Sánchez aguantará hasta 2027 y puede que más
Sánchez, salpicado en escándalos, no se rendirá. Sabe resistir. Necesita el poder absoluto y lo está consiguiendo

Ilustración de Alejandra Svriz.
Llevo años advirtiendo sobre Pedro Sánchez. Años señalando que no es trigo limpio, que su ambición desmedida y su falta de escrúpulos lo convierten en un político peligroso. No lo digo con alegría, aunque la razón me acompañe. Denunciarlo en redes sociales, en charlas con amigos o en cualquier espacio donde me escuchen ha sido agotador. No es fácil remar contra corriente, menos aún cuando te acusan de exagerado o sectario. No lo hago por sectarismo. En esta tribuna de THE OBJECTIVE he criticado a todos los partidos. Y, por supuesto, no me arrepiento de haber criticado a Pedro Sánchez, aunque el coste personal haya sido alto. Mis familiares, con buena intención, siempre me han pedido que no me signifique tanto, que me iba a traer problemas. Pero callar no era una opción.
Hoy, cuando muchos empiezan a abrir los ojos, tras el torrente de corrupción que ha aflorado en estas semanas, y se suman al carro del antisanchismo con indignación, no siento satisfacción. Solo un profundo hartazgo. No he denunciado durante tanto tiempo a Sánchez por odio a su partido. Lo hice porque veía lo que se venía: un político obsesionado con el poder, dispuesto a todo para conservarlo, incluso a destruir la democracia española. Y aquí estamos, en 2025, con un país al borde del colapso institucional y un presidente que se aferra a la Moncloa y que cree que el Estado es su cortijo. Confieso que, al principio, quise creer que Sánchez no sería tan malo. Su primer gobierno no asustaba demasiado: un astronauta querido por todos, una alta funcionaria europea, un juez respetado como Marlaska, hasta un simpático escritor. Pensé: «Es un tipo de centroizquierda, no puede ser para tanto». Craso error. Las costuras ya se le veían desde 2016, cuando intentó amañar un Comité Federal del PSOE colando papeletas tras una mampara. ¡Le pillaron y lo echaron del partido a gorrazos! Pero Sánchez no se rindió. Se subió a un Peugeot con Santos Cerdán, Koldo García y José Luis Ábalos, y se recorrió España para reconquistar el PSOE. Me pregunto de qué hablarían en ese coche. ¿De cómo conquistar el poder y llevárselo crudo? Barrunto que así fue. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
En 2017, Sánchez resurgió como un ave fénix. Ganó las primarias del PSOE contra Susana Díaz y Patxi López, y transformó un partido histórico en una maquinaria personalista a su servicio. Todo giraba en torno a él. La moción de censura de 2018, vendida como una cruzada contra la corrupción del PP, fue solo el primer paso. Prometió una era de limpieza, pero pronto mostró su verdadera cara. Juró que no gobernaría con Podemos porque no dormiría tranquilo, y acabó pactando con ellos en cuanto pudo, abrazando su ideología sin pudor. Quedó claro: a Sánchez solo le importa el poder. El poder a cualquier precio. Pedro Sánchez no cree en las democracias liberales. Él mismo restó importancia a que su equipo (presuntamente) amañara las primarias de 2014 que lo hicieron secretario general por primera vez. ¿Dos votos? ¿Y si fueron más? Parece que le da igual. En su libro Manual de Resistencia, cuenta cómo Koldo, su grandullón, custodió sus avales en las primarias de 2017. Sí, Koldo, el mismo que metió las dos papeletas en 2014. ¿Qué más habrá pasado que no sabemos? Sánchez no respeta el voto, ni la democracia, ni nada que no sea su propio ombligo.
El PSOE de Sánchez no es un partido, es una mafia corrupta y corruptora. No se corrompieron al llegar al poder; ya lo eran. Lo del suegro de Sánchez, Sabiniano, y sus saunas donde Villarejo grababa a políticos, empresarios y periodistas para extorsionarlos, no es una simple anécdota. ¿De verdad Sánchez no sabía nada? Por favor. Esas saunas, por cierto, eran locales donde se ejercía la prostitución, pero Sánchez, que dice repudiarla, nunca ha aclarado su conexión con ese mundo. Todo huele que apesta.
Y ahora tratan de vendernos que Koldo García era un chófer tonto con la mano larga. ¡Pero si lo nombraron consejero en Renfe Mercancías y vocal en Puertos del Estado! Es más, tenía capacidad de despachar con Pedro Sánchez. De hecho, tiene grabada a Begoña Gómez. Ábalos y Cerdán, sus fieles escuderos, también están señalados, pero Sánchez actúa como si no supiera nada. ¿A quién pretende engañar? Él es el jefe de la banda. Los indicios de corrupción en su entorno son abrumadores, pero Sánchez se victimiza como nadie. Cada escándalo es una oportunidad para poner cara de cordero degollado y fingir que está destrozado. Sus socios de gobierno, que respiran aliviados cada vez que no dimite, son cómplices de esta farsa. Todos quieren su tajada de poder.
Lo más grave es cómo Sánchez desguaza cada día más la democracia. No dimite, no convoca elecciones, no se somete a una moción de confianza. En el Congreso, ha dejado claro que no entregará el Gobierno a la oposición, aunque ya no tenga la mayoría. Su concepto de democracia es quedarse en el poder a toda costa. No cree en la alternancia. Y para blindarse, no duda en laminar todos los contrapoderes. Ha colonizado todas las instituciones y ahora pretende impulsar una ley que elimina las oposiciones para jueces y entrega la instrucción judicial a fiscales que él controla. ¿Se imaginan el caso de su mujer, Begoña, o el del Fiscal General procesado en manos de su fiscalía? Esto no es regeneración democrática; es un golpe a la Justicia.
Sánchez, apodado «Don Teflón» por The Times, trata de apearse de los escándalos. Sabe que controla el Tribunal Constitucional, con Conde-Pumpido limpiando los delitos socialistas y los de sus socios, como hizo con los ERE o con la Ley de Amnistía. Pumpido es su salvavidas. Y no le quita el sueño que la democracia esté en la UCI. Sánchez no tiene intención de sacarla de ahí. Su entorno familiar –con su mujer imputada y su hermano procesado– y sus compañeros del Peugeot –entre investigaciones, imputaciones y banquillos– lo obligan a aferrarse al poder para garantizarse la impunidad.
Muchos dicen que no llegará a agosto. Yo creo que llegará a 2027. En el poder es donde mejor maniobra. Hay sospechas de que manipuló las elecciones de 2023 a través del voto por correo con su fontanera Leire, y no dudo que intentará robar las de 2027. Mientras, los ciudadanos bien informados asistimos pasmados al desmoronamiento de este circo. ¿Hasta cuándo? Hasta 2027 y más allá. Solo nos queda confiar en la sociedad civil, en jueces valientes y en algunos periodistas que no se venden. Agarrarse a ese pequeño hilo de esperanza. Es triste, pero es lo que hay. Sánchez no se rendirá. Sabe resistir. Necesita el poder absoluto y lo está consiguiendo. Aunque cada vez esté más solo y más embarrado de corrupción. Muchos socialistas están abandonando el barco. No importa. Otros le seguirán hasta el fin del mundo. Y sus socios seguirán manteniéndolo porque no paran de obtener beneficios. La metástasis es total. Por eso es obligatorio hacerse una pregunta: ¿es ya demasiado tarde? Sí, sí que lo es.