudadano había seguido perplejo su autoexilio, supuestamente voluntario, a Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en marzo de 2020 en plena pandemia de la covid, abrumado por sus causas pendientes con la Hacienda española y el recibo de comisiones y blanqueo de dinero. Todo ello quedó archivado tiempo después. Judicialmente sí, pero éticamente no. El Rey emérito nunca se ha disculpado por el fraude al Fisco cuando ya no era jefe del Estado. ¿De qué debo disculparme?, le espetó a una periodista en su primer viaje a España para participar en unas regatas en Sangenjo. Decidió establecer su domicilio fiscal allí para no tener que pagar impuestos aquí.

La vergonzosa historia ha dado otra vuelta de tuerca con la publicación en una revista neerlandesa de unas imágenes suyas besando y abrazando a Bárbara Rey. Ya se ha bautizado como el Bárbaragate. La historia con la famosa actriz y vedette murciana era un secreto que la ciudadanía sabía más o menos. No fue un episodio de un día o de una semana. Los presentó en 1976 Adolfo Suárez y él inmediatamente se encariñó de ella. Duró mucho tiempo, interrumpida sólo durante el matrimonio de ella con el domador y empresario circense Ángel Cristo en los ochenta, del cual se divorció y volvieron los contactos con el jefe del Estado.

Ella se convirtió en los noventa y principios de este siglo en pasto de insinuaciones y medias verdades en los programas de telebasura. Bárbara había llegado a un acuerdo con los servicios de inteligencia para silenciar la historia mediante una suma que algunos medios cifran en 600 milllones de pesetas (3,5 millones de euros) abonados a plazos con dinero del erario público. Cuando se demoraban los recibís, la actriz elevaba la voz y amenazaba. Para entonces ya habían roto.

Por el sórdido mundo del chantaje pasaron gobiernos populares y socialistas. Fue José María Aznar, quien indignado ante la utilización de fondos reservados para acallar a la famosa actriz, decidió finiquitar la operación con una cantidad elevada. Ella nunca se lo perdonó. Aznar se escandalizó con las imágenes y las consecuencias que eso podía tener para la estabilidad del país en un momento complicado.

La historia sentimental de Juan Carlos I con Bárbara Rey supera la que el exmonarca tuvo con la cazafortunas alemana Corina Larssen. Y curiosamente en los dos casos el Emérito no sólo terminó mal y hasta estafado, sino que ellas fueron quienes decidieron poner fin a la relación. La alemana, quedándose con los más de 60 millones de dólares que los saudíes le regalaron al anterior monarca en favores por la construcción del AVE La Meca-Medina. Si acaso fue menos zafia que la vedette española, quien se encargó de poner en la casa artilugios adquiridos en una conocida tienda madrileña.

Hace menos de cinco años aseguraba a través de su abogada que no había jamás grabado ninguno de los encuentros con su fogoso amante ni recibido un solo billete del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Ahora, sin embargo, ha trascendido que su hijo, por entonces adolescente, fue quien grababa y fotografiaba desde fuera las secuencias cuando el Emérito iba al chalé de Bárbara a pasar un buen rato degustando una de las ricas paellas que la actriz le preparaba. En su calentamiento, él no llegó a sospechar que el joven grababa con instrucciones de la madre.

Ambos, Rey y Rey, están ahora «muy indignados» por lo que ha ido saliendo en los medios los últimos días. Y lo que pueda salir. De momento, hay vídeos, fotografías y audios de pobre calidad que plasman el amor de Juan Carlos por Bárbara, quien, al parecer, hizo cerca de una decena de copias recopilatorias de sus encuentros íntimos. Niega ser la responsable de la difusión y culpa al hijo. El miércoles pasado, Rey, de 73 años, tuvo que pedir auxilio a la policía municipal de Marbella al grito de «no puedo más» ante la persecución de los paparazzi, en tanto que el exmonarca no ocultaba su indignación en Galicia, donde se encontraba asistiendo a las regatas alojado en la casa de su amigo Pedro Campos, al ver que su nombre era vilipendiado en la plaza pública de la televisión.

Todas estas aventuras dejan en pésimo lugar a Juan Carlos I, cada vez más anciano e impedido -en enero cumplirá 88 años-, pero despierto y resolutivo a la hora de dar los últimos retoques a la fundación que ha creado fuera de España donde, al parecer, estarían depositados 2000 millones de dólares como herencia a sus hijas, las infantas Elena y Cristina. Su hijo Felipe VI se ha desvinculado desde el primer momento de la herencia, cuya existencia trascendió por primera vez hace cuatro años. Es discutible la legalidad del dinero. Varios medios han afirmado que se trataría de comisiones percibidas por el Emérito en operaciones financieras no del todo claras.

En nada beneficia al hijo el pasado y presente, cuando menos embarazoso, del padre. Felipe VI desde que llegó al trono hace diez años, tras la decisión de Juan Carlos I de abdicar abrumado por las irregularidades fiscales, ha intentado, con más o menos fortuna, hacer de la Corona un modelo de transparencia. Es lícito preguntarse quién asesora actualmente al anterior monarca. Podría, sin duda, hacerlo mejor. Ha trascendido estos días, poco antes de que estallaran los últimos episodios del Bárbaragate, que Juan Carlos I tiene preparadas sus memorias en las que le ha ayudado su biógrafa Laurence Debray, la hija del famoso escritor Regis Debray, atento observador de la revolución castrista.

Laurence, autora de un suave ensayo sobre Juan Carlos I, Mi rey caído (Debate, 2022) , ha estado durante un tiempo en Abu Dabi para preparar la obra. Quienes la han leído la califican reivindicatoria y para nada de arrepentimiento. La editorial anunció que saldría antes de fin de año, pero posteriormente afirmó que se retrasaría hasta el otoño del año próximo. Sin duda, los últimos escándalos aconsejan el aplazamiento. ¿Es juicioso que un Rey escriba sus memorias?

Los escándalos en la Familia Real, que iniciaron con el procesamiento y condena de Iñaki Urdangarin, han sido caldo de cultivo para quienes consideran desde la izquierda de la izquierda que la monarquía es un sistema anacrónico, injusto e inútil, y que es momento de apostar de nuevo por una república, esta vez con más fortuna que las dos anteriores. «Las monarquías nos humillan, porque son el lugar del privilegio. Pero también nos pueden humillar los antimonárquicos con sus nuevos repartos de los privilegios, por eso las monarquías duran y perseveran», opina Manuel Vilas en su última obra, El mejor libro del mundo (Destino, 2024). 

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