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Cataluña

Polémica en Cataluña por una exposición sobre el origen esclavista de la burguesía

Las fortunas de algunas de las grandes familias catalanas proceden del trabajo forzado en América

Polémica en Cataluña por una exposición sobre el origen esclavista de la burguesía

La exposición 'La infàmia' en Barcelona. | MMB

La fachada gótica del Palacio de la Generalitat está ornamentada con cabezas de negros y de turcos. Es uno de los pocos rastros visibles de una historia que no viene en los libros de texto y que el relato oficial ha preferido silenciar: el papel central de la esclavitud en la construcción de la prosperidad catalana. Una exposición sobre este pasado, La infamia, ha generado polémica en las redes sociales como X, con acusaciones de autoodio por parte de los independentistas. La responsable de exposiciones del Museo Marítimo de Barcelona (MMB), Mireia Mayolas, reconoce que contaba con que iba a haber reacciones duras: «Lo esperábamos… tenemos un libro de opiniones al final de la exposición, y la gente más catalanista -que en Twitter dicen que esto es tirarse piedras en nuestro tejado- no suele venir a la exposición, pero tenemos mucho feedback de gente que nos dice que no nos hemos mojado suficiente, que es muy superficial». «No es muy grande, tiene unos 400 metros cuadrados, pero es un primer paso», afirma.

A finales del siglo XIV, en Barcelona ya existían normativas para controlar lo que era considerado un problema social: la presencia de esclavos en la ciudad. Una ordenanza decía que los esclavos eran «personas sucias y voluptuosas», que habían llevado numerosos «vicios» culturales de sus tierras de origen, donde sus vidas eran «bestiales». Se les atribuía gula, borracheras, lujuria y el uso de venenos. No se hablaba aún de africanos, ya que este proceso tuvo varias fases.

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«La esclavitud no empieza con América», explica Roser Salicrú i Lluch, investigadora científica del CSIC. «Tenemos que pensarla en tres fases: primero, la medieval, con musulmanes del sur de la península; luego, la etapa mediterránea, con esclavos euroasiáticos; y finalmente, la colonial moderna, con africanos. Las dos primeras son la antesala y el laboratorio del sistema transatlántico». Según Salicrú, «Barcelona fue uno de los lugares con mayor impacto demográfico de esclavos en la Edad Media. Llegamos a tener un 15% de la población esclava en la ciudad. Era una irrupción repentina, como ciertas migraciones comparables a las actuales, que generó conflicto y chocó con las estructuras urbanas». A partir del siglo XIV, se estableció una red de trata mediterránea con rutas que traían rusos, tártaros, turcos y esclavos musulmanes desde Crimea y los Balcanes. «Venían de capturas piráticas o razias en tierras musulmanas. Se comerciaban como productos. La Corona de Aragón ya tenía una tradición de uso de mano de obra esclava».

La investigadora del CSIC destaca que tras la peste y el aumento de los salarios autóctonos, «salía más rentable comprar un esclavo que pagar un sueldo. La sociedad catalana ya estaba acostumbrada a trabajar con mano de obra esclavizada». A mediados del siglo XV, con la caída de Constantinopla y el avance turco, las rutas mediterráneas se interrumpen. “Y ahí es cuando empieza a absorberse el esclavo africano, primero hacia el mundo islámico y después hacia América”. En la Edad Moderna, la trata africana se intensifica. Pero su memoria ha sido sistemáticamente desplazada. La historiografía catalana ha tendido a representar la industrialización como pionera, avanzada, textil y urbana. “Nunca se habla del dinero esclavista que la hizo posible”, afirma Alexandre Coello de la Rosa, catedrático de Historia de América y Asia en la UPF.

CCMA

“La participación española en la trata de esclavos es antigua y conocida, pero hay una falsa creencia de que no fue significativa. No es cierto: España participó y fue el último país en aplicar medidas eficaces contra el comercio trasatlántico. En la práctica, hasta la década de 1860 se desembarcaron ilegalmente en América unos 700.000 africanos, muchos de ellos transportados en barcos financiados por catalanes”, asegura el historiador. Coello denuncia que “una parte destacadísima de la burguesía catalana estaba implicada directamente: Josep Guiteras, Antonio López, Isidre Inglada, Tomàs Ribalta… todos ellos tienen calles, monumentos, o fundaciones a su nombre. La Junta de Comercio defendía mantener el statu quo esclavista, incluso cuando las constituciones progresistas ya proclamaban que todos los hombres eran iguales”.

“La Constitución de 1837 prohíbe la esclavitud, pero en la práctica no se toca el tema, para no contradecir los intereses comerciales. Es una gran hipocresía. La retórica liberal chocaba con la defensa activa de la trata”, recuerda Coello. “El nacionalismo catalán no quiere hablar de esto. No porque no haya datos. Los hay. Pero no hay voluntad política. Sería muy incómodo. Muchas familias prominentes saldrían señaladas”. «La industrialización catalana se hizo con capitales repatriados del comercio esclavista», resume el catedrático, que sospecha que había un punto de «culpa» y «redención» cristiana en patronos del modernismo como los Güell, que invertían en templos y conventos. «Es lo que Josep Pla intuía cuando se preguntaba: ‘¿Y todo esto, quién lo paga?’ Pues se pagaba con sangre y sudor de esclavos. Las casas modernistas de Sitges o el Maresme, o incluso la posibilidad de que Gaudí se dedicara a tiempo completo a la arquitectura, tienen ese origen».

Mercado de esclavos.

«El objetivo no es buscar culpables ni flagelarnos. Es entender la historia. Durante años, hemos venerado a los ‘indianos’ que volvían ricos de Cuba, como si fueran héroes. Se les admira porque financiaron hospitales, escuelas, trenes. Pero ¿con qué dinero?», plantea Mayolas. «En la Exposición Universal de 1888, Barcelona se mostraba como ciudad rica, elegante. Se construye el Eixample, el monumento a Colón. Pero no se preguntaba de dónde salía ese capital». Según la exposición, tras la firma del tratado con Inglaterra en 1821 que prohíbe el tráfico, «lejos de reducirse, aumentan los viajes ilegales. El negocio era más rentable porque era clandestino. Se habla poco de las ‘factorías’ en la costa africana donde se concentraban personas antes de ser deportadas, una especie de campos de concentración».

Mayolas recuerda que los esclavos en Cuba tenían una esperanza de vida de entre cinco y siete años: «Era un auténtico exterminio, y el 70% de la mano de obra en los ingenios era esclava. A medida que crecía la demanda de azúcar, café, cacao en Europa, se intensificaba el comercio. Pero aquí nadie se preguntaba de dónde venía», explica. «También hubo movimientos abolicionistas». En Barcelona, personas como los descendientes de Ildefonso Cerdà lucharon por la abolición. «Mientras tanto, las fiestas de ‘indianos’ en Cataluña, que celebran a los que hicieron fortuna en América crecían, pero han comenzado a decaer. «¿Qué estás celebrando, exactamente?», se pregunta Mayolas. «La esclavitud no es solo cosa del pasado. Ha dejado consecuencias profundas. Si el modernismo catalán fue financiado por ese dinero, quizá ha llegado el momento de decirlo claramente».

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