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España

En el epicentro de la DANA, un mes después: «Estamos peor que si hubiesen caído bombas»

Tras toda la ayuda recibida, la vuelta a la normalidad es algo que todavía muchos afectados ni siquiera imaginan

En Paiporta, epicentro de la DANA, un mes después la catástrofe apenas se ha desdibujado del terreno. Hace exactamente treinta días, esta localidad valenciana fue engullida por dos riadas al mismo tiempo, la de la Rambla del Poyo y la del Río Júcar. El agua, de pronto, arrasó con la vida de muchos vecinos (45) y segó el futuro de miles, convirtiendo sus viviendas y negocios en auténticas ruinas. Hoy, tras toda la ayuda recibida, la vuelta a la normalidad es algo que muchos afectados ni siquiera imaginan. Quedan meses, tal vez, años de trabajos por acabar. «Estamos peor que si hubiesen caído bombas. Todo ha desaparecido, no queda nada», cuenta Carmen Felipe, una vecina, al borde del llanto, a THE OBJECTIVE.  

Resulta complicado imaginar la dimensión del desastre cuando han pasado cuatro semanas y el escenario sigue siendo devastador. Las carreteras y las aceras son transitables, pero el polvo de todo el barro acumulado hace, en ocasiones, dificultoso respirar. El trasiego continuo de tractores y camiones que el Ejército utiliza para desescombrar y limpiar la zona lo hace incluso peor, dejándolo todo suspendido en el aire. Muchos llevan mascarilla. Por otro lado, los bajos de todos los edificios, aunque libres de fango, siguen destruidos o inutilizables. Solo tres negocios han levantado, por ahora, la persiana: una farmacia —de emergencia—, una cafetería y una barbería. 

Ninguno es el de Kerryl. Esta vecina tenía una peluquería en una plaza cercana al barranco. Desde la entrada de su negocio, denuncia sentirse «sola y desamparada». «Lo he perdido todo, no me ha quedado nada y no tengo ayuda de nadie. Al Gobierno no le importa nada. El otro día fui al Ayuntamiento —de Paiporta— porque me dijeron que estaban gestionando la ayudas. ¡Me dieron cita para el 26 de diciembre! ¿Qué hago mientras tanto? Los del seguro me han dicho que el suelo está bien cuando está destrozado. Desde luego, los daños no los he hecho yo», se lamenta. La riada la pilló con clientes en su local. El aviso del hijo de uno de ellos le salvó la vida. Cuando salió, el agua le llegaba por la cintura.  

A Amalio la riada, directamente, le reventó las cinco puertas de su taller. Él se quedó dentro para tratar de salvar los coches, pero al ver que el agua subía y se lo llevaba todo dentro de su negocio se refugió en un altillo y pudo sobrevivir. Ahora, con ayuda de sus empleados, Talleres Martínez comienza a ver un poco la luz. «Hemos tenido perdidas por valor de 120.000 euros. De momento, vamos tirando con lo que tengo ahorrado, las ayudas no han llegado todavía. Espero que dentro de cuatro o cinco meses podamos volver a abrir», dice esperanzado. Un cálculo que da cuenta de todo lo que aún queda por hacer en este municipio.

«La gente no tiene colchones»

Kevin Borja

El paisaje de Paiporta se completa con toneladas de basura acumulada a cada paso [árboles seccionados, coches, motos, muebles, sillas, ordenadores…] y cientos de vecinos que caminan en una única dirección: hacia los centros de distribución de comida. Con bolsas, hacen cola en una parroquia para recibir productos básicos o entran al auditorio municipal, reconvertido en supermercado, donde piden lo que necesitan. También acuden a los puestos de reparto que tiene el chef José Andrés. La mayoría mantiene el gesto serio, aunque intenta animarse. Y sobre todo, dan las gracias. Se nota, cuentan desde Cruz Roja, que muchos vecinos han vuelto al pueblo tras tener la casa totalmente limpia. Aun así, las necesidades se incrementan cada día. 

