THE OBJECTIVE
Conversaciones con Cebrián

José Luis Gómez: «La Transición fue algo bien urdido para que no se repitiera nunca aquello»

El actor y director, figura destacada de la escena cultural durante la Transición, analiza la España de ayer y de hoy

Esta semana, en conversaciones con Cebrián, el protagonista es José Luis Gómez, nacido en Huelva en 1940. Actor y director teatral, es miembro de la Real Academia Española y miembro de honor de la Academia de las Artes Escénicas de España. Reflexivo en sus respuestas, orladas con pausas dignas de un experto dramaturgo, Gómez define los años previos a la Transición, años de lucha contra la censura, como tiempos terribles, pero también divertidos, teniendo que urdir todo tipo de artimañas para intentar esquivar la prohibición de  sus obras. Cuenta, entre otras cuestiones, los largos y tediosos ensayos para intentar sortearla ante los censores con el estreno de  La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, coincidiendo con la agonía del dictador Franco. Cree que la Transición fue un logro maravilloso y valora muy positivamente la Constitución del 78, aunque reconoce que es reformable. En los últimos años, ha dedicado su trabajo a intentar recuperar la memoria histórica de este país. No se lo pierdan…

JUAN LUIS CEBRIÁN.- José Luis, bienvenido a esta casa.

JOSÉ LUIS GÓMEZ.- Gracias.

JLC.- Está este país celebrando o conmemorando, no sé cómo decirlo– la muerte del dictador Franco.

JLG.- Qué bueno. Parecía que no se iba a morir nunca.

JLC.- Parecía que no se iba a morir nunca, y mira por dónde… Yo me acuerdo que estaba agonizando y tú estabas protagonizando una obra de teatro, La resistible ascensión de Arturo Ui.

JLG.- A fin de obtener ejemplaridad, Brecht llamó a esa obra La resistible ascensión de Arturo Ui.

JLC.- Y esa obra, que era una parodia de Hitler, tú la representabas en el centro de Madrid, a pocos kilómetros de donde agonizaba el dictador, y se hizo famosa una frase de la obra que decía: «Mal asunto, mal asunto. La cosa huele a difunto».

JLG.- «Mal asunto, mal asunto. La cosa huele a difunto». Fue una de las frases felices que Camilo José Cela, que no hablaba alemán pero que tradujo del francés, y con el talento naturalmente que le caracterizaba. Y esa frase, «Mal asunto. Mal asunto. La cosa huele a difunto», casi la coreaba el público porque el dictador, Francisco Franco, estaba en las últimas. Aquello de las heces con melenas… en fin, todo eso. Digamos, el mal olor llegaba hasta el teatro y…

JLC.- ¿Y tú eras consciente, cuando estabas en el escenario, de hasta qué punto todo eso estaba afectando a la opinión pública? A los franquistas y a los antifranquistas.

JLG.- Yo creo que no era consciente, pero poco a poco fui siendo consciente. Poco a poco fui siendo consciente. Sí, terminé por ser muy consciente de todo eso.

JLC.- Nosotros estamos en estas entrevistas tratando de explicar a los jóvenes que no vivieron ni el franquismo ni el posfranquismo en qué consistió la transición a la democracia. En qué consistió de verdad el franquismo. Cómo afectó la dictadura a la educación, a la cultura. En qué consistía la censura. Y tratamos de hacerlo, no sólo desde el punto de vista político, sino también con personajes que habéis tenido un protagonismo indiscutible en la vida cultural. Tú, poco antes de haber estrenado Arturo Ui de Bertolt Brecht, había recibido el premio al mejor actor en Cannes

JLG.- Sí.

JLC.- Por protagonizar el Pascual Duarte de Cela. Cela fue siempre un personaje muy repudiado por la izquierda española y por los demócratas. Y sin embargo, fue un gran amigo tuyo.

