La Cataluña nacionalista y el nacionalsocialismo
«Cataluña es un mundo en el que se puede inducir ese sentimiento de victimización colectiva mediante la indoctrinación escolar, la información mediática y las redes sociales»
Me emocionó escuchar a Angela Merkel hablando de su pesar y su vergüenza en nombre del pueblo alemán al visitar Auschwitz. Es lo que la decencia exigía. No mucho antes, por el contrario, me había escandalizado la consejera catalana Elsa Artadi, al visitar Mauthausen: se pretendió Ana Frank, víctima también de alguna opresión y semejante por ello a los internos de aquel campo. Para pensar eso se necesita tener mucho aturdimiento. De no ser así, se trata simplemente de una desvergüenza, un acto obsceno que no hace sino incrementar la ignominia a las víctimas del Holocausto,una profanación en toda regla. Después vino Clara Ponsatí aseverando que la expulsión de los judíos en 1492 era hitleriana avant la lettre y equivalía al tratamiento que se dispensa actualmente a la «minoría catalana».
No hace mucho hemos visto, en ese mar de pequeñas ruindades que se ha tornado allí la vida cotidiana, una tergiversación perversa de palabras de Javier Cercas, una entre tantas en el discurso público y privado de Cataluña. Y la estúpida agresión verbal a Ricardo García Manrique, catedrático de la Universidad de Barcelona, ante el silencio de todo su claustro en una vergonzosa actitud de omertà. Días más tarde, tras una agresión violenta a un grupo de estudiantes constitucionalistas en la Universidad Autónoma de Barcelona, que fueron motejados de ‘fascistas’, la autoridad académica emitió un comunicado en el que parecía ignorar la gravedad de tales hechos. Pues bien, no tener conciencia del peligro social y la falta de calidad moral de semejantes comportamientos quizás sea un indicio de la confusión con la que el nacionalismo catalán se percibe a sí mismo. Debemos, por tanto, hacerle una pregunta decisiva: ¿está más cerca de las víctimas o más cerca de los victimarios? ¿Cuál de los papeles de la tragedia de Auschwitz está en riesgo de acabar por jugar realmente? ¿Es el sefardí expulsado o más bien el fanático que alimenta la expulsión? ¿Es el perseguido o el perseguidor, el hablante o el censor? Quisiera aportar algunos datos para una posible respuesta.
El núcleo fundamental del ideario nacionalsocialista es el concepto de comunidad popular, la Volksgemeinschaft alemana, una entidad colectiva con vida propia, dotada de un orden inmanente cuya disposición interna y peripecia temporal no son caprichosas ni casuales sino necesarias según pautas históricas o naturales. Una concepción del pueblo alemán como entidad real, que nace y se desarrolla por sí misma sin ser creada o generada deliberadamente por ninguna voluntad, una comunidad superior que permea a todos sus integrantes y todas las manifestaciones culturales que se producen dentro de ella. La importancia que tiene esta percepción de la comunidad estriba en que es, en el credo nacionalsocialista, aquello que atribuye tanto la condición individual de alemán como los derechos políticos de la nación. Es la comunidad la que otorga al individuo su identidad personal, su calidad ciudadana y su estatura moral. Y también la que ostenta el título para el gobierno político. Se es alemán por pertenecer a la comunidad alemana, y la comunidad alemana es el agente destinado por la historia al ejercicio de la dominación política en un espacio determinado, el titular del derecho originario a gobernar. A partir de ella se pueden inferir los rasgos étnicos que definen la pertenencia de los individuos y justifican por ello la exclusión del otro, y también el discurso que autoriza el ejercicio de la soberanía y, si ello es necesario, de la expansión. Blut und Boden. Sangre y territorio.
Cualquiera que frecuente la realidad catalana, el contenido de algunos de los mensajes nacionalistas y la textura moral de hechos como los mencionados tiene que haber detectado síntomas de que los inicios de una construcción del Poble català parecida a esa han empezado a prender en ella. Parece en efecto que en la concepción de Cataluña como sujeto histórico se pretenda una comunidad popular de esa naturaleza la pertenencia a la cual está empezando a dibujar la identidad de los catalanes que se piensan más auténticos y las posiciones de no pocos de sus responsables políticos.
