La pesadilla se agrava en Paiporta por las toneladas de basura: «Estamos peor que antes»
Los vecinos denuncian que el fango y los escombros se siguen amontonando en las calles y reclaman más ayuda
Paiporta es una ciudad fantasma cuando cae la noche. Los operarios se retiran, pero el lodo, los coches y los escombros siguen dominando sus calles. Una semana después de la tragedia, el escenario continúa siendo apocalíptico. Algunos consideran que la situación ha empeorado, ya que vecinos y comercios han ido deshaciéndose de todo lo inservible y la basura se ha acumulado en la vía pública. «Como siga así no vamos a poder salir de nuestras casas», se queja Elena Martínez, de 54 años. Reclama contenedores y maquinaria pesada para despejar la zona cuanto antes porque con la mano de obra no basta.
Martínez admite a THE OBJECTIVE que está angustiada. Observa la situación desde su balcón, en el centro de Paiporta, una localidad de 27.000 habitantes situada en el área metropolitana de Valencia. «La gente hace lo que puede, pero la catástrofe es tan grande que el personal desplegado no es suficiente». La mujer pide a las autoridades que instalen cubas de obra para que los comercios y los vecinos tiren la basura porque «empieza a oler mal, incluso hay comida en descomposición».
«Hay mucha frustración. En la televisión se puede ver el desastre, pero no en toda su magnitud». Martínez explica que no existen problemas de desabastecimiento. El agua y la comida llegan al Auditorio Municipal de Paiporta, frente a su casa, y de ahí se distribuyen a otros puntos de la ciudad. Tampoco faltan medicamentos, pero urgen tractores y maquinaria pesada para despejar las calles, donde se apilan los vehículos: «No se puede transitar. O pasa el camión de la Unidad Militar de Emergencias (UME) o pasa la gente».
Las víctimas de Paiporta
Los vecinos han estado días alumbrándose con velas. El servicio eléctrico se ha restituido casi en su totalidad, pero muchos aún no tienen acceso a Internet. «Tampoco hay gas natural porque existe riesgo de fuga y nos tenemos que duchar con agua fría», cuenta Martínez por teléfono, aunque la señal va y viene por momentos. La situación es peor fuera, donde aún no se ha restablecido el alumbrado público.
Ángeles Calvo, de 53 años, también se queja de la situación en las calles. «Siguen igual una semana después de lo que pasó: coches, fango, suciedad». Lo que pasó fue que las fuertes lluvias provocaron que se desbordara el barranco del Poyo. El agua arrastró todo lo que encontró a su paso. De las 217 víctimas mortales que hasta el momento ha dejado el temporal, unas 70 son de Paiporta.
«En Paiporta no llovió, se desbordó la rambla», aclara Calvo. Le avisó desesperada su cuñada, que vive en la orilla del barranco. Su casa se salvó porque está situada en una cuarta planta. Los pisos inferiores han quedado destrozados y sus moradores han tenido que marcharse a casa de familiares. Ella ha acogido a su hijo y a su nuera, que residían en la vecina localidad de Picaña. Martínez, que vive con su marido y dos hijos adolescentes, tuvo que abrir su casa a ocho personas «porque les arrastraba la corriente».
Calvo hace un llamamiento a las autoridades: pide que retiren los coches de la vía pública porque, mientras sigan ahí, «no se podrán sacar los que siguen en los garajes». Los divisa desde su balcón, un tercer piso en una de las arterias principales de Paiporta. En estos momentos todos los negocios continúan cerrados. «La imagen parece la de una guerra. Nunca llegué a pensar que pudiera pasar algo así», subraya. Insiste en que la mayoría de los locales comerciales están destruidos porque el agua «subió a dos metros del nivel de la calle» y muchos «lo han perdido todo».
