Los pirómanos son unos asesinos protegidos e incógnitos
La Aemet se reconoce culpable de la dana de Valencia

Un incendio en León. | Europa Press
Hace unos años, no tantos –probablemente gobernaba Madrid un soberbio alcalde, Álvarez del Manzano–, de pronto surgió un imbécil que en sus ratos de ocio, que eran casi todos, se dedicaba a incendiar buzones de Correos y a prender fuego a todo material fungible que encontraba a su paso. Duró poco su afición; el tipo fue aprehendido por la Policía Local de la capital de España y aún se le conocieron unas declaraciones de bobo a la enésima, tonto con vistas a la Bahía de Santander. Decía el mentecato: «Los hombres somos fuego y yo vuelvo a los orígenes». Con sus orígenes o no se pasó un rato en la cárcel, poco desde luego, y las autoridades vigilaron la ciudad, no fuera a ser que algún otro mentecato se apuntara a la doctrina.
El individuo en cuestión nada tiene que ver con esta plaga de pirómanos que ha desertificado media España en algo más de un mes. Lo más técnico que se puede decir de ellos es que son unos psicópatas, muy al estilo de los que ahora pululan por el país, más certeramente por Moncloa. Treinta días lleva ardiendo España y a estas fechas ni sabemos cuántos de estos sujetos han sido detenidos, cuántos indiscutiblemente identificados, cuántos pasado a la responsabilidad judicial, cuántos llevados a Soto del Real para que jueguen al parchís con Santos Cerdán, y lo que es más importante: cómo se llaman y cuáles son sus caras.
Aquí, en España, hasta un robaperas con una cierta bibliografía aparece en televisión para repulsa de todos los ciudadanos, sin embargo pregunto: si es verdad que la Guardia Civil ha arrestado a una parte de esta plaga de incendiarios, ¿por qué no se nos dice quiénes son, qué jeta tienen? Un misterio que nadie quiere descifrar. Y no: no es admisible, no se trata de delincuentes de barrio que se llevan el bolso de ancianitas desvalidas (esos sí salen la Tele). Se trata de asesinos de hombres –cinco muertos contados por ahora–, bienes y la flora de casi media Nación. Ese es el balance de las actuaciones de estos canallas sobre los que no conocemos nada de nada. El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, quiere implantar un registro de estos forajidos, al estilo más o menos de los morosos de Hacienda, y el Gobierno, por boca del «Yeti de Pucela», Puente de todas desgracias, ha recibido la iniciativa con risas; ni el tal Registro, ni las cincuenta medidas ofrecidas por la oposición les parecen al menos discutibles a estos sanchistas decrépitos que llevan al Sol, o al Golf todo el verano.
Puente de todas desgracias imaginables y algunos de sus colegas del banco azul (pronto lo podrían ser de banquillo) se carcajean de Feijóo y con la ufanía de los descabezados («Nosotros somos hombres de Estado») presumen de poseer un Plan específico cuya mayor virtualidad es estar redactado ¡hace doce años!, o sea más viejo que el caduco Conde Pumpido. Estos días desfilan por el Senado cuatro o cinco ministros para exhibir complacencia con la conducta de su baranda en toda esta tragedia. Y por cierto, algo que viene al caso: este cronista tiene elementos suficientes para asegurar que los Reyes de España no han viajado más deprisa a los lugares de la hecatombe porque Sánchez no les ha dejado. Para Sánchez, el Rey es sólo un peón de lidia, un subalterno al que se puede presentar en sociedad sólo cuando él, el gran mandamás de España, ha protagonizado el aprovechamiento político de cualquier suceso. Felipe VI lo tiene realmente difícil pero el prestigio de la Monarquía no se salva únicamente con las bonitas fotos de sus hijas de veraneo. ¿Por qué no ha viajado a Castilla y León, a Asturias, a Galicia… la Princesa Leonor? A la ciudadanía le cuesta entender esta ausencia.
Y es que nunca el Rey, la Reina, tan controvertida ella también, estuvieron más cerca de su gente, dicho sea con todo el énfasis posible, que en los pueblos de la Dana. Allí la Corona de nuestro Rey Felipe VI se consagró tanto quizá como su padre el 23 de febrero de 1981; a Don Juan Carlos le amenazaron con sables, a Don Felipe con pelotas de barro real. Cuando esto sucedió no estaba, ni se la esperaba, la directora general de Protección Civil, Barcones creo que se apellida, que este lunes ha quedado como Cagancho en Almagro (hay dudas de si antes en Cartagena). Al responsable de la Agencia Española de Meteorología en Valencia, José Angel Núñez, le ha entrado un ataque irresistible de honradez, ha reconocido que la actuación de la Agencia antes, en y después de la dana, fue un descomunal desastre, y se ha desdicho de sus primeras manifestaciones ante la autoridad judicial competente.
No es de extrañar: la responsable, juez de Catarroja, Nuria Ruiz Tobarra, le sometió a un tercer grado que ni su colega de Chicago a Capone; el hombre no supo aguantar. Ahora ha cambiado la versión de la que se deducen dos circunstancias: primera, que la AEMET no supo prever el caudal que iba a caer sobre las zonas hoy devastadas, y, segunda, que los avisos no se dieron en tiempo y forma. La juez debe haberse quedado de piedra: ya tenía preparado el auto de imputación contra Mazón y resulta que la AEMET se lo ha cargado en todas sus piezas. ¡Qué disgusto debe tener la pareja de Ruz, auténtico promotor y redactor de los autos que han conocido hasta ahora! ¿Sabe el público en general que esa coyunda comparte prácticamente despacho en la Audiencia de Valencia? El comunista secesionista Baldoví naturalmente no ha denunciado este irregularidad, su menester es preparar las concentraciones, cada día más escasas, contra el presidente de la Generalitat,
Y fin: si alguien conoce la identidad de los pirómanos casi protegidos por el ministro del Interior, que se pase por un Juzgado de Guardia a denunciarlos. Es un oprobio nacional que aún no sepamos quiénes son los asesinos que durante este mes de agosto han decidido asolar España. Todo gracias a la inepcia del decrépito Sánchez Pérez-Castejón, el «okupante» de La Mareta, el ciclista que ahora, en plan tándem, se pasea por Andorra con su señora, la imputada Gómez. Tal para cual.