Adiós a Javier Repullés, un jesuita singular, amigo de los pobres
Acompañado toda su vida de una «mala salud de hierro», poseía una fuerte y carismática personalidad, lo que se tradujo en gestos libres y rompedores
La vida de Javier Repullés, SJ, fallecido en Madrid el pasado 16 de mayo a las 11:10 de la mañana, solo puede clasificarse como la de un jesuita diferente, original y carismático. Nacido en el Madrid de los inicios de la Guerra Civil (1936) era nieto e hijo de arquitectos famosos: su abuelo Enrique María Repullés, construyó el palacio de la Bolsa de Madrid y la cripta de la catedral de la Almudena, y su padre se llamaba Mariano Repullés Fidrich. Creció en el seno de una familia católica, como revela el hecho de que tuvo otro hermano jesuita ya también fallecido, conocido como Tato, casi tan original y simpático como Javier, que ejerció su ministerio en Cuba y Perú, y dos hermanas religiosas del Sagrado Corazón. En total eran siete hermanos. Ingresó en el noviciado de Aranjuez en 1953, estudió la filosofía en Alcalá de Henares, hizo dos años de magisterio en los colegios de Areneros y Chamartín, y la teología en Granada y Madrid.
Acompañado toda su vida de, como se suele decir, una «mala salud de hierro» -en varias ocasiones parecía que iba a morirse de un momento a otro-, poseía una fuerte y carismática personalidad, lo que se tradujo en gestos libres, a veces desconcertantes y muchas ocasiones rompedores y proféticos; y, como todo profeta, necesariamente tuvo que vivir conflictos con la institución, y eso que la Compañía es una orden que, como es sabido, tiene y ha tenido en su seno jesuitas de lo más variopinto.
«Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así»
Eso explica también los casi cinco años (1973-1977) que estuvo viviendo en «ausencia legítima» fuera de las casas de la Compañía, en un humilde pisito de La Corrala de Madrid, tiempo que aprovechó para estudiar la carrera de Derecho. Sobre ello, él mismo respondía canturreando a un periodista de Expansión y riéndose de sí mismo a la pregunta: «¿Era usted un rebelde?: Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así». Pero volvió, porque sobrenadaba siempre por encima su gran fe, su amor a la Compañía de Jesús, y sobre todo su entrega a los demás, que pasó por tres etapas fundamentales: la dedicación a la enseñanza en Areneros, su época de colaborador del padre José María de Llanos en el Pozo del Tío Raimundo, como vicario pastoral junto al padre García Escudero y como profesor de las escuelas; y la última etapa, en Cachito de Cielo y Pan y Peces donde se ha volcado con los pobres y todos los necesitados de cuerpo y espíritu.
Hay cientos de anécdotas que revelan cómo era Javier. Primero, físicamente. Su poderosa, tierna y a la vez pícara mirada; su rostro anguloso, su nariz afilada y aguileña, su amplia sonrisa, le convertían en un verdadero «seductor», lleno de expresividad y eficacia pastoral. Llamaba la atención de conocidos y amigos, incluso de viandantes y sobre todo de los niños, a los que adoraba. Un fotógrafo profesional lo paró un día en la calle para pedirle permiso para hacerle una extraordinaria fotografía de estudio. Y muchos lo veían como un Valle-Inclán redivivo. Su expresividad, rayana en la «interpretación» al celebrar la misa, llenaba las iglesias. «Eso son las maravillas que hace Dios», matizaba. «Yo solo recalco la importancia de ayudar a los pobres. De que Dios está con nosotros y tenemos que vivir como hermanos. No vale ir a misa y ya basta».
Su buen trato y sentido del humor los aprovechaba principalmente para el apostolado. Muchos de los que acudían a su misa dominical en la madrileña y bella iglesia de San Antonio (templo que, por cierto, diseñó el hermano jesuita arquitecto Pedro Sánchez en el siglo XVII) han recuperado la fe gracias a Javier, en el que veían una Iglesia distinta, más libre y cercana.
Su máxima preocupación era transmitir con autenticidad el Evangelio. En eso era tan radical que en mucho tiempo sus amigos y conocidos le llamaban “el cristiano”. Un cristiano que tenía por delante el compromiso con la justicia, por lo que admiraba mucho al padre Arrupe. Fue conocida en toda España su huelga de hambre durante la lucha por la campaña del 0’7 en 1993 para exigir al Gobierno que en sus presupuestos se incluyera el 0’7 por ciento del PIB para ayuda del Tercer Mundo. Yo viví como informador ese hecho, y puedo dar testimonio de que mientras sus compañeros, no observaban la huelga, él la hizo hasta el final sin comer con riesgo de su vida y solo la abandonó “por orden de santa obediencia”.