«Dormimos con miedo»
«Dormimos con mucho miedo. Por los robos y por la situación anímica. Es una pesadilla», relata Calvo. Martínez, que vive en el mismo bloque, tiene idéntico problema. Se acuesta tarde y se levanta a las cinco de la madrugada, con los primeros rayos de sol, cuando comienza el trasiego. Se asoma al balcón y desde ahí observa en silencio la tragedia. Cree que la gente va a necesitar ayuda psicológica porque hay «mucha frustración». Uno de los jóvenes que se afana con el cepillo por recuperar la normalidad asegura que ya ha habido algún suicidio.
Uno de los que mejor conoce la situación es Paco Túnez, portavoz de la Unidad de Emergencias de Cruz Roja Valencia. Lleva días acompañando a las víctimas y asegura que la magnitud de la catástrofe es mayor de lo que aparece en televisión. «Hay zonas completamente arrasadas. Lugares que ya no existen. La gente está sufriendo una grave situación anímica y hay que darles soporte emocional». En su opinión, lo sucedido ha multiplicado la vulnerabilidad de muchas personas, especialmente de quienes viven solos.
Martínez asegura que estos días ha sentido la necesidad de desahogarse en las redes sociales. «Me da igual quién tenga la culpa. Quiero que se solucione la situación y luego ya veremos. Cada cargo tiene su carga». Lamenta los sucesos del pasado sábado, cuando los Reyes, el presidente del Gobierno y el de la Generalitat fueron insultados por una turba de personas que le lanzaron barro y objetos. Calvo prefiere dejar la política al margen porque es el momento de «arrimar el hombro».
«Hay mucho trauma y hay que pelear con el barro y con la crispación», resalta Eva. Mientras tanto, miles de voluntarios siguen trabajando a destajo para limpiar calles, casas y locales de los municipios afectados por la riada. Muchos de ellos piden días en el trabajo. Sienten que «queda mucho por hacer», por lo que la frustración también comienza a hacer mella en ellos. «La tragedia es tal que si no estás aquí, con las botas, los guantes y los cepillos sientes que no haces lo suficiente», cuenta Sandra.
El puente de La Torre
Gestionar todo lo que el temporal ha causado en el sureste de Valencia comienza a ser complicado para decenas de voluntarios. «Pones el piloto automático y empiezas a currar sin pensar en nada más. Intentas hacerlo lo más rápido posible. Cuando paras y vuelves a casa, sientes que has estado en la guerra. No puedes dormir», cuenta Blanca, otra voluntaria que, junto a su novio, David, se ha volcado en la misión de devolver a la normalidad lo que parece un apocalipsis.
Viven en Valencia, pero cada día caminan 40 minutos para llegar donde les necesiten. Unos días en Alfafar y otros en La Torre, el barrio valenciano en el que el temporal ha dejado una decena de víctimas mortales. Solo un puente separa sus casas de la tragedia. Allí, nada más llegar, hay una parroquia que se ha convertido en el centro de coordinación del reparto de ayuda por la eficacia de su párroco y sus voluntarios. Llevan días recibiendo bizums de amigos y conocidos. Compran alimentos, agua y productos de limpieza.
Lo peor, sin embargo, son los relatos trágicos de amigos, compañeros y vecinos que se encuentran en pleno trabajo en Alfafar, Paiporta, Chiva… «Viene alguien y te cuenta que no encuentra a su marido desde hace días, y que casi pierde a su hijo en la riada. Otro que necesita mantas porque hay gente que lleva días durmiendo a la intemperie. Gente enferma que necesita alimentos concretos porque no puede comer cosas sólidas, niños pequeños…», relata Blanca, valenciana de adopción. Para ella, el voluntariado está salvando vidas: «Es útil, importante y lo ves cada minuto con la gratitud de los afectados».
Ellos ya no son los únicos voluntarios. Ahora son otros los que también se encargan de cuidar a los primeros cuando regresan a Valencia. «Esto creo que no se ha contado, pero hay muchas personas en el puente de La Torre que nos asisten, nos dan alimentos, nos ayudan a limpiar las botas cuando llegamos enfangados… Su papel al final también es importante, sobre todo ante el desgaste mental y el riesgo de infecciones», concluyen estos valencianos.