Los narcos desplazan su actividad a las playas de Barbate ante el cerco en el Guadalquivir
La presión en el río obliga a los clanes a reordenar sus rutas y complica a las fuerzas de seguridad el control del litoral

Una patrullera de la Guardia Civil durante un servicio de vigilancia marítima. | Ramón Costa (Zuma Press)
La presión policial que desde hace meses se ejerce sobre el Guadalquivir empieza a tener efectos visibles en el mapa del narcotráfico andaluz. El cerco sobre la ruta fluvial, convertida en uno de los principales corredores de entrada de cocaína hacia Sevilla, ha empujado a los clanes del narcotráfico a buscar alternativas. Y la zona seleccionada, según confirman fuentes internas de la Guardia Civil y la Policía Nacional a THE OBJECTIVE, vuelve a ser el litoral de La Janda, donde las organizaciones están reenfocando sus operaciones con métodos adaptados a una vigilancia que se nota más intensa.
Las últimas actuaciones en Barbate, incluida la interceptación de unos 410 kilos de cocaína la pasada semana, no son un episodio aislado. Funcionan como punto de referencia de un movimiento más amplio: el retorno de las gomas a las playas del sur de Cádiz, pero con nuevas estrategias que buscan reducir al mínimo riesgos y pérdidas. La tendencia, detectada por los equipos dedicados a la lucha antidroga, revela que los grandes desembarcos han dado paso a maniobras más discretas, hechas por embarcaciones de menor tamaño que se acercan lo justo para recoger la mercancía en alta mar.
Un cambio forzado por el aumento de presión
El Guadalquivir se consolidó en los últimos años como una autopista para las redes dedicadas tanto al hachís como, cada vez más, a la cocaína. La facilidad de movimiento entre Sanlúcar de Barrameda y Sevilla, unida a la extensión del río y a la presencia de multitud de caños navegables, ofrecía a las mafias un terreno ideal para operar. Pero esa ventana se ha ido estrechando con el paso de los meses.
Las memorias de la Fiscalía Especial Antidroga, sumadas a los datos de los últimos meses, consultados por este medio, han puesto cifras al fenómeno. El resumen: más intervenciones, más gasolina decomisada y más rutas vigiladas. El refuerzo de patrulleras, drones y dispositivos del SIVE ha dificultado los movimientos nocturnos y los abastecimientos de combustible, pieza clave de la logística narco y conocido como petaqueo. En apenas unas semanas, agentes de distintos cuerpos han intervenido miles de litros de gasolina en operaciones encadenadas tanto en el propio río como en sus desembocaduras.
Ante esa situación, las organizaciones han optado por lo que en el argot policial se denomina efecto globo: la presión en un punto desplaza el delito hacia otro. Esta vez, hacia donde ya habían operado con intensidad años atrás: La Janda.
Regreso a La Janda, pero de otra forma
Las playas de Barbate, Caños de Meca o El Palmar, históricamente utilizadas para desembarcos rápidos, vuelven a registrar movimientos de gomas, aunque con un patrón distinto al de los últimos años. Según explican agentes que trabajan sobre el terreno, las embarcaciones de gran eslora se mantienen ahora más alejadas del litoral. Evitan aproximarse a escasos metros de la orilla y recurren a lanchas más pequeñas que hacen el último enlace antes del acarreo por tierra.
Este sistema reduce el impacto de una posible intervención. Si cae una de las lanchas menores, la pérdida es proporcionalmente más baja. Y si los equipos policiales aparecen durante la maniobra, las gomas de alta velocidad tienen margen suficiente para desaparecer mar adentro. En el caso de los 410 kilos incautados en Barbate, la operación se pudo abortar gracias a la detección previa desde el SIVE, que permitió cerrar los accesos antes de que el grupo organizara la retirada.
Un escenario más tenso y violento
A ese desplazamiento geográfico se suma otro factor: el aumento del armamento con el que operan los clanes. Los cuerpos de seguridad han intervenido en los últimos meses fusiles de guerra, cargadores preparados para su uso inmediato y vehículos reforzados con material logístico. Aunque este tipo de armas ya se habían visto en episodios aislados, su presencia se ha vuelto más habitual, señal de la escalada de violencia.
En algunas operaciones recientes, la huida de los implicados ha puesto en peligro a los agentes, obligados incluso a evitar atropellos durante la persecución en tierra. Ese nivel de agresividad refuerza la idea de que el negocio se está concentrando en manos de grupos con más capacidad económica y más disposición a defender sus cargamentos.
Refuerzos y más refuerzos
En este contexto, mandos y agentes insisten en que el efecto globo no solo complica la vigilancia, sino que multiplica la necesidad de más refuerzos y medios estables en toda la franja atlántica. Pese al despliegue actual, advierten de que mantener la presión de forma simultánea en los diferentes puntos calientes exige recursos que no siempre llegan con la rapidez que requiere el fenómeno. Aun así, subrayan que el trabajo continúa en todos los frentes, con operaciones orientadas tanto a interceptar alijos como a desarticular la logística que sostiene a las redes.