JLG.- Sí. Camilo, o Don Camilo, que decía, porque no entendía mi letra y decía que yo tenía letra de mosca, que, como te dije, no hablaba alemán, pero que tradujo del francés de manera virtuosa. Y a ello se debe alguna de esas frases felicísimas como «Mal asunto, mal asunto. La cosa huele a difunto». Y en aquellos años la lucha con la censura fue terrible. Fue terrible pero fue divertida también. Uno urdió todas las artimañas posibles para esquivar la censura, darle la vuelta. Te voy a contar una anécdota que yo creo que merece la pena. Yo creo que fue con La ascensión de Arturo. Yo había pedido intercesión para La velada en Benicarló de Manuel Azaña, del ministro Fernández Ordóñez, que era conocido de Ricardo de la Cierva.

JLC.- De Fernández Ordóñez, que luego fue ministro, pero todavía no era ministro.

JLG.- ¿No fue ministro con Felipe González?

JLC.- Sí, digo que fue ministro más tarde, no cuando hiciste Arturo Ui. Porque cuando hiciste Arturo Ui estaba Franco agonizando. Él fue ministro en la Transición.

JLG.- Yo creo que él fue ministro con Adolfo Suárez.

JLC.- También.

JLG.- Y con Adolfo Suárez también. Bueno, ahora las fechas se me descabalgan un poco, pero el caso es que le rogué que intercediera entre Ricardo de la Cierva, que era ministro de Cultura, para que autorizara La velada en Benicarló. Así lo hizo y pude hacer La velada en Benicarló. Que aquí hay una anécdota que no puedo desperdiciar, porque… De José Bódalo se contaba que era un hombre de derechas y de pistola. Falangista.

JLC.- José Bódalo, el gran actor.

JLG.- Sí, sí, el gran actor.

«No tengo noticia de argucias como la que yo puse en juego con aquellos censores»

JLC.- Lo digo porque los jóvenes ahora no saben quién era José Bódalo.

JLG.- No, no, pero era un gran actor.

JLC.- Era una figura.

JLG.- Una figura. Yo recuerdo que le pregunté antes de empezar los ensayos para La velada en Benicarló. Le llamé, le conté de Manuel Azaña, y le pregunté si él estaría dispuesto a firmar lo que decía Azaña en La velada Benicarló. Y me dijo que «de cabo a rabo» estaría dispuesto a firmar –a firmar o a afirmar– debajo de todo lo que decía allá. Me dejó sorprendido. Y había un reparto extraordinario, Agustín González… Actores muy beneméritos. El caso es que años después yo tuve… No, yo creo que fue por los mismos años, me corrijo. Tuve que presentar ante la censura La resistible ascensión de Arturo Ui. Hablé con el equipo técnico. Con los maquinistas, los iluminadores… Con todos ellos. Los prevení de que iba a ser un largo ensayo de censura. Muy largo. Y empezamos con la función. A poco de empezar la función, yo paro. A grito pelado, con algún taco entremedio. Y digo que esto no puede ser, que qué barbaridad, que parece que no habíamos ensayado nunca, esto cómo es posible… Y dije: «Vuelta atrás. Empezamos de nuevo». Y aquel ensayo de censura duró hasta las tantas de la mañana. Porque se repetía, se repetía, se repetía y se repetía.

JLC.- ¿Cuántas horas?

JLG.- Muchas, muchas, muchas horas.

JLC.- ¿Seis horas?

JLG.- Seis horas, siete horas. La obra duraba dos, y aquello resultó la intemerata, vamos.

JLC.- ¿Y te lo perdonaron, los censores?

JLG.- No, los censores dijeron: «Mucha suerte con este coñazo. Nosotros no tenemos nada que objetar». Ante frases como «Mal asunto, mal asunto. La cosa huele a difunto». En fin, frases felicísimas de Camilo José Cela, de su cosecha. Bueno, no. El «mal asunto, mal asunto» era su traducción extraordinaria.

JLC.- Tuviste que luchar mucho con la censura. ¿Cómo se hacía el teatro entonces?

