23-F: el rey Juan Carlos le echa la culpa a Armada cuando ya ha muerto
Entiendo el desahogo postrero del emérito, pero es muy fuerte llamar traidor al más leal de sus servidores

Discurso de Juan Carlos I durante el intento de golpe de Estado.
El rey Juan Carlos, ahora emérito, tiene todo el derecho del mundo a dar su propia versión de los hechos que ha vivido y de los que fue protagonista. Cualquier persona en una democracia puede explicar y defender lo que piensa. Eso ha hecho —me parece una decisión muy acertada—, con la publicación de un libro titulado Reconciliación, que quizás habría justificado más el contenido si lo hubiera llamado «Ajuste de cuentas».
La semana pasada, los medios publicaron una noticia falsa: Tejero, el teniente coronel que el 23 de febrero de 1981 tomó el Congreso de los Diputados, había muerto. Me chocó mucho, mucho, que el título de la noticia hablara del militar del gran mostacho como «el autor del golpe de Estado del 23-F». En La rosa de los vientos, de Onda Cero, expliqué que Tejero no fue el autor del golpe, fue el jefe de los asaltantes del Congreso.
La gente piensa que fue el autor porque las imágenes, que por suerte nos ha legado la historia, pertenecen a ese guardia civil, gracias a la valentía mostrada ese día por los reporteros. No está de más recordar que vimos el asalto gracias a la valentía de unos cámaras de Televisión Española, que no cortaron la emisión de la señal. Y contemplamos la foto icónica de Tejero con la pistola en alto, por la astucia de dos fotógrafos de la agencia EFE, Manuel Pérez Barriopedro y Manuel Hernández de León. Esas imágenes icónicas, reproducidas en cada aniversario del golpe de Estado, lleva a pensar a mucha gente, especialmente a los jóvenes, que Tejero fue el autor, porque no aparecen más protagonistas que él. Pero los hay, y esos fueron los verdaderos autores.
Milans, Armada… el Rey
Autor fue el teniente general Jaime Milans del Bosch, que no soportaba las libertades que había traído la democracia, acompañada de la presencia de aquellos a los que Franco había derrotado, que creyó que había que echarle una mano al rey Juan Carlos para solucionar la crisis por la que pasaba el país.
Autores fueron varios altos mandos del servicio secreto, que diseñaron, planificaron y ayudaron —con discreción— en la ejecución del golpe, para que lo dieran otros y ellos no aparecieran, con la intención de que la solución fuera permanente, por lo que contaron incluso con el respaldo de Estados Unidos.
Y autor fue el general Armada, convencido de que España iba al desastre y la monarquía moriría en el intento de convertirse en el cimiento que sostuviera unido al país. Y si no autor, sí cómplice, fue el rey Juan Carlos, que animó a su círculo próximo a buscar una salida a la crisis, boicoteó al presidente Suárez, y pudo frenar los preparativos si, en lugar de mirar para otro lado, hubiera puesto firmes a los que se movían por su lado, incluido su fiel Armada.
El muerto es el culpable
Esta última es una de las cuestiones que el Emérito viene a desmentir en el libro que ahora se va a editar en la republicana Francia y, en unas semanas, en España de la mano de Planeta. En una entrevista previa concedida a Le Figaro, dice textualmente: «Alfonso Armada estuvo a mi lado durante 17 años. Le tenía mucho cariño, y me traicionó. Convenció a los generales de que hablaba en mi nombre».
Esta declaración tardía del rey emérito sobre el que fue su hombre de confianza durante 17 años recuerda a la histórica estrategia de defensa judicial en diversos tipos de delito: el culpable es el muerto, que no puede desmentirlo. Si Armada le traicionó, ¿por qué no lo dijo de inmediato? ¿Por qué no lo hizo con el paso de los años, cuando todo estaba más calmado? Y ¿por qué siempre ha hablado bien de él… hasta ahora?
Recuerdo cómo Alfonso Armada en numerosas entrevistas, ante mis preguntas y las de mis compañeros, se negaba a hablar del papel del Rey en el golpe: no le importaba ir a la cárcel por protegerle, se llevaría a la tumba los secretos de aquella conspiración, como así hizo. No entiendo bien el desahogo postrero del rey Juan Carlos o, mejor, le entiendo perfectamente. Quiere reivindicarse, es lógico. Pero osar llamar traidor al más leal de sus servidores, aprovechándose de que no le puede contestar, me parece un grave error.
