The Objective
Hastío y estío

Gonzalo Miró, del Olimpo privado a la catedral sanchista

«Ahora se centrará en dar su mensaje en la televisión pública, esa que pagamos todos con nuestros impuestos»

Gonzalo Miró, del Olimpo privado a la catedral sanchista

El tertuliano Gonzalo Miró. | Pilar López (Europa Press)

Gonzalo Miró ha fichado por Televisión Española para copresentar el nuevo magacín vespertino Directo al grano. Sí, amigos, el mismo Gonzalo que hasta ayer parecía un dios de la pequeña pantalla, omnipresente en Atresmedia como si su contrato incluyera cláusulas de inmortalidad televisiva.

El programa en cuestión, que comenzará próximamente en La 1, en esa franja de la tarde donde los espectadores buscan algo más que siestas inducidas por el final del telediario, estará capitaneado por Marta Flich, esa economista reconvertida en presentadora que saltó a la fama en Todo es mentira de Cuatro, donde demostró que la sombra de Risto no era tan alargada. Miró, en su rol de copresentador, no será un mero acompañante que dé sus opiniones. Será el encargado de desgranar los titulares del día, con un toque de tertulia política que hará las delicias de los fieles al sanchismo.

Y aquí viene lo jugoso, lo que eleva esta contratación a categoría de comedia. Gonzalo Miró, ese ser etéreo que flotaba entre Espejo Público, La Roca y Más Vale Tarde como un espíritu santo de las ondas, ha decidido dejar atrás su omnipresencia televisiva. Esa que solo los dioses mediáticos como él pueden permitirse: aparecer en todos los canales privados a la vez, opinando de todo con la autoridad de la ciencia infusa y gracias a haber heredado el apellido materno. Ahora se centrará en dar su mensaje en la televisión pública, esa que pagamos todos con nuestros impuestos, incluidos los que no comulgamos con sus ruedas de molino ideológicas. En otras palabras, Gonzalo se convierte en el particular apóstol San Pedro del mensaje de «su sanchidad» ¿Acaso no es poético? De tertuliano errante a guardián de las llaves del paraíso televisivo público, donde el evangelio «sanchista» se predicará con devoción vespertina.

¡Qué baja enorme para Antena 3 y La Sexta! Ese todólogo capaz de opinar de fútbol, política, corazón y hasta de la meteorología con la misma convicción. ¿Cómo sobrevivirán sin sus intervenciones? Pueden contratar a Sarah Santaolalla en su lugar. Matarían dos pájaros de un tiro: al sustituir un hombre por una mujer quedarían como unos ejemplares feministas, impulsando la paridad en las tertulias, y, además, casi nadie notaría la diferencia. Sólo si usted mira a la pantalla, claro, porque lo divertido de ellos es escucharlos. Gonzalo y Sarah comparten ese don de la palabra que hipnotiza: él con su mensaje vacío y ella con su dramatismo impostado. Imagínenla en Espejo Público, defendiendo lo indefendible con la misma pasión. ¡Un win-win para Atresmedia! 

En fin, queridos lectores, este fichaje no es solo un cambio de sillón para Gonzalo Miró; es un síntoma de cómo la televisión pública se ha convertido en el púlpito del poder. De omnipresente en el Olimpo privado a apóstol en la catedral sanchista o pública, que ahora es lo mismo. La iglesia pública y la de todos, pero sólo para pagarla. Para disfrutarla habrá que compartir la única fe posible, adorar a ese Pedro Sánchez que está mutando en becerro de oro. La pareja televisiva formada por Marta Flich y Gonzalo Miró promete darnos tardes de alegrías a cualquier lector de bestiarios, persona morbosa o a cualquiera que le guste analizar los comportamientos humanos tan disfuncionales como grotescos. Un circo televisivo que promete sectarismo del bueno y entretenimiento simplón. Ojalá me equivoque, pero parece que lo que se busca es hacer el mismo programa que Risto Mejide, pero sin esa molestia odiosa que es siempre intentar ser imparcial. No creo que este programa vaya a ser una excepción a esa frase genial de uno de los grandes maestros del articulismo español que fue José Luis Alvite, y que decía lo siguiente: «La televisión es una cosa que siempre mejora con los apagones». 

Pronto la oscuridad de la televisión encendida se mezclará con la de las tardes otoñales e invernales. Lo que es seguro es que nuestros ojos seguirán congelados ante el horror de lo que refleja la pantalla. Si es que la audiencia o Pedro Sánchez les siguen dando su calor.  Lo mejor es cerrar los ojos con la esperanza de que algún día volvamos a abrirlos y veamos una televisión donde los apóstoles sean plurales y no sectarios. Amén.

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