JLG.- Bueno, yo creo. Digamos, no tengo noticia de argucias como la que yo puse en juego con aquellos censores.

JLC.- De castigarles con muchas horas para que ya prescindieran de eso.

JLG.- Sí, sí. Para que dijeran: «Esto es un latazo que no puede tener éxito nunca». Por supuesto, los censores se equivocaban.

José Luis Gómez y Juan Luis Cebrián. | Víctor Ubiña

JLC.- Tú fuiste, aparte de Arturo Ui, con La velada en Benicarló y con otras obras, fuiste un promotor de Azaña, también. Un defensor de Azaña, yo diría, que fue un hombre también muy controvertido durante la Segunda República. Y hay una famosa frase de Azaña que ahora se ha recuperado con motivo de toda esta estupidez que está montando el Gobierno de celebrar la muerte de Franco, que fue prácticamente en su testamento literario cuando dijo: «Paz, piedad, perdón». Arrepentido y horrorizado de aquello en lo que se había convertido la Guerra Civil. Tu conocimiento de Azaña…

JLG.- A mí me gusta un calificativo de Unamuno: «La guerra incivil».

JLC.- Absolutamente incivil. Pero te quiero decir… La Transición, que fue un encuentro entre los vencedores y los vencidos de la Guerra Civil, tenía fundamentalmente una motivación, y es que no se repitiera la Guerra Civil, que no hubiera un nuevo estallido de violencia, de odio, de desunión entre los españoles. ¿Cómo crees tú que Azaña, al que prácticamente has encarnado tú personalmente en la escena, vería lo que está sucediendo ahora con la polarización política, con esta impresionante confrontación entre el gobierno y la oposición, y con este ambiente donde los delitos de odio ya son constantemente señalados por la derecha y por la izquierda? ¿Tú crees que estaría de moda otra frase de Azaña que a mí me impresionó mucho, que es: «Monárquicos, republicanos o anarquistas. Los españoles hacen siempre las mismas tonterías»?

JLG.- Dios mío. Yo no estoy seguro de que los españoles hagamos siempre las mismas tonterías, porque la transición no fue ninguna tontería. La transición fue algo bien urdido para que no se repitiera nunca aquello que acaeció anteriormente. Por lo tanto, la frase de Azaña… Por supuesto Manuel Azaña acertó en muchas cosas y en otras dejó de acertar.

JLC.- Sí, pero la verdad es que La velada en Benicarló y otra obra que hiciste respecto a Azaña, respecto a él…

JLG.- Azaña, una pasión española.

«Aquí no se ha emprendido de manera tan decidida una limpieza de la memoria histórica como en Alemania»

JLC.- Azaña, una pasión española, pusieron de moda en la juventud de entonces la imagen de ese hombre, primer presidente de la República, un burgués crítico con la izquierda republicana y despreciado por la derecha monárquica. Pero fue una recuperación del sentimiento de la generación de nuestros padres, que habían hecho y habían padecido la guerra civil. ¿Tú que qué les dirías ahora a los jóvenes que tienen 20, 30 años? Claro, la Guerra Civil empezó hace casi un siglo, se dice pronto. A nuestra generación no había pasado un siglo de la Guerra de Cuba, que fue muy importante también para España. Mi abuelo luchó en la Guerra de Cuba, pero a mí no me enseñaron nada de la Guerra de Cuba en el colegio. No se hizo memoria histórica de la Guerra de Cuba, donde murieron miles de españoles y donde fue ya la derrota total de lo que había sido el Imperio. ¿Qué les dirías tú a los jóvenes de ahora para que entiendan, para que valoren en qué consiste la democracia que ellos han heredado y que nuestra generación tuvo que luchar, sufrir y mucha gente morir por ella?

