En las tripas del submarino S-81, el orgullo de la Armada: «¡Timonel, rumbo 0-1-0, cota 60!»
La Armada muestra el interior del sumergible Isaac Peral con sus cuatro secciones y la cámara de torpedos
«Timonel, ¿rumbo?». La voz del teniente de navío Francisco Barrios retumba en la zona del arsenal militar de Cartagena donde se simula el trabajo en el submarino Isaac Peral, el orgullo de la Armada. «¡Rumbo 0-1-0, cota 60!», responde uno de sus hombres con la mirada fija en varias pantallas. «Enterado. Rumbo 0-1-0, cota 60, ¿velocidad?», vuelve a inquirir el oficial.
«Avante tres, timonel, avante cinco», prosigue sin pausa. «Enterado, avante cinco. Motores en avante cinco», replica el subordinado antes de que la simulación se complique en un escenario de emergencia. Una situación en la que comienza «el soplado de lastre» y una veloz emersión hasta la superficie, en la que hay que agarrarse a una de las tuberías del techo debido a la pronunciada inclinación. El primero de la clase S-80 puede subir desde la cota 300 en un minuto y medio.
El Isaac Peral ha cumplido su primer año de navegación y su tripulación entrena a diario sobre la premisa de que «no hay segundas oportunidades». Un error bajo el agua, donde la visibilidad es nula y uno solo se puede mover por los sonidos que surcan las profundidades, puede tener consecuencias fatales, como le ocurrió al Kursk ruso o al San Juan argentino.
El sumergible más puntero de la Armada Española soporta sobre sus 81 metros de eslora el peso de impulsar al arma submarina tras una dura travesía de dos décadas, repleta de minas, en la que estuvo a punto de desaparecer hasta que Navantia botó el primero de ellos y Defensa empezó a desguazar los de la clase S-70 tras exprimir su vida útil. El comandante del S-81, el capitán de corbeta Manuel Corral, sueña con dirigir el primer viaje de un submarino español hasta el otro lado del Atlántico. Entre tanto, baja desde la escotilla con una facilidad pasmosa y muestra las cinco secciones en las que se divide el batiscafo de popa a proa.

Un angosto mundo en el que se agolpan más de 10.000 tuberías, 80 kilómetros de cables rutados y estrechos pasillos por los que los marineros caminan y conviven durante semanas cuando salen de misión. Sus tres tanques con capacidad para más de 100.000 litros de combustible permiten una autonomía superior a los 30 días sin tocar tierra, «pero no hay más límite que los víveres y el descanso de la tripulación», subraya Corral en ese «entorno hostil» en el que la temperatura puede alcanzar los 35 o 38 grados. «Desprenden mucho calor», apostilla a su lado el sargento de primera Antonio González.
El S-81 es el submarino convencional más moderno de los que surcan las aguas, si se obvian los de propulsión nuclear de las grandes potencias. Un ejemplo de «discreción, versatilidad y disuasión», en palabras del jefe del arma submarina, el capitán de navío Pedro Márquez. Está diseñado para ser operado por un total de 43 personas, pero solo el comandante cuenta con camarote propio. El resto de la tripulación tiene que compartir dos duchas y tres retretes diminutos y funcionales. Duermen en literas desprovistas de lujos y un pequeño cajón es su única zona personal. «Todas nuestras rarezas nos las tragamos», hace hincapié Márquez antes de resaltar la «profesionalidad, austeridad y vocación especial» de su dotación. El compañerismo es sagrado.
A bordo no hay wifi ni redes sociales para no ser detectados bajo el agua, ni cuando emergen a la superficie para renovar el aire y recargar baterías. Con los S-70 había que abandonar las profundidades del mar cada día para recargar oxígeno. Es el momento «más crítico» para los submarinos, ya que durante ese tiempo pueden ser detectados y se pierde la «indiscreción» y furtividad, el factor más importante de los sumergibles. Ahora con los S-80 la autonomía es mayor —y secreta—. Cuando el S-83 Cosme García estrene el sistema de propulsión independiente del aire (AIP, en sus siglas en inglés) podrá permanecer hasta tres semanas bajo el agua.
La cámara de torpedos es el área más sensible del Isaac Peral, un lugar con «riesgo de atmósfera explosiva de formación» cuando se cruza una puerta. La carga completa de un torpedo dura 15 minutos. El submarino cuenta con una docena de misiles y el doble de minas en sus bodegas. Los lanzadores llevan los nombres del personal de armas —Pablo, Jorge, Paula, Rubén, Javi y Jero— que estuvo en la salida de la quilla hace cinco años. De ellos solo queda Pablo para el lanzamiento y eyección de este delicado armamento. El resto ha pasado a otras embarcaciones de la Armada.
