Operaciones de falsa bandera: difícil descubrirlas
Venta de plutonio, monjas secuestradas por terroristas o atentados que justifican invasiones, algunos de los engaños

Los restos del USS Maine, cuya explosión fortuita fue aprovechada por los EEUU para culpar a España y declarar la guerra de Cuba. | Wikimedia Commons
En los últimos tiempos están ocurriendo en España y el mundo situaciones conflictivas difíciles de explicar que podrían cumplir el objetivo de producir daños y culpar a un organismo o país distinto del que lo ha llevado a cabo. Son las llamadas operaciones de falsa bandera que, según el profesor Scott Radnitz, de la universidad de Washington, son «ataques de un gobierno contra sus propias fuerzas para crear la apariencia de una acción hostil por parte de un adversario». Yo añadiría las acciones llevadas a cabo por un poder con la intención de cumplir unos objetivos particulares, de los que acusa a terceros.
Sin querer centrar el foco en ninguno de los graves acontecimientos que han ocurrido en nuestro mundo lejano o cercano, a veces tengo la sensación de que a la hora de analizar las causas se nos olvida una que siempre debería ser analizada: fuerzas ocultas, o no tan ocultas, quien cambiar nuestra forma de vida en su propio beneficio, quieren justificar el inicio de una guerra o quieren liquidar a personas hostiles sin sufrir las consecuencias de sus actos.
Acusar a otros: algunos casos
Pienso en casos como los de las monjas francesas Leónie Duquet y Alice Domon, que en 1977 fueron secuestradas por orden de la dictadura militar argentina, pero para evitarse problemas simularon que habían sido los Montoneros. Torturadas en la ESMA –Escuela de Mecánica de la Armada–, las hicieron unas fotos con una bandera del grupo terrorista detrás y una declaración de una de ellas acusándoles.
Pienso en las explosiones en edificios dentro de la propia Rusia, de los que responsabilizaron a terroristas chechenos, y fueron uno de los pretextos invocados por Putin para la posterior invasión militar de Chechenia, cuando en realidad fueron cometidos por el FSB, el servicio secreto interior.
Y también pienso en la fracasada operación Northwoods, un diseño de la CIA estadounidense en 1962, con el objetivo de justificar una invasión de Cuba, en la que se les ocurrió simular ataques de cazas cubanos contra aviones de pasajeros o falsos secuestros, que ellos ejecutarían y después culparían a Fidel Castro.
Españoles traficando con plutonio
Para mí el mejor de todos los casos ocurrió en 1993 y tiene unos tristes protagonistas españoles. Una muestra palpable de cómo los poderes tienen fácil engañarnos, aunque a veces la operación de falsa bandera les salga mal, por suerte.
El BND, el servicio secreto alemán, tenía en esa fecha la preocupación de que desde la extinta Unión Soviética estaban vendiendo componentes de bombas nucleares a mafias y países de alto riesgo para las democracias occidentales. Pero de las sospechas no pasaban. Así que a una mente preclara se le ocurrió una idea arriesgada. Se trataba de montar una operación encubierta de tráfico de plutonio para tratar de concienciar a los países europeos de los peligros de la venta de ese material. Para dar credibilidad al montaje, decidieron que el origen del tráfico ilícito tuviese lugar lejos de sus fronteras. Escogieron España.
Desde la sede central del BND se ordena al jefe de su estación en Madrid, Peter Fischer-Hollweg, conocido como Pedro el Gordo, que buscara los contactos necesarios. Habló con un colaborador llamado Uwe Schell, alias «Roberto», que vivía en la Costa del Sol. El agente alemán le contó que buscaba a un contrabandista español que quisiera meterse en un negocio muy bien remunerado: comprar plutonio en Rusia y vendérselo a otros intermediarios que disponían de unos clientes que pagarían muy bien.
Para dar credibilidad a la farsa, Roberto eligió a un viejo colega suyo, un ex guardia civil llamado Rafael. En abril de 1994 entablaron contacto en Madrid con los empresarios Javier Bengoetxea y Julio Oroz, y el colombiano Justiniano Torres para que hicieran de intermediarios. Les hablaron de que la persona interesada en los productos les pagaría una pasta, era de toda confianza y representaba a los destinatarios de ese material.
El 10 de agosto, Torres tomó el vuelo 3396 de Lufthansa en Moscú con destino a Múnich. En sólo tres días había conseguido comprar a la mafia ucraniana el material, que guardaba en una maleta: 364 gramos de plutonio enriquecido y 261 gramos de litio 6. Si él estaba nervioso, aunque en las aduanas no hubiera detectores de plutonio, más lo estaban Oroz y Bengoetxea mientras le esperaban en un hotel de la ciudad. Era el gran negocio de sus vidas y nada debía salir mal.
Rafael estaba en Alemania esperando la llegada del material y se mantuvo en contacto con los empresarios españoles, lo que estos interpretaron como una ayuda, cuando en realidad se estaba limitando a vigilarles para evitar que en el último momento se escaparan.
A su llegada a Múnich, Torres sintió un gran alivio. Sin embargo, a los pocos segundos de pisar suelo alemán, en lugar de Rafa se le acercó la Policía alemana y le detuvo. Rápidamente, le trasladaron a una sala apartada, donde comprobaron que llevaba consigo el plutonio. Pocos minutos después, alguien llamó a la puerta de la habitación del hotel de los empresarios españoles. Mientras la policía se los llevaba detenidos, no entendían qué era lo que había fallado. Todavía tardarían bastante tiempo en descubrir la realidad y por qué solo ellos tres estaban encarcelados y el resto permanecían libres. El BND filtró mierda sobre ellos, incluso relacionándoles con ETA. Por suerte, la verdad se destapó: había sido una sucia operación de falsa bandera de los espías alemanes.