JLG.- Como acabo de decir, la Guerra Civil española fue una guerra incivil, por subrayar esta frase de Unamuno, de quien me he ocupado también mucho. Y es por una razón muy sencilla. Cuando yo llegué a Alemania a estudiar, no ya a Frankfurt, sino cuando llegué a donde estudié, en el Conservatorio de Arte Dramático de Westfalia en Bochum –una ciudad de la cuenca del Ruhr, antaño muy importante, porque estaban las grandes minas de carbón–, Alemania estaba emprendiendo la mayor limpieza de su historia. El proceso de desnazificación más intenso que uno puede imaginar. Todas las noches, cuando yo salía de la Escuela de Arte Dramático y caminaba hacia una habitación que tenía alquilada y dónde dormía, vivía frugalmente, todas las noches había largos programas de televisión que trataban de la desnazificación. Digamos, la mayor enseñanza sobre la memoria histórica la tengo de allí. Y esto lo comenzó un canciller alemán, Konrad Adenauer. Los conservadores alemanes y los socialistas alemanes tienen mucho mérito, y tienen mucho mérito en este proceso.

JLC.- ¿Y qué diferencias ves con lo que se hizo aquí?

JLG.- Aquí no se ha emprendido de manera tan decidida una limpieza de la memoria histórica como allí. Yo volví a España en 1970, porque me faltaba algo tan tonto –no, tonto, no– como la lengua. Yo cuando me despertaba, cuando iba los veranos a mi tierra, al sur Atlántico, saludaba a mi madre por la mañana: «Wie geht’s denn, Mutti liebchen?» ¡Hablaba en alemán! Y me faltaba la lengua. Tenía necesidad de hablar español. Todo eso después se ha materializado con giras muy largas por América Latina. El encuentro con América Latina, que es un encuentro fundamental para los españoles, mucho más importante de lo que uno puede suponer, porque uno se da cuenta de lo que se ha trabajado, de lo que se ha forjado antes. De que los jóvenes no tienen conciencia de lo que significa la gesta americana. Que es increíble la gesta americana. En fin. Esta adherencia a la memoria histórica viene de aquellos años alemanes, de aquellos años en que asistí involuntariamente cada noche al mayor proceso de desnazificación que uno pueda imaginar nunca. Porque era cada noche, cada noche, cada noche… Claro, hacía muy poco que había terminado la Segunda Guerra Mundial. Muy poco. Y a los alemanes no se les olvidaba que tenían que limpiar…se. Tenían que limpiarse. Y lo hicieron a conciencia, igual que reconstruyeron el país a conciencia.

JLC.- ¿Y qué diferencias ves tú con la memoria histórica? Porque en realidad, gran parte del pueblo alemán, gran parte de los dirigentes y empresarios de después de la Guerra Mundial habían sido nazis que habían colaborado con el nazismo. Gran parte de escritores, de artistas… Y sin embargo, Alemania mantuvo la reivindicación de reunirse con el Este, porque fue un país dividido. Cosa que los jóvenes de ahora tampoco comprenden, que es que Alemania eran dos países, y yo he estado en los dos y eran muy diferentes. Y que además los neonazis alemanes ahora vienen del este, precisamente vienen de Dresden y de toda esa zona, habiendo sido educados como han sido educados en el comunismo. ¿Qué diferencia ves tú con aquel proceso de desnazificación? Porque había que desnazificar, pero ahora no hay que desfranconizar, porque aquí ya no hay franquistas. Es decir, está Vox, que es la extrema derecha, si queremos, pero no hay un sustrato franquista en la sociedad española en este momento, o sí?

JLG.- Yo veo como atisbos. Destellos. Digamos, la decisión con la que Adenauer emprendió el proceso de desnazificación. Esa decisión tajante no se ha…

JLC.- No la has visto aquí.

JLG.- No se ha visto aquí.

JLC.- ¿Y qué habría que hacer? ¿Cómo lo hicieron ellos?

JLG.- Machacando.

JLC.- Machacando.