Hace unos días, se cerró el último de los 17 albergues que alojaron a más de 4.200 personas afectadas por la Dana. Una buena noticia y, al mismo tiempo, un golpe de realidad. Desde el centro de coordinación de la citada organización humanitaria en Paiporta, Eva, la encargada de atender las necesidades más inmediatas de los vecinos, cuenta a este periódico que están recibiendo cada vez más peticiones de afectados que piden colchones. «Aunque sorprenda, ahora es cuando están empezando a pedirlos, han vuelto y no tienen nada dentro de su casa. Ni muebles, ni menaje… Hay quienes pueden pagárselo, pero muchos otros lo han perdido todo», cuenta. 

Sin ascensores

Kevin Borja

También está el caso, por el contrario, de los que ni siquiera han podido salir de casa después de un mes. Carmen Felipe ha sido testigo de toda la tragedia desde su balcón y por televisión. Esta vecina padece problemas de corazón y vive en una cuarta planta. Tras la riada la mayoría de los ascensores dejaron de funcionar y hoy el suyo, al igual que el de decenas de comunidades, sigue averiado y lleno de barro. La opción de subir o bajar por las escaleras siempre estuvo descartada. Así que esta anciana ha necesitado ayuda desde el primer minuto, sobre todo, para poder hacer la compra y conseguir su medicación, que necesita, básicamente, para vivir. Este jueves, un equipo de Cruz Roja se la ha entregado. Al verlo no ha podido evitar emocionarse: 

«Lo más duro fue al principio, necesitaba la medicación y no había farmacias. Mi hija tuvo que ir andando desde Paiporta a Valencia para conseguirla. Me faltaban las del mes y ahora me las habéis traído vosotros, os lo agradezco de corazón», nos dice, entre lágrimas. Todavía no puede bajar a la calle pero espera que pueda hacerlo en las próximas semanas. Hace dos días, cuenta, los bomberos terminaron de limpiar su parking y ahora tienen que desinfectarlo. Después, se meterán de lleno con el ascensor. «Mis hijos me dicen que mejor que no baje, pero al final les digo que puedo verlo en la televisión… Paiporta era un pueblo muy bonito, teníamos de todo y ha desaparecido. Estamos peor que si hubiesen caído bombas», critica.

A escasos 20 metros de su casa, en la calle Valencia, una de las más afectadas del municipio por estar próxima al barranco, Isidoro y Juani tienen el mismo problema. Apenas pueden caminar y el ascensor solo se puede utilizar como montacargas, cuentan a este periódico. «En dos días, Isidoro tiene visita en el hospital y necesitaríamos un coche para poder desplazarlo», trasladan a la oenegé. El equipo toma nota y le asegura la asistencia. «Muchas gracias por todo. Que alegría me da veros. Estáis aquí desde el principio, otros voluntarios ya han desaparecido», les grita. 

El drama de los colegios

Kevin Borja

Quienes tampoco han podido volver a la normalidad son los más pequeños. Los colegios en Paiporta llevan cuatro semanas cerrados. Los padres y madres han reclamado clases online y más rapidez en la limpieza. De los 4.000 estudiantes de este municipio, solo un centenar han podido volver a su centro educativo. En algunos casos, cuentan los afectados, se han dispuesto buses lanzadera para que los jóvenes puedan ir a otros colegios de Valencia. Allí, prosiguen, los profesores están doblando los turnos porque, claro, el número de alumnos se ha duplicado. Al principio, las oenegés pusieron en marcha un proyecto de ludotecas para que los progenitores pudiesen dejar a sus hijos mientras intentaban salvar sus viviendas. «Hubo un día que vinieron 200 niños», revela Ana Gómez, de Cruz Roja. 