La dura travesía del programa S-80
El programa S-80 ha tenido una dura travesía, fruto de una serie de premisas y necesidades para las que la industria nacional no estaba preparada cuando comenzó esta carrera en 2003. Primero fueron los problemas técnicos y de personal. Era un buen proyecto, ambicioso, pero difícil de asumir con los mimbres existentes. La Armada ya cuenta desde noviembre de 2023 con el S-81 y espera los otros tres sumergibles de su misma clase de aquí a finales de la década. Eso sí, con un año de retraso por regla general al último cronograma fijado por Navantia.
Así, el S-82 Narciso Monturiol fija su puesta a flote a mediados de 2025, por lo que la entrega no será el próximo año, como se preveía hasta ahora, sino en septiembre de 2026. En cuanto al S-83 Cosme García, la empresa pública ha finalizado en noviembre el embarque del AIP, algo que no tienen sus hermanos gemelos de la clase S-80.
Este sistema AIP permitirá al S-83 permanecer las citadas tres semanas bajo el agua, así que se trata de un salto cualitativo para el arma submarina española. Este desarrollo tecnológico será instalado en el S-81 y S-82 cuando hagan su primera gran parada en los astilleros para actualizarse. Eso ocurrirá cuando se acabe la cuarta unidad. Para la entrega del Cosme García habrá que esperar a finales de 2028, en vez de 2027, como marcaba el calendario hasta ahora. En cuanto al S-84 Mateo García de los Reyes, el último de los sumergibles solicitados por Defensa, su entrega pasa ahora a enero de 2030, más de un año después de lo previsto inicialmente.

La Armada hizo en diciembre una presentación de sus planes de aquí a 2050 sin desvelar cuáles son sus ambiciones, si bien entre los almirantes y contralmirantes ya se habla de adquirir más submarinos —entre dos y cuatro suplementarios— que sirvan de «disuasión» para potenciales enemigos. Con la clase S-70 hubo cuatro sumergibles en total, así que la apuesta es intentar duplicar dicha cifra en los próximos 25 años.
Ello dotará al arma submarina de España de un grado de sigilo pocas veces antes visto, una utilidad superior y una serie de capacidades inéditas. Argelia cuenta con seis sumergibles de fabricación rusa, mientras que Marruecos aún no cuenta con ninguno. Pequeño, rápido, muy maniobrable, con muy baja detección, con posibilidad de lanzar torpedos y misiles a tierra, este tipo de submarinos españoles pueden transportar equipos de operaciones especiales hasta cerca de costas enemigas con una tripulación muy reducida gracias a sus múltiples automatismos y computarización de procesos.
La inversión inicial de 2.000 millones de euros en la clase S-80 hubo que duplicarla prácticamente hasta unos 3.900, que se amortizarán mejor cuanto mayor sea la cantidad de submarinos construidos. El retraso en un proyecto pensado para ser acabado en diez años hizo perder muchos trenes, pero el acierto en otras decisiones ha despertado el interés de varios países como potenciales clientes para Navantia.
Al final, el S-80 ha sido producto de la perseverancia. La ingeniería española, con alguna ayuda como la de la compañía estadounidense Electric Boat, ha acabado triunfando. Navantia tenía mucha experiencia en construir barcos de superficie, pero hacía más de un siglo que no se producía un submarino de diseño español en nuestro país, a pesar de haber sido históricos pioneros en la materia. El Gobierno fue valiente en el pasado al desechar otras opciones, como los Scorpene franceses, y prefirió apostar por la autonomía industrial y tecnológica. El primer S-80 pesaba demasiado, se tuvo que alargar para compensar el superior tonelaje, se echó mano de ayuda externa, y al final fue precisamente esa prolongación lo que permitió dotarlo de soluciones mucho mejores.
El inicial desastre acabó siendo todo un acierto, no con parches, sino con soluciones inteligentes que reflejan la calidad de la ingeniería naval española, y su ejecución en los astilleros está teniendo reflejo en el exterior. Países como Noruega, Australia y Turquía alaban las cualidades de los barcos de Navantia en un escenario en el que hay 42 países que operan submarinos, pero solo 11 son capaces de fabricarlos. España es uno de ellos.