Durante la huelga de hambre en 1993
Él mismo cuenta cómo pasó del servicio a los pobres en Cachito de Cielo a Pan y Peces. «Me ayudaba muchísimo la Madre Corazón, una de las monjitas que se ocupaba de Cachito de Cielo. Un día me dijeron que ya no podíamos seguir repartiendo y que iban a trasladarlo, porque debían exponer al Santísimo todo el día (estas religiosas tienen como carisma fundacional la exposición continua de la Eucaristía), y me quedé hecho polvo. Entonces, mi amiga Rocío Redondo, mi otro yo, reunió en su casa a un grupo de amigos para ver cómo podíamos continuar dando alimentos y fundamos, en 2011, Pan y Peces, una ONG cristiana que hoy atiende a más de 800 familias al mes, lo que se traduce en que alimentamos a casi 3.500 personas». Aclaraba Javier que este nombre no puede ser más acertado. Por lo que expresa el Evangelio y su significado. «Pan viene del griego y significa ‘todo’, y peces, ichthys, como símbolo de Cristo».
En Pan y Peces ha vivido con extraordinaria intensidad, hasta el final de sus días, la preocupación de obtener alimentos en esta época de crisis económica. Y estaba orgulloso de la manera no vergonzante con que esta institución los reparte en forma de carritos completos de la compra, gracias a las ayudas y el apoyo de 50 voluntarios. Le obsesionaba la indiferencia ante la pobreza. «La pobreza de los pobres y la grandísima pobreza de los ricos -afirmaba-, lo cual me ha impresionado siempre. ¡Cómo podemos ser tan salvajes de pasar por la vida sin darnos cuenta!Si viviéramos cerca de los más necesitados y los conociéramos, sentiríamos la necesidad de ayudar más. Nosotros y otras fundaciones lo hacemos, pero esta preocupación tendría que ser primordial en los políticos y en la Iglesia».
¡Dios os quiere!
Su mensaje en la predicación se centraba en subrayar el lado positivo y liberador de la fe, animando y entusiasmando, frete a toda negatividad y todo dogmatismo. Su pensamiento preferido estaba dedicado a la paternidad y la ternura de Dios. Rocío Redondo recordaba durante una emocionante misa que celebré en casa de Nicolás y Rocío en sus horas finales, que viendo en la televisión al papa Francisco, que tanto está hablando de ternura, comentó: «¡Mira cómo me copia!». Cuando, por su edad y salud, no podía ser cuidado en su residencia jesuítica, Javier se negó al final de su vida a ir a la de ancianos de Alcalá de Henares y dejar su comunidad de Pan y Peces, por lo que ha habitado sus dos últimos años cobijado por una familia amiga.
Solía repetir continuamente «¡Dios os quiere! Y «Pascua significa «paso», resucitar, pasar de la muerte a la vida». E insistía en la necesidad de una adecuada educación de la gente joven, porque hoy en el ambiente “parece que solo hay poder y dinero, y el amor se nos ha olvidado, porque Dios es amor, y como nos olvidemos de Dios, estamos perdidos”. Subrayaba con frecuencia la necesidad de la alegría, apoyándose en una de las bienaventuranzas de Tomás Moro que le gustaba citar: «Bienaventurados los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desaire, su camino estará lleno de luz». Y añadía: “No nos damos cuenta de las caras que ponemos y las cosas que decimos con doblez o malicia a la gente, cuando Dios nos mira con verdadera ternura, y ternura deberíamos devolver a los demás”.
Pero su oración más querida era la del Salmo 41, que repetía continuamente en la acción de gracias con una extraordinaria unción: Como busca la cierva / corrientes de agua, / así mi alma te busca /a ti, Dios mío; / tiene sed de Dios, / del Dios vivo: / ¿cuándo entraré a ver / el rostro de Dios? A lo que él añadía de propia cosecha: «Tu rostro buscaré todos los días de mi vida».
Era tan suyo que antes de morir llegó a disponer de todos los pormenores de su funeral, celebrado en San Antonio de los Alemanes el pasado 24 de mayo: lecturas, ornamentos, celebrante, plegarias, etc. Sin embargo, pareció conveniente cambiar el Evangelio, ya que el que más le cuadraba por toda su vida dedicada a los pobres era el de Mateo 25: “Tuve hambre y me diste de comer”. El templo estaba a rebosar, la ceremonia concelebrada y amenizada por destacados intérpretes de música clásica, concluyó, también por voluntad del original difunto, con el villancico “Campana sobre campana”, que había sonado en su primera misa, cantado por toda la asamblea. Sus últimas palabras, mientras estuvo consciente, fueron: «¡Qué alegría! ¡Voy a ver el rostro de Dios, mi padre!” “¡Me voy a encontrar con mi Hermano Mayor!».