JLG.- Sí. Machacando. Es decir, de la criminalidad del franquismo no se ha hablado suficientemente. No se ha hablado suficientemente, en mi opinión. No se ha hablado suficientemente. Mientras vivió Franco, mi padre –que era un trabajador, y como tal, pues era de izquierdas– me decía: «No te metas nunca en política». Y cuando murió Franco –yo vivía cerca del Palacio de Oriente–, me dice: «Ahora te cuento yo». Y me contó. Hijo de trabajadores. Trabajadores extremeños. Su padre fue guardés de una señora de la nobleza que lo dejó sin trabajo. Y mi buen abuelo tenía que alimentar a tres hijos que tenía, y se saltaba las vallas de la finca donde había sido guardés. Y los mastines que cuidaban la finca –porque había unos perros mastines– lo veían con titubeo, y un día se le plantaron. Y el buen abuelo, que había sido pastor –pastor de los de Honda, de los que le dan en el asta a una res–, tenía una puntería extraordinaria; agarró dos pedruscos, esperó a ver cómo reaccionaban los mastines y, cuando los mastines se echaron para él… ¡Bum, bum!, los descalabró. Les rompió la cabeza. La abuela Josefa –en la época era así– le dijo: «José, nos tenemos que ir de Extremadura. Tenemos que migrar. Porque la Guardia Civil te va a interrogar con guardas de la finca y te van a dar de hostias lo que no está dicho». Y emigraron a Huelva. Y allí nací yo. Yo no veo más que una acción bien mancomunada por parte del Estado, por supuesto, que cuente la verdad de esa guerra incivil espantosa que nos asoló. Y fue una guerra criminal que quería terminar con la mitad de los españoles. Es que eso se dice pronto.

«Es lastimoso asistir día a día a lo que se dicen los dos grandes partidos»

JLC.- Una mitad quería terminar con la otra mitad, y la otra mitad quería terminar con esa mitad. Pero precisamente la transición lo que trató fue de acabar con esa historia, y en este momento vemos –por mitades, pero vemos– que la sociedad civil se está fragmentando y se está polarizando, un poco empujada por la polarización de la clase política. Y además no vemos que haya los intelectuales, los maestros, a derechas e izquierdas, que hubo durante la Guerra Civil, donde murieron maestros de derechas y de izquierdas; o durante la transición. Ahora vemos unos personajes sentados en el Parlamento, que yo me pregunto cuántos han leído y que han leído, oyéndoles hablar. Cuando les oigo hablar digo «Estos no han debido leer mucho, muchos de ellos».

JLG.- La polarización de la política española deja mucho que desear. Es lastimoso asistir día a día a lo que se dicen los dos partidos, los dos grandes partidos, y por supuesto, Vox. Lo que se dicen unos a otros es de juzgado de guardia. Y por cierto, que hay algo que la gente no sabe. La palabra ‘Vox’ viene de una publicación del Ministerio de Asuntos Exteriores nazi, de von Ribbentrop. Esa publicación se llamaba Vox. Y de ahí ha sacado el partido de extrema derecha español el nombre.

JLC.- ¿Es así?

JLG.- Sí, sí, es así. Es así. ¿No lo sabías?

JLC.- No.

JLG.- Pues algo que aporto. Realmente es así. Ribbentrop tenía una publicación del ministerio que se llamaba Vox. Y de ahí ha sacado el nombre el partido de extrema derecha español. Es una acción más decidida y más esclarecedora, en todos los aspectos, lo que hubiera sido de desear. Aún así no estamos mal. No estamos mal. Pero bajo el auge de la extrema derecha en toda Europa. Mal asunto. Mal asunto. La cosa huele a difunto. Apesta.

JLC.- ¿Has estado recientemente en Berlín?

JLG.- Sí. Y en Berlín hay algo que se llama un mahnmal, que es un monumento de aviso. «Mahn» es avisar. El mahnmal es un monumento de aviso.

JLC.- ¿Y tú qué crees que va a pasar en las elecciones alemanas?

JLG.- ¿Qué pasará con las elecciones alemanas?