«Algunos brotes de xenofobia y un cierto talante supremacista se pueden vivir cotidianamente en Cataluña. Por no mencionar expresiones, afortunadamente más escasas, de crudo racismo»
Esa pretensión explica, entre otras cosas, que su reconocimiento como tal por el Estado, la Unión Europea y la comunidad internacional sea hoy por hoy la meta prioritaria del nacionalismo catalán. Mucho más que los derechos de sus ciudadanos. Y es lo que se esconde taimadamente tras esa terca apelación a la consulta, al referéndum, que parece ser la condición sine qua non de cualquier diálogo o negociación política. Sin referéndum no se dará un paso, repiten una y otra vez. Una suerte de convicción inducida que ha prendido incomprensiblemente en formaciones no nacionalistas hasta conseguir trasladarse a muchos ciudadanos de Cataluña, pero que puede ser el inicio de un camino sin retorno porque la celebración de un referéndum de esa naturaleza significará transformar una simple mayoría de seres humanos con derechos políticos plenos en una Volksgemeinschaft, un pueblo catalán unitario que tenga derecho a actuar como sujeto político dominante, y pueda por ello dictar medidas marginadoras o excluyentes respecto a los que no pertenezcan naturalmente a él. Algunos brotes de xenofobia y un cierto talante supremacista se pueden vivir cotidianamente en Cataluña. Por no mencionar expresiones, afortunadamente más escasas, de crudo racismo.
Y luego está la creciente conciencia de «víctima». Es inadmisible que se diga o se piense seriamente que en Cataluña hay hoy víctimas ni remotamente parecidas a los presos del Lager, a Ana Frank o a los sefardíes del éxodo. Pero el advenimiento del tercer Reich se produjo, efectivamente, tras una experiencia muy aguda de victimización en la población alemana. Una experiencia que no fue imaginaria sino muy real: desde los términos económicos del Tratado de Versalles se impusieron a los alemanes unas condiciones tan imposibles y degradantes que fueron denunciadas como tales hasta por economistas liberales como Keynes. Y constituyeron un ingrediente de la psicología colectiva muy determinante del ascenso de Hitler al poder.
«Desde sus envidiables cotas de libertad y bienestar, muchos catalanes hasta pueden suponerse víctimas de alguna oscura humillación»
Cataluña hoy es sin duda otro mundo, y nada parecido a aquel, pero es un mundo en el que también se puede inducir ese sentimiento de victimización colectiva mediante la indoctrinación escolar, la información mediática y las redes sociales. Porque ser víctima puede ser algo real pero también puede ser algo inventado. Y es imprescindible que observemos seriamente si esa invención no se está extendiendo en Cataluña. Muchos se inclinan a creer que sí, porque en un país en el que la renta per cápita es alta y la cobertura de los derechos muy completa, es decir, en un país muy próspero y muy libre, no es infrecuente escuchar en público y en privado jeremiadas y quejas impostadas sobre la condición oprimida de los catalanes. Si la desdicha no se tiene, la desdicha se inventa. E inoculándola una y otra vez, muchos terminan por creérsela. Desde sus envidiables cotas de libertad y bienestar, muchos catalanes hasta pueden suponerse víctimas de alguna oscura humillación.
Aquella psicología victimista y la correspondiente invención paranoica de un enemigo determinaron una actitud muy generalizada de la población alemana durante el tercer Reich. Hasta el punto de que dieron forma a una conocida ecuación que acabó por presidir su difícil convivencia. La tensión amigo-enemigo se impuso como la explicación subyacente de las relaciones personales en el espacio político alemán. Ello permitió que la atmósfera social se alimentara de una lealtad acrítica y dócil hacia los amigos y de un sectarismo excluyente hacia los que no lo eran. En la convivencia alemana cotidiana – y no solo en la vida política – cualquier crítica o disconformidad eran reputadas como una suerte de pequeña deslealtad, la sombra de una posible traición. En contraste con esa susceptibilidad enfermiza por lo propio, cualquier fechoría o dislate contra los «otros» era festejado como señal inequívoca de autenticidad germánica. Cuanto más cruel y arbitrario se era con los enemigos, más alemán se era. Si a ello se une la sensación arrogante de pertenencia a la Volksgemeinschaft como comunidad moral superior, algunas condiciones para el Holocausto estaban ya puestas. Enemigos y «Untermenschen» (sub-humanos) podían ser excluidos, vejados y aniquilados sin que ello constituyera una grave infracción moral.
¿Podemos asegurar que no se están dibujando en Cataluña algunas de las premisas que llevan a deslizarse por una pendiente como esa?