El día que supimos que el servicio secreto grababa a cualquiera ilegalmente
El escándalo fue mayúsculo por una lista que incluía al rey, pero al fin muchos descubrieron la verdadera cara del espionaje

Emilio Alonso Manglano, exdirector del Cesid.
La noticia nos dejó conmocionados, era demoledora. La publicó El Mundo aportando las pruebas que lo demostraban sin dejar lugar a dudas: unos listados de conversaciones intervenidas a personajes relevantes de la sociedad española con fechas, nombres, cargos y contenidos.
Lo más impactante fue leer el nombre del rey Juan Carlos, ministros como Francisco Fernández Ordóñez, periodistas como Jaime Campmany o empresarios como el padre de la artista Ana Obregón. Recuerdo perfectamente la portada de aquel día firmada por Cerdán y Rubio, y el impacto consiguiente en la sociedad española. El director del Cesid, ahora CNI, Emilio Alonso Manglano, presentó su dimisión. Le siguió Julián García Vargas, ministro de Defensa, un invitado de piedra en los juegos del espionaje. Y cerró el círculo Narcís Serra, vicepresidente del Gobierno, el más listo de todos.
En lo que hoy me gustaría poner énfasis sobre esta historia de la que se cumplen 30 años, es en el hecho de que la sociedad española empezó a ser consciente en ese momento de lo que algunos periodistas de investigación llevábamos denunciando unos cuantos años: el servicio de inteligencia está para ayudar al Gobierno en sus cometidos. A veces de una forma entendible, a veces traspasando lo que debería ser una labor de Estado.
Amigos hasta en el infierno
Manglano llegó al cargo en 1981, tras el golpe de Estado del 23 de febrero, sin haber tenido una experiencia previa en el mundo de las sombras, aunque contando con el respaldo del rey y del presidente Leopoldo Calvo Sotelo. Aprendió rápido y cuando dimitió, 14 años después, había sembrado una impronta en el servicio que lo colocó en los primeros puestos mundiales.
Uno de sus lemas era que había que tener amigos hasta en el infierno y otro que el espionaje estaba para hacer determinadas cosas que Policía y Guardia Civil no podían. Una de ellas consistió en comprar para la unidad operativa un sistema de escuchas aleatorias que en los años 80 permitía buscar, escuchar y grabar las conversaciones mantenidas desde teléfonos móviles por las selectas personas que se los podían permitir por su elevado coste.
Juan Alberto Perote, su jefe de la unidad operativa, llamada en clave KA, hombre de su máxima confianza, creó una unidad específica de escuchas y puso a unos pocos agentes con auriculares. Si les salía en la investigación una voz conocida, grababan y luego ya veían el interés. Entre otras, captaron una conversación del rey Juan Carlos con su amigo el príncipe Zourab Tchokotua.
Todos los servicios hacen lo mismo
Manglano era un tío listo y como monárquico ejerciente habló con el rey y le advirtió de lo que había pasado y de que igual que ellos, muchos otros servicios secretos hacían lo mismo y podían espiarle. Con respecto al resto de decenas de espiados hay certeza de que no se los avisó y la sospecha fundada de que la información obtenida se utilizó para beneficiar al Gobierno o a los intereses del propio servicio.
Tiempo después, el propio Perote afirmaba en una entrevista que La Casa está precisamente para eso, para conseguir por medios extraordinarios información que pueda ser útil al Gobierno. Algunos se escandalizaron, pero era para disimular.
Nos guste o disguste, los servicios secretos están para moverse por las alcantarillas del poder. Manglano lo dejó claro cuando tuvo el acierto de mantener unas relaciones estupendas con los israelíes del Mossad y establecer después un acuerdo de colaboración con los espías palestinos de la OLP de Yasser Arafat, provocando un escándalo entre los colegas occidentales. Fue aún más allá al ser el primer servicio occidental en recibir al director de la KGB en España. Cuando se enteraron en la OTAN se montó un gran follón, aunque meses más tarde todos intentaron imitarle y le pidieron ayuda.
30 años después de descubrirse que el servicio montó un sistema de espionaje de teléfonos y tras todos los escándalos que siguieron, todavía muchos se creen que sus actuaciones son siempre dentro de la ley. Allá ellos.