La oenegé mantiene el proyecto todavía vivo en su centro de Algemesí —otro de los municipios arrasados por las inundaciones— donde algunas tardes todavía acuden distintos niños tras salir del colegio para divertirse y evadirse de lo que han vivido y todavía viven en sus casas. En esta localidad las calles sí que vuelven poco a poco a ser lo que eran antes de la catástrofe. El escenario es completamente distinto. Muchos comercios están ya abiertos y las calzadas están, aunque con algo de polvo, bastante limpias. Las tareas pendientes, sin embargo, son aún decenas de párquines llenos de agua estancada y barro, y el olor a fuerte humedad que desprenden por todo el municipio. En total, quedan todavía más de 1.500 garajes por limpiar en las zonas afectadas, según datos de Emergencias.

Aun así, los vecinos continuan con otros problemas, sobre todo aquellos que vivían en plantas bajas. Estrella cuenta que sus padres, de 75 y 80 años, han podido volver a su casa hace unos días, pero se han quedado prácticamente sin nada. Tienen una segunda planta, pero necesitan ayuda para subir a las camas. Así que ha pedido a la Cruz Roja ayuda para poder darles un par de somieres. Ella, en cualquier caso, también ha sido otra afectada. La riada destrozó la vivienda que tenía para su hija en la primera planta. «El agua me abrió la puerta y llegó a 1,20 metros. La ayuda llegó muy tarde», revela. 

Chiva, el inicio de todo

Kevin Borja
Cristian observa la catástrofe desde su balcón, en Chiva | Kevin Borja

Lo dificil de comprender para quien no es de la zona es cómo una riada pudo afectar a tantas poblaciones y a la vez tan distanciadas entre sí. La respuesta, una vez recorres toda la catástrofe, es clara: no fue una riada, sino decenas. Todos los barrancos, aquel 29 de octubre, desbordaban agua. Desde Algemesí a Paiporta hay una distancia de 40 kilómetros. Y desde Paiporta a Chiva, otra de las localidades más afectadas, hay 34 kilómetros, ya en dirección hacia Madrid. Un viaje de una hora en el que si no dejas de mirar por la ventanilla de tu coche, adviertes cómo las riadas arrasaron con todo a su paso y hacia todas las direcciones. En Chiva, situada a mayor altitud, fue donde todo empezó. Tras llover durante horas, a diferencia de zonas más bajas como Alfafar, Massanassa, Aldaia o Paiporta, la riada atravesó el centro del municipio por el barranco. 

El primer impacto se lo llevaron cuatro bloques de vecinos que se quedaron atrapados durante horas en sus casas. El agua destrozó bajos y primeras plantas creando un abismo de decenas de metros que todavía pueden advertirse desde los balcones del edificio. Tras casi un mes, Cristian pudo volver a su casa el pasado martes. Aunque es de los pocos que ha regresado. Lleva limpiando desde entonces. Aunque vive en un tercero la suciedad y la humedad se encuentran por todas partes por la proximidad al barranco, al que también puede asomarse: «Pasamos muchos miedo. Estuvimos atrapados durante muchas horas, hasta las tres de la mañana. El agua se llevó la terraza de los bares, un bazar chino… Mira, aún pueden verse las estanterías. Da miedo verlo desde aquí. ¿Quién va a querer vivir aquí?», se pregunta. 

Kevin Borja

Unos metros más abajo, Débora Rodrigo entra y sale de su floristería. O de lo que, más bien, era su floristería hasta que el agua que bajaba por el barranco la atravesó. En conversación con este periódico, cuenta que todo le pilló con su hija pequeña y su marido. Se encerró con ellos en un altillo y salvaron la vida, pese a que el agua estaba a escasos centímetros de ellos. «Llegó un punto que pensé: ¿me voy a morir aquí con ellos? El agua llegaba hasta el tercer escalón y no pensé nunca que iba a ser así», explica. Sobre el regreso a la normalidad, dice, todavía es pronto. Pero, tras cuatro semanas, «hoy es el primer día que estoy positiva. He ido con mi marido a coger naranjas y eso me ha ayudado a pensar en lo bueno. Habrá que salir adelante». 

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