JLC.- Que son ahora, dentro de un mes.

JLG.- Sí. El mahnmal son cientos, cientos, cientos de lápidas. De manera abstracta. No es una tumba. No tienen inscripciones. No hay nombres. Pero en Alemania se usan de manera sistemática unos adoquines que están en la puerta de muchas casas de donde se sacaron judíos con destino a los campos de concentración. Digamos que el trabajo de Adenauer fue muy decidido y que no hemos tenido la suerte de un trabajo, por parte del Estado, tan decidido como el de Konrad Adenauer.

JLC.- ¿Y quién podría hacer eso? Si los partidos centrales, el PP y el PSOE, no se ponen de acuerdo en eso, los extremos, la izquierda y la derecha se pondrán de acuerdo todavía menos.

JLG.- No, no, por supuesto. Pues no lo sé. No lo sé. Yo estoy sin juicio. Ratslos, que se dice en alemán.

José Luis Gómez. | Víctor Ubiña

JLC.-Te lo digo porque hay algunas diferencias entre la situación alemana de la posguerra y la situación española. En primer lugar, el franquismo, que se parecía más al fascismo que al nazismo –aunque sólo fuera por razones culturales–, pero en realidad era el nacionalcatolicismo lo que vivimos durante el franquismo aquí, durante la dictadura. Pero hay una diferencia esencial: Franco murió en la cama. Y la oposición democrática fue incapaz de derribarle. No sólo eso. A mí, de las cosas que más me impresionaron en la vida –tenía yo 15 años, 16 años–, fue cuando el general Eisenhower, vencedor de la Segunda Guerra Mundial, vencedor de Hitler en definitiva, en el año 59, como presidente de los Estados Unidos, vestido de civil, llegó a la base aérea de Torrejón –entonces bajo régimen norteamericano– y se dio un abrazo con el último aliado de Hitler, que era el general Franco, que además estaba vestido de militar. Y hay que decir que, a partir de ahí, en el año 59, en los años 60, empieza una evolución del franquismo que nada tuvo que ver… tenía que ver con la dictadura misma, pero la sociedad empezó a exponerse un poco, porque los años 50 fueron miserables. Fue una cosa terrible.

Y en los 60, pues estuvo la emigración. Que salió a Europa y que aprendió los modos y las formas de la democracia. Aparte de que ayudó muchísimo al desarrollo español, porque España vivió de las remesas que enviaban los emigrantes. Vino el turismo, hubo un intercambio cultural. La Iglesia se reformó con el Concilio Vaticano segundo. Es decir que durante los años 60, siendo una dictadura y existiendo la censura, que había que engañarla como tú hacías, la sociedad civil empezó a desarrollarse al margen del gobierno, al margen de la España oficial, todo lo que podía. Escribíamos entre líneas en las revistas, en los periódicos, en Cuadernos para el Diálogo, en el periódico Informaciones, en el que yo estuve. Es decir, tratábamos de burlar a la censura. Y aunque Franco murió matando, murió fusilando a unos activistas del FRAP y de ETA, la sociedad se fue modernizando gracias a la relación que tenía con Europa a través de los emigrantes y a través de los turistas. Entonces, claro, es diferente. Y además, aunque Hitler asesinó a 6 millones de judíos, él fue vencido en la guerra y Franco había salido victorioso. ¿Todo eso no crees tú que ha hecho más difícil el ejercicio de la memoria histórica? ¿O crees que no, que no tiene por qué ser más difícil?

JLG.- Es posible. Pero no sabría decirlo, porque una acción tan decidida como la que emprendió Adenauer no se ha llevado a cabo.

JLC.- ¿Y tú no tendrías miedo o preocupación que, si alguien la emprendiera, eso dividirá nuevamente más a los españoles?

JLG.- En este momento es posible, pero yo creo que pese al espectáculo penoso que dan los dos partidos, el del gobierno y la oposición, el espectáculo penoso de confrontación constante que ofrecen a través de los medios de comunicación. Pese a eso, no se ha emprendido una acción tan decidida como la que emprendió Adenauer. No, no se ha emprendido. Quizás la transición, bendita sea, bendita sea, porque, la frase, de Azaña creo que era, «que haya sonado la hora en que los españoles dejen de fusilarse los unos  a los otros». Eso sí se ha cumplido. Y eso…

«Los partidos políticos tienen su lógica, y la lógica es que cada uno quiere mandar»

JLC.- Y ahora se fusilan con las palabras, pero no con las armas. Pero es una gran diferencia. «Si las plumas fueran pistolas», como decía la famosa frase, «las cosas serían diferentes».

JLG.- «Si las plumas fuesen pistolas…» ¿De quién es esa frase?

JLC.- No recuerdo ahora, pero había un libro famoso titulado Si mi pluma fuera tu pistola. O ‘…mi pistola‘. De alguien de la generación de la Guerra Civil. Y a veces parece, leyendo la prensa, viendo la televisión, escuchando la radio… A veces parece que estamos en una confrontación innecesaria y además un poco ficticia. Es decir.

JLG.- Yo creo que también. Estamos en una confrontación innecesaria. Por una serie de…

JLC.- Por ambiciones personales, no por convicciones. No por valores sociales.

JLG.- No, no. Hay que admitir que los progresos en materia económica son abundantes en España. Manifiestos. Los oímos, los recibimos día a día. No hay razón para esa confrontación. Pero claro, los partidos políticos tienen su lógica, y la lógica es que cada uno quiere mandar.

JLC.- Al precio que sea.

JLG.- Al precio que sea. Y bueno, pues… Mal asunto, mal asunto. La cosa no huele a difunto aún. Pero mal asunto, mal asunto.

JLC.- Mal asunto. Porque no puede haber democracia sin partidos políticos. Los partidos políticos son necesarios para la representación democrática. No puede haber democracia sin libertad de expresión, cada vez más amenazada. No puede haber democracia sin un Poder Judicial independiente, cada vez más amenazado, según vemos todos los días, por el poder político. Y es un proceso que está viviendo toda Europa, que están viviendo los Estados Unidos de América con el desastre del Partido Demócrata y la ascensión del Arturo Ui estadounidense, que se llama Donald Trump. Y sería necesario que los intelectuales, los hombres de cultura, los actores, los directores de teatro, el cine, los «Arturos Uis», y los «Azañas» como José Luis Gómez, pues fueran escuchados más por las nuevas generaciones, porque estamos ante un cambio de civilización que el poder político no comprende, pero que utiliza como puede. Y ante una confrontación bélica en Oriente Medio, en el corazón de Europa –han muerto más de 200.000 personas ya la guerra de Ucrania, ahora, cuando hablamos–, y espero de las cosas buenas que puede lograr Trump, es un alto el fuego. No digo una paz, pero un alto el fuego en Ucrania para que no siga muriendo gente y para poder empezar un diálogo sobre cómo recomponer una Europa cada vez más dividida, más confrontada y más alejada de los problemas reales que tienen los ciudadanos. José Luis, muchas gracias por esta conversación. No sé si quieres añadir algo. Muchas gracias por tus pausas. Se nota que eres un gran actor.

JLG.- Por favor…

JLC.- Y que valoras tanto los silencios como las frases, que es algo que siempre he valorado yo mucho cuando te he visto en el escenario y espero que lo valoren también los que estén mirando este podcast en THE OBJECTIVE. Muchas gracias.

JLG.- Gracias a ti.

JLC.- Y mucha suerte.

JLG.- Gracias por esta oportunidad.

JLC.- Y por lo menos reconozcamos que, por el momento, no tenemos la censura que había en el franquismo, y esperemos que no haya nadie que la quiera imponer mediante leyes especiales para la prensa, para el teatro, para el cine, etcétera.

JLG.- Yo no lo he dicho y espero que así